Ría del Nervión
Publicado: Vie, 29 Mar 2024 12:32
Ría del Nervión (Dedicado a Ana Muela Sopeña y Julio González Alonso)
Contemplo desde el balcón la marea en su reposo,
es un flujo poco turbulento con una suave y tranquila agitación.
Esta ría anclada en mi vida me acompaña con nostalgia y
me hace rememorar viejos recuerdos de mi juventud.
Esta corriente atraviesa la ciudad, transcurre arropando dos orillas también
denominadas “márgenes” que representan vidas propias y diferentes.
La margen izquierda reforzando sus raíces, era zona de producción, donde
pernoctaban los trabajadores y las clases más humildes, enfrentados en fondo y forma
con el espacio denominado margen derecha, donde habitaban los más
pudientes, dueños de las fábricas y desde sus aposentos contemplaban el mar
y controlaban también sus posesiones.
Bullen con ardor evanescente mis pensamientos, que me trasladan a hechos
lugares y citas… viejas reliquias nubladas mientras la emoción del recuerdo
muta en óxido. Añoranza en estado puro y puede cortarse con cizalla, al igual
que una lámina de acero.
Por esta margen izquierda dejó su siniestra huella la mal llamada “reconversión
industrial” donde en el yermo surgía un mundo de drogas, desempleo y
pobreza. En su tela trabajaba la araña de la degradación absorbiendo cualquier
cosa pegada a su férreo hilo trenzado.
Ese enorme deterioro nos muestra un paisaje desolado y se observa en
algunos restos que se mantienen como recuerdo que por alguna desconocida
razón reflejan una imagen sublime, tránsito de la vida a la muerte, belleza muy
especial, esta de harapos que visten otros tiempos ya vividos.
Fábricas abandonadas con grafitis bordados en toscas arpilleras y gabarras que han
sido carcomidas por un enjambre de polillas.
¡Cuántas vidas caben en el espacio de una ría que vive mirando la luna! en este
paraje extraño, se erige un gracioso y elegante puente que se abría por la
mitad y al elevarse sus puertas, parecía un ave gigante desplegando sus
enormes alas y emprendiendo un majestuoso vuelo, o bien como unas manos
en ofrenda de una mercancía que debía salir del fuego, bien horneada.
Aunque, mi recuerdo preferido está dedicado a la noche de Año Nuevo. Cada
treinta y uno de diciembre, se organizaba una magnífica sinfonía cuyos
instrumentos musicales eran las sirenas de los barcos, aparcados en La Naval.
La ría seguía su eterno camino con la misma conjunción, unión conyugal entre
la figura de una feminidad susurrante, con el bravío y masculino mar
Cantábrico, este flujo sale airoso por el Abra donde ya, la mercancía es otra
y los barcos petroleros conviven con cruceros y otros individuales de recreo y ostentación.
A diario, en el atardecer, podemos sumergir y evadirnos, ante el coro de los remeros,
que durante su entrenamiento emiten un sonido sordo y sincronizado,
al unísono corean: Euhp… Euhp.
Contemplo desde el balcón la marea en su reposo,
es un flujo poco turbulento con una suave y tranquila agitación.
Esta ría anclada en mi vida me acompaña con nostalgia y
me hace rememorar viejos recuerdos de mi juventud.
Esta corriente atraviesa la ciudad, transcurre arropando dos orillas también
denominadas “márgenes” que representan vidas propias y diferentes.
La margen izquierda reforzando sus raíces, era zona de producción, donde
pernoctaban los trabajadores y las clases más humildes, enfrentados en fondo y forma
con el espacio denominado margen derecha, donde habitaban los más
pudientes, dueños de las fábricas y desde sus aposentos contemplaban el mar
y controlaban también sus posesiones.
Bullen con ardor evanescente mis pensamientos, que me trasladan a hechos
lugares y citas… viejas reliquias nubladas mientras la emoción del recuerdo
muta en óxido. Añoranza en estado puro y puede cortarse con cizalla, al igual
que una lámina de acero.
Por esta margen izquierda dejó su siniestra huella la mal llamada “reconversión
industrial” donde en el yermo surgía un mundo de drogas, desempleo y
pobreza. En su tela trabajaba la araña de la degradación absorbiendo cualquier
cosa pegada a su férreo hilo trenzado.
Ese enorme deterioro nos muestra un paisaje desolado y se observa en
algunos restos que se mantienen como recuerdo que por alguna desconocida
razón reflejan una imagen sublime, tránsito de la vida a la muerte, belleza muy
especial, esta de harapos que visten otros tiempos ya vividos.
Fábricas abandonadas con grafitis bordados en toscas arpilleras y gabarras que han
sido carcomidas por un enjambre de polillas.
¡Cuántas vidas caben en el espacio de una ría que vive mirando la luna! en este
paraje extraño, se erige un gracioso y elegante puente que se abría por la
mitad y al elevarse sus puertas, parecía un ave gigante desplegando sus
enormes alas y emprendiendo un majestuoso vuelo, o bien como unas manos
en ofrenda de una mercancía que debía salir del fuego, bien horneada.
Aunque, mi recuerdo preferido está dedicado a la noche de Año Nuevo. Cada
treinta y uno de diciembre, se organizaba una magnífica sinfonía cuyos
instrumentos musicales eran las sirenas de los barcos, aparcados en La Naval.
La ría seguía su eterno camino con la misma conjunción, unión conyugal entre
la figura de una feminidad susurrante, con el bravío y masculino mar
Cantábrico, este flujo sale airoso por el Abra donde ya, la mercancía es otra
y los barcos petroleros conviven con cruceros y otros individuales de recreo y ostentación.
A diario, en el atardecer, podemos sumergir y evadirnos, ante el coro de los remeros,
que durante su entrenamiento emiten un sonido sordo y sincronizado,
al unísono corean: Euhp… Euhp.