Reto a pelo 4: Asesinato sin odio
Publicado: Sab, 13 Abr 2024 11:23
Richi Scarlatine
Dicen que sus melodías,
canzonetas di atricione,
subyugan a los hombres y entonces ellas
los mataban,
para que su sangre nutriera las viñas
que retoñarían al año siguiente,
con sabor espeso de romero
y Cantalapiedra.
Es primavera, Richi vuelve a sentir ese sabor metálico en la boca, le recuerda a manada. Su mente primitiva, por azares y piltrafeo legal, alegaciones de esquizofrenia, estaba libre bajo fianza. Obsesionado con la poesía como arma de redención no perdonaba a nadie, se autoproclamaba azote y fuego, salvador del hombre. Hablaba con Dios de tú a tú por sacar de la ignorancia a sus congéneres, lo increpaba porque no le dio el milagro. Maldecía a la humanidad que no lo reconocía como el anticristo designado, el último profeta. Pero no tiene odio, nunca lo tuvo por trastorno cerebral. Cuando nació, su madre tuvo un acceso bacteriano, muy virulento, en la matriz, que silenció los genes que nos permiten la emoción.
Llegaron los primeros calores en la Toscana, la prugnolo empezaba a cuajar sus racimos y el cerezo abría sus flores como los pezones de una novicia al primer roce del hábito. Y Richi pensaba:
Oh, vino del Pulchiano,
terciopelo púrpura
que a los hombres da vigor,
que los vuelve mentirosos
en búsqueda de la cópula;
sólo tienes como contrapunto
a la muerte.
Asexual, soñaba cómo sería el amor, la tristeza, la pasión, el odio leyendo a los poetas del Corumelo. Devoró en las noches todas sus obras, se le secó la mente. Y Alonso Quijano salió un atardecer para desfacer entuertos:
Fue a un centro comercial cercano, empezó a observar el hormigueo incesante de veranos, otoños, inviernos y pascuas, ¿cuál sería la destinada al sacrificio nóbile esta vez? Monte di Pulchiano que en sus versos decía que estaba más allá del bien y del mal, deberían haberle hecho caso.
Elgió a una adolescente como cordero expiatorio, la siguó hasta el baño, la encerró, tapó su boca y de un tajo en la garganta la asesinó; cató su sangre, se dijo: presencia de mora madura y cereza, que se funde con pequeñas notas de tabaco y cacao, final afrutado. Le vineron a la mente aquellos versos de elPrior:
“Si resuelvo en vino,
hay una tarde, en proa, que suelta amarras.
¡Término rojo, camarero!
con un repunte mineral:
Quiero sentir la brisa del Atlántico
muy adentro
cuando tiemblan las jarcias.”
Se quedó meditando unos minutos los siguientes pasos, tenía dos posibilidades:
Una, consumirla entera, a mordiscos; sin cometer el agravio de una torpe manera de trinchar su cuerpo. Dos, cortarla en seis pedazos: extremidades, tronco y cabeza, bien diferenciados por su sabor; como guinda, pondría los ojos y su mirada entre lo más exquisito.
Optó por la segunda. Cuando se lo llevó la policía, gritaba: Yo soy Dios, vosotros no me entenderéis nunca.
Acabó muriendo en la cárcel y cada primavera, de sus labios, brotaba sangre a mordiscos: un sabor salado, metálico, que le recordaba tiempos felices, cuando asesinaba sin odio, sólo por convicción.
Desde el Corumelo con amor
Dicen que sus melodías,
canzonetas di atricione,
subyugan a los hombres y entonces ellas
los mataban,
para que su sangre nutriera las viñas
que retoñarían al año siguiente,
con sabor espeso de romero
y Cantalapiedra.
Es primavera, Richi vuelve a sentir ese sabor metálico en la boca, le recuerda a manada. Su mente primitiva, por azares y piltrafeo legal, alegaciones de esquizofrenia, estaba libre bajo fianza. Obsesionado con la poesía como arma de redención no perdonaba a nadie, se autoproclamaba azote y fuego, salvador del hombre. Hablaba con Dios de tú a tú por sacar de la ignorancia a sus congéneres, lo increpaba porque no le dio el milagro. Maldecía a la humanidad que no lo reconocía como el anticristo designado, el último profeta. Pero no tiene odio, nunca lo tuvo por trastorno cerebral. Cuando nació, su madre tuvo un acceso bacteriano, muy virulento, en la matriz, que silenció los genes que nos permiten la emoción.
Llegaron los primeros calores en la Toscana, la prugnolo empezaba a cuajar sus racimos y el cerezo abría sus flores como los pezones de una novicia al primer roce del hábito. Y Richi pensaba:
Oh, vino del Pulchiano,
terciopelo púrpura
que a los hombres da vigor,
que los vuelve mentirosos
en búsqueda de la cópula;
sólo tienes como contrapunto
a la muerte.
Asexual, soñaba cómo sería el amor, la tristeza, la pasión, el odio leyendo a los poetas del Corumelo. Devoró en las noches todas sus obras, se le secó la mente. Y Alonso Quijano salió un atardecer para desfacer entuertos:
Fue a un centro comercial cercano, empezó a observar el hormigueo incesante de veranos, otoños, inviernos y pascuas, ¿cuál sería la destinada al sacrificio nóbile esta vez? Monte di Pulchiano que en sus versos decía que estaba más allá del bien y del mal, deberían haberle hecho caso.
Elgió a una adolescente como cordero expiatorio, la siguó hasta el baño, la encerró, tapó su boca y de un tajo en la garganta la asesinó; cató su sangre, se dijo: presencia de mora madura y cereza, que se funde con pequeñas notas de tabaco y cacao, final afrutado. Le vineron a la mente aquellos versos de elPrior:
“Si resuelvo en vino,
hay una tarde, en proa, que suelta amarras.
¡Término rojo, camarero!
con un repunte mineral:
Quiero sentir la brisa del Atlántico
muy adentro
cuando tiemblan las jarcias.”
Se quedó meditando unos minutos los siguientes pasos, tenía dos posibilidades:
Una, consumirla entera, a mordiscos; sin cometer el agravio de una torpe manera de trinchar su cuerpo. Dos, cortarla en seis pedazos: extremidades, tronco y cabeza, bien diferenciados por su sabor; como guinda, pondría los ojos y su mirada entre lo más exquisito.
Optó por la segunda. Cuando se lo llevó la policía, gritaba: Yo soy Dios, vosotros no me entenderéis nunca.
Acabó muriendo en la cárcel y cada primavera, de sus labios, brotaba sangre a mordiscos: un sabor salado, metálico, que le recordaba tiempos felices, cuando asesinaba sin odio, sólo por convicción.
Desde el Corumelo con amor