Soy supersticioso.
Enlazo las piernas
mientras te pienso y te escribo,
porque tú
lo hacías la primera vez
que vimos La Strada,
con esa sonrisa que iluminaba la penumbra del cine.
No puedes evitar que vaya
contra mí mismo.
Pero aún puedes regalarme una sonrisa,
la misma que esbozaste ayer
mientras me ofrecías tu luz
como quien deja escapar la brisa de la tarde,
para siempre,
a Joana.
Sufriremos a solas,
por no creer en lo imposible.
No puedo convencerte
de que estaba lleno de bondad
mientras te hacía daño.
Mi actitud, estoica por fuera,
ardía en mis entrañas
como un fuego que nadie ve.
Y sé que fallándote a ti,
como lo he hecho,
le fallo a la Poesía,
y a mí mismo,
porque en cada palabra que escribo
siento tu ausencia y mi culpa
como un hilo que se tensa hasta romper.