El raro caso de Timothy McVeigh.

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Gustavo Cavicchia
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El raro caso de Timothy McVeigh.

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Sé de un hombre oriundo de Tennessee de los alrededores de Nashville que por aquellos años comenzó a tener problemas en una de sus piernas. Primero perdió la sensibilidad de la rodilla a la ingle, luego la fuerza del muslo a la pantorrilla tal que así comenzó a deambular arrastrando su pierna muerta por todos los lugares que frecuentaba, por la casa, por los parques aledaños, por su trabajo. Era técnico dental en la Small Dental Centers se ufanaba de ser el responsable de que una gran cantidad de niños norteamericanos, gracias a sus hábiles manos, disfrutaran de magnificas pequeñas sonrisas. De su pierna sólo conservó algo de movimiento en el primer dedo de su pie derecho.​

Un mañana el encargado de la clínica dental lo llamo por su nombre; le dijo _ ¡oye Timothy por el amor del cielo hazte ver por un doctor pareces un maldito lisiado,!_ y Timothy se tomó el resto de la tarde para ir al médico.​

Al concurrir derivado por el seguro de salud de la empresa el doctor hizo evidente su preocupación por tan manifiestos síntomas que atribuyo su origen a un caso naturalmente neurológico y sin dilaciones solicito los estudios adecuados, como así también, la urgente internación del hombre en el Nashville General Hospital. Claro está que antes el galeno regaño a su paciente por ser tan poco aprensivo con su dolencia.​

Se le diagnostico un gran tumor cerebral localizado en su lóbulo frontal izquierdo al ver los estudios la Dra. Elizabeth Blackwell le comunico al hombre;​ – amigo, hare lo que pueda, óyeme, seré clara contigo; hay una gran masa metida en tu cabeza, no sé si podré retirar esa cosa sin causar más daño del que ya tienes,- volvió a mirar las radiografías forzando la vista hasta el mínimo detalle, luego miro nuevamente a Timothy a los ojos con sus fríos ojos celestes de grandes pupilas hendidas; y después de una leve duda que mostro como un temblorcillo en su labio inferior casi imperceptible le pregunto, – ¿tienes mujer… tienes hijos? – Timothy se sonrojo lo suficiente como para que la rubicundez de sus cachetes fuera evidente y le respondió, – no doctora, soy soltero y no tengo hijos,- es mejor, es mucho mejor así-, dijo la cirujana.

– ¡Dra. Blackwell! – exclamo la enfermera y primera ayudante de quirófano, – ¿¡eso es el tumor!?, -sí enfermera Dix,- respondió la médica y agrego eufórica,- me lleven los mismísimos mil diablos en mis 23 años de neurocirujana jamás vi algo así, ¡mira Dorotea!, ¡mira esta cosa!, ¡es una piedra, una maldita piedra gigante encajada en el cuerpo calloso de este desgraciado cerebro,! eeeps… debo tener cuidado con la arteria silviana, bien, parece ser que no está adherida a la cápsula del tumor… si, no… ¡ gracias a dios!

Cuando la Dra. levanto el tumor hacia las potentes luces del quirófano todos quienes estaban allí vieron como Elizabeth Blackwell retiraba del pobre y dormido Timothy McVeigh con su cabeza abierta de zapallo anaranjado y roto al medio un inmenso y luminoso diamante en bruto…​

– ¿de cuántos quilates cree usted que tiene? – pregunto, la enfermera primera ayudante, – no lo sé Dorotea, no lo sé – respondió la doctora Blackwell , – pero puede pesar unas dieciocho onzas tal vez más.-

Con el rostro iluminado por los destellos magníficos de la gema la Dra. Blackwell dio vuelta su cara que servía de marco a lo que podía ser la más amplia sonrisa que jamás dicha mujer tuvo en su vida,​ – pero vamos a pesarlo ahora mismo para saberlo Dorotea- y Dorotea Dix bajo la vista profundamente enamorada de los ojos apasionados y encendidos de la Dra. Blackwell.

Timothy después de una larga convalecencia y de meses de rehabilitación logro movilizar aceptablemente su pierna derecha, nunca volvió a su trabajo. Vive ahora de un subsidio del estado, nunca comprendió muy bien que le paso en la cabeza y nunca pregunto. En realidad se siente afortunado después de todo pero casi no habla, todavía cojea.​

Hoy la enfermera Dorotea Dix y la Dra. Elizabeth Blackwell viajan dando estupendas disertaciones de neurología quirúrgica en las universidades mas prestigiosas del mundo. Llevan a sus exposiciones el diamante de más de 402 quilates con la seguridad necesaria que ese valiosísimo objeto requiere, todo, por supuesto, muy bien documentado ya que el caso que disertan es de una extrañeza supina.​

Parece ser que la Dra. Blackwell al fin es feliz.

No descarta pedirle a Dorotea un casamiento formal.

Cosas como estas pasan todo el tiempo en Tennessee a los alrededores de Nashville.​

[ Dedicado a Isaac Asimov.]
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