Reto a Pelo: Día odioso de la semana
Publicado: Mar, 19 Mar 2024 18:15
No hay un día que me siente peor que un domingo. Y antes de ayer se llevó la palma: dolor y más dolor. Aquí va mi respuesta a Don Armilo.
07:00 horas: la cama tiene pinchos.
Cuando despiertes
¿Estaré sola de nuevo?
Una cadena de luz sostiene
el vuelo sobre el hielo frío
y el volcán rugiente.
Estoy mal, amor.
Soy prisionera de un cuerpo
que no me responde.
una vida me tiene,
con la otra sueño
y estoy en el puente
—sobre el río—
mirando cómo pasa el cielo.
Pensar en ti me da vida
Y la esperanza de un futuro brutal.
12:00 horas: segundo café de la mañana. Renuncio a comer en mi cabaña. Hoy toca descansar.
Sobre mis labios caen tus palabras
como chocolate caliente
que me llena de salud
de alegría,
de calor que anticipa primaveras,
flores blancas en el almendro,
el olor de los geranios,
el susurro de los grillos
en la noche de verano.
Y todo esto en pleno invierno, sin sol, sin luna, entre brumas y suelos sucios de barro y cristales rotos que amenazan con anticipar la invalidez de la enfermedad y el dolor de tu perdida.
14:00 horas: la comida en el plato sin tocar.
Es domingo de dolor y pienso en el cuento del desierto azul.
Me sostienen tus palabras para no caer en el barro oscuro.
¡Eres tan cabrón, amor, que no tenías otra historia que contarme?
Matarme a carcajadas con el calor no tiene precio:
Miré el reloj: tres horas caminando. Incluso aunque no fuera por un desierto azul ya estaría cansado. Me seco el sudor y resoplo.
¡Valiente aventura!
Perderme en un desierto. ¡Vaya calor!
Continúo caminando.
En el horizonte de dunas se recorta una silueta.
Lo mismo puede ser un nativo o una polla en vinagre.
Aprieto el paso para llegar cuanto antes.
Oscurece cuando consigo llegar hasta ella.
Era un cartel:
Se encuentra usted en el centro del desierto.
Me dejo caer al suelo desolado.
Soñaba con una bota llena de tinto.
De la arena azul ascendieron remolinos,
cobraron formas humanas,
animales,
monstruos con zarpas, garras, muñones…
se lanzaron contra mí, indefenso en el suelo.
Iba a ser devorado a tiempo
—pero no—
ni la muerte me quiere ya.
—No me extraña —dije yo—. Eres un hereje total.
Las dunas del desierto comenzaron a colorearse a cuadros blancos y rojos, cruzados por rayas negras.
Tú no has estado allí y, no tienes ni idea de que el desierto es una masa ingente de seres que enloquecen para robar las camisas a los cuerdos porque, a pesar del calor, siempre tienen frío.
20:00 horas: termino el domingo con algunas llamadas que tenía pendientes. Y pienso mientras cierro estas líneas en:
Que no es más que un día pintado de gris;
una mañana para consumir, indolente, la vida;
una tarde cualquiera
para pellizcarse la piel del corazón,
y abrirlo
y vaciarlo.
Pero las noches de domingo bañadas en plomo
la colman a una de una extraña pereza
que hace difícil explorar el corazón.
07:00 horas: la cama tiene pinchos.
Cuando despiertes
¿Estaré sola de nuevo?
Una cadena de luz sostiene
el vuelo sobre el hielo frío
y el volcán rugiente.
Estoy mal, amor.
Soy prisionera de un cuerpo
que no me responde.
una vida me tiene,
con la otra sueño
y estoy en el puente
—sobre el río—
mirando cómo pasa el cielo.
Pensar en ti me da vida
Y la esperanza de un futuro brutal.
12:00 horas: segundo café de la mañana. Renuncio a comer en mi cabaña. Hoy toca descansar.
Sobre mis labios caen tus palabras
como chocolate caliente
que me llena de salud
de alegría,
de calor que anticipa primaveras,
flores blancas en el almendro,
el olor de los geranios,
el susurro de los grillos
en la noche de verano.
Y todo esto en pleno invierno, sin sol, sin luna, entre brumas y suelos sucios de barro y cristales rotos que amenazan con anticipar la invalidez de la enfermedad y el dolor de tu perdida.
14:00 horas: la comida en el plato sin tocar.
Es domingo de dolor y pienso en el cuento del desierto azul.
Me sostienen tus palabras para no caer en el barro oscuro.
¡Eres tan cabrón, amor, que no tenías otra historia que contarme?
Matarme a carcajadas con el calor no tiene precio:
Miré el reloj: tres horas caminando. Incluso aunque no fuera por un desierto azul ya estaría cansado. Me seco el sudor y resoplo.
¡Valiente aventura!
Perderme en un desierto. ¡Vaya calor!
Continúo caminando.
En el horizonte de dunas se recorta una silueta.
Lo mismo puede ser un nativo o una polla en vinagre.
Aprieto el paso para llegar cuanto antes.
Oscurece cuando consigo llegar hasta ella.
Era un cartel:
Se encuentra usted en el centro del desierto.
Me dejo caer al suelo desolado.
Soñaba con una bota llena de tinto.
De la arena azul ascendieron remolinos,
cobraron formas humanas,
animales,
monstruos con zarpas, garras, muñones…
se lanzaron contra mí, indefenso en el suelo.
Iba a ser devorado a tiempo
—pero no—
ni la muerte me quiere ya.
—No me extraña —dije yo—. Eres un hereje total.
Las dunas del desierto comenzaron a colorearse a cuadros blancos y rojos, cruzados por rayas negras.
Tú no has estado allí y, no tienes ni idea de que el desierto es una masa ingente de seres que enloquecen para robar las camisas a los cuerdos porque, a pesar del calor, siempre tienen frío.
20:00 horas: termino el domingo con algunas llamadas que tenía pendientes. Y pienso mientras cierro estas líneas en:
Que no es más que un día pintado de gris;
una mañana para consumir, indolente, la vida;
una tarde cualquiera
para pellizcarse la piel del corazón,
y abrirlo
y vaciarlo.
Pero las noches de domingo bañadas en plomo
la colman a una de una extraña pereza
que hace difícil explorar el corazón.
Y se hace insoportable cualquier figura atrapada en la ventana.
Dime tan solo una cosa, amor:
cuando despiertes
¿Estaré sola de nuevo?
cuando despiertes
¿Estaré sola de nuevo?