Reto a pelo 3: Zapatos viejos
Publicado: Sab, 06 Abr 2024 14:41
Iniciamos un nuevo reto, sabiendo que llevamos siempre las de perder en este hermoso foro de prosa. La osadía siempre ha estado en el registro de la Corpo, como buenos tercios españoles.
Adivinanza:
Toda la noche boca arriba
esperando un trozo en carne viva
Calzados Rhino
Esta es una extraña historia de amor, no una cualquiera para salir del paso y ganar el reto a Ana, no es la publicidad de una marca: es la de mis zapatos.
Me acompañaron por veinte años en mis viajes profesionales por el mundo. De campo, humildes, nunca estuvieron en fiestas ni en restaurantes de lujo; de un agrónomo que ha ido pisando tierras con sabores, olores y matices distintos. Se impregnaron del color de muchos sudores, transportaron partículas de arena y arcilla de un lugar a otro, memoria de la tierra, haciéndola pequeña, cercana. Estaban adaptados a cada uno de mis dedos, los acariciaban como una madre el pelo de sus hijos. Sólo tuve que remozarlos una vez, su desgastada suela, la piel nunca. Cuando llegaba al hotel, después del trabajo, los alimentaba con grasa de potro, la que más les gustaba era la mexicana; y me miraban con esa sonrisa cómplice que sólo tiene un amigo que conoce casi todos los secretos de tu vida. Tenían el color trigueño de las indígenas, vigorosas mozas que empreñamos los salvajes conquistadores. Introducirme en ellos era una forma de hacer el amor.
Eran unos Rhino hechos en Guatemala pero que yo compré en Zarcero, un pueblo hortícola de Costa Rica, me enamoré sólo verlos. Ellos eran los que me dictaban las recomendaciones que hice, y hago, una y otra vez en los cultivos de café, tomate, papa, tabaco, banano. Eran unos eruditos, unos poetas por la emoción de sus palabras, yo sólo tenía que escucharlos, nadie se daba cuenta que los que sabían de fisiología vegetal eran ellos.
Ya muy viejitos me pidieron consuelo, piedad. Después de la extremaunción, solos en el hotel, me abrí una botella del mejor vino que encontré y rememoramos los años juntos, acaricié su piel una vez más, ya muy cuarteada a pesar de mis cuidados. Los enterré en San Antonio Caxamarca, Perú, cerca de la casa donde Pizarro llenó de oro el Cuarto del Rescate; allí tenía preso al inca Atahualpa. Bajo un algarrobo americano descansan sus restos. Cuando puedo los visito y pienso que parte de ellos se habrán incorporado de nuevo a la tierra, para reencarnarse y volver a acariciar mis pies en otros zapatos que seguirán rodando, compartiendo átomos de un lugar a otro, haciendo el mundo un poco más pequeño.
Hno Renato Vega
Adivinanza:
Toda la noche boca arriba
esperando un trozo en carne viva
Calzados Rhino
Esta es una extraña historia de amor, no una cualquiera para salir del paso y ganar el reto a Ana, no es la publicidad de una marca: es la de mis zapatos.
Me acompañaron por veinte años en mis viajes profesionales por el mundo. De campo, humildes, nunca estuvieron en fiestas ni en restaurantes de lujo; de un agrónomo que ha ido pisando tierras con sabores, olores y matices distintos. Se impregnaron del color de muchos sudores, transportaron partículas de arena y arcilla de un lugar a otro, memoria de la tierra, haciéndola pequeña, cercana. Estaban adaptados a cada uno de mis dedos, los acariciaban como una madre el pelo de sus hijos. Sólo tuve que remozarlos una vez, su desgastada suela, la piel nunca. Cuando llegaba al hotel, después del trabajo, los alimentaba con grasa de potro, la que más les gustaba era la mexicana; y me miraban con esa sonrisa cómplice que sólo tiene un amigo que conoce casi todos los secretos de tu vida. Tenían el color trigueño de las indígenas, vigorosas mozas que empreñamos los salvajes conquistadores. Introducirme en ellos era una forma de hacer el amor.
Eran unos Rhino hechos en Guatemala pero que yo compré en Zarcero, un pueblo hortícola de Costa Rica, me enamoré sólo verlos. Ellos eran los que me dictaban las recomendaciones que hice, y hago, una y otra vez en los cultivos de café, tomate, papa, tabaco, banano. Eran unos eruditos, unos poetas por la emoción de sus palabras, yo sólo tenía que escucharlos, nadie se daba cuenta que los que sabían de fisiología vegetal eran ellos.
Ya muy viejitos me pidieron consuelo, piedad. Después de la extremaunción, solos en el hotel, me abrí una botella del mejor vino que encontré y rememoramos los años juntos, acaricié su piel una vez más, ya muy cuarteada a pesar de mis cuidados. Los enterré en San Antonio Caxamarca, Perú, cerca de la casa donde Pizarro llenó de oro el Cuarto del Rescate; allí tenía preso al inca Atahualpa. Bajo un algarrobo americano descansan sus restos. Cuando puedo los visito y pienso que parte de ellos se habrán incorporado de nuevo a la tierra, para reencarnarse y volver a acariciar mis pies en otros zapatos que seguirán rodando, compartiendo átomos de un lugar a otro, haciendo el mundo un poco más pequeño.
Hno Renato Vega