Breve aspecto histórico de la sexualidad paraguaya

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Óscar Distéfano
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Breve aspecto histórico de la sexualidad paraguaya

Mensaje sin leer por Óscar Distéfano »

Breve aspecto histórico de la sexualidad paraguaya

Este pequeño país está ubicado en el corazón de Sudamérica, en una boscosa zona mediterránea del continente («Una isla rodeada de tierra», como había dicho Augusto Roa Bastos, premio Cervantes), que logró su independencia de España en la madrugada del 15 de mayo de 1811, luego de una colonización desatinada por súbditos que se comportaron como piratas en cuanto a la codicia y la concupiscencia.
Su capital, originalmente constituida como un fuerte militar el 15 de agosto de 1537, recibió el nombre oficial de La Muy Noble y Leal Ciudad de Nuestra Señora Santa María de la Asunción, en su acta de fundación, fechada el 16 de septiembre de 1541.
Aquí, Domingo Martínez de Irala, el vasco, teniente gobernador general de Asunción, no solo convivió con varias concubinas, sino que además permitió que todos los españoles que quisieran, también vivieran con varias mujeres indígenas conformando una especie de harén de mujeres originarias (cuyos padres, hermanos y otros varones), por miedo, observaban con sumisión el sometimiento sexual de sus mujeres más púberes), lo que le valió la crítica de las autoridades religiosas, quienes para dejar mal parado al gobernador ante el rey, llegaron a comentarle que rebautizaron la ciudad de Asunción con el nombre de «Paraíso de Mahoma».

Consecuentemente, el vasco tuvo gran descendencia mestiza, que fue base de la población del Paraguay. Sus hijas fueron entregadas en matrimonio a diferentes conquistadores también con el espíritu de establecer alianzas y equilibrios entre las distintas facciones de la primitiva Asunción.
El testamento del conquistador del 13 de marzo de 1556 expresa lo siguiente:

Digo y declaro y confieso que yo tengo y Dios me ha dado en esta provincia ciertas hijas y hijos que son: Diego Martínez de Irala y Antonio de Irala y doña Ginebra Martínez de Irala, mis hijos y de María mi criada, hija de Pedro de Mendoza, indio principal que fue desta tierra; y doña Marina de Irala, hija de Juana mi criada; y doña Isabel de Irala, hija de Águeda, mi criada; y doña Úrsula de Irala, hija de Leonor, mi criada; y Martín Pérez de Irala, hijo de Escolástica, mi criada; e Ana de Irala, hija de Marina, mi criada; y María, hija de Beatriz, criada de Diego de Villalpando, y por ser como yo los tengo y declaro por mis hijos y hijas y portales he casado a ley y a bendición, según lo manda la Santa Madre Iglesia [...]

Según el genealogista Narciso Binayán Carmona:

El conquistador español Domingo Martínez de Irala tuvo gran descendencia mestiza guaraní, cuyas hijas fueron entregadas en matrimonio a diferentes conquistadores, de cuya estirpe descienden muchos de los próceres de Mayo y grandes personajes argentinos y paraguayos, algunos de los cuales son: Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Remedios de Escalada de San Martín, José Gaspar Rodríguez de Francia, Victoria Ocampo, Bernardo de Irigoyen, Facundo Solano López, Alfredo Stroessner Matiauda, Adolfo Bioy Casares y Ernesto el Che Guevara, entre otros.

Estos comportamientos hispanos marcaron a fuego la manera de ver el mundo de los descendientes mestizos paraguayos. A partir de esa naturalización de la práctica sexual y del cruce de razas, los varones consideraban un orgullo tener muchas mujeres y muchos hijos. La palabra «gaucho» quedó como sinónimo de hombre viril, de éxito con las mujeres, de rendimiento de gran semental, y como admiración del pueblo fueron considerados hombres útiles a la patria.

Luego, la historia nos dice que el Paraguay fue casi destruido por dos feroces guerras internacionales (1864 y 1932), causadas por los intereses imperiales británicos, y numerosas revoluciones internas sangrientas motivadas por las ambiciones de poder de sus coterráneos.
Estos fatídicos sucesos —que mermaron considerablemente la población masculina— endurecieron la creencia de que las mujeres, para repoblar la patria, estaban obligadas a aceptar los «cuernos», la bigamia, coincidiendo a veces que la esposa y la amante parían hijos casi en las mismas fechas, y creándose el hecho curioso de que se creaban amistades entre ellas. Nació, entonces, una verdad social tácita e indiscutible: el adulterio del hombre era minimizado; mientras que el de la mujer, vilipendiado hasta el hecho de permitírsele al varón los castigos corporales y hasta el homicidio de la adúltera, con leves consecuencias judiciales para él.

Con los años ha vuelto a levantarse de un entorno que podría calificarse de caserío; y aún años después podían encontrarse numerosas «aldeas» desparramadas por los alrededores de Asunción, que luego fueron convertidas en barrios.
Se encontraban en estos barrios todos los elementos de una existencia perfecta, auténtica. Ahí estaba su parroquia para el culto, su sacerdote a quien se podía consultar hasta de las extravagancias de la fe y de las supersticiones. Estaban los dos clubes rivales para reunirse, para realizar las fiestas paganas y religiosas, para rivalizar en el arte de la pelota (se dice que el fútbol fue creado por los guaraníes); estaba el centro de salud (manejados en principio por curanderos, hasta que aparecieron los primeros boticarios y enfermeros). Ahí la vida estaba ordenada en sus principales componentes de «sociedad civilizada». Cada hombre y cada mujer tenían su actividad, su historia de vida y por sobre todo, la responsabilidad de procrear ante el peligro existencial de la república.

Ahí, en esas pequeñas comunidades se conocían los caracteres, las extravagancias, los defectos temperamentales, las enemistades, los amores y casamientos y separaciones, mientras se traían hijos al mundo por doquier. Ahí la vida había echado sus raíces en los años de haberse organizado; ahí habían surgido costumbres, historias de crímenes pasionales, leyendas de heroísmos guerreros prendidas en las memorias de los ancianos.
Y algunas de las peculiaridades que marcaron el comportamiento de sus habitantes era el terrible calor (obligando a las mujeres a vestirse con ropas muy ligeras, hecho que incentivaba la calentura de los hombres), calor que empezaba en primavera y terminaba en otoño, las lluvias torrenciales en su mayoría peligrosas por la formación de repentinos y feroces raudales, la vida casi al aire libre (se dormía mucho en los patios, bajo los árboles o bajo las enramadas, en hamacas que resguardaban de ataques de víboras y alacranes, y facilitaban las visitas clandestinas), la belleza de su vegetación exuberante, y esa genética indígena de sumisión, porque en este país los españoles habían hecho parir hijos a las nativas como conejos.

De ahí que la mujer paraguaya estaba limitada en muchos aspectos. Para la mayoría, su destino era concubinarse y ser madre. Las otras, las que trabajaban fuera de la casa solían desempeñarse nada más que como maestras, enfermeras o secretarias (acosadas sexualmente todo el tiempo). Sin embargo, en época reciente, quién sabe por qué razón evolutiva, en el corazón y la razón de las mujeres, germinaba un nuevo ánimo, una nueva sensibilidad, un renacer de sueños y esperanzas que buscaban convertirse en nuevos modos de vida, sueños y esperanzas que provenían de sociedades más avanzadas gracias al progreso, a la modernización de los medios de comunicación: a las radios, al cinematógrafo, a los periódicos y a la incipiente televisión. Pero, en la sociedad paraguaya quedó grabado con hierro candente la filosofía de vida del español Domingo Martínez de Irala: la práctica libre del sexo, la mezcla con las nativas sin ataduras morales, a pesar de la lucha desesperada de algunos eclesiásticos por inculcar el vínculo sagrado del matrimonio y, por ende, la monogamia. Así, pues, podríamos endilgar a don Domingo Martínez de Irala y Albisua Toledo (Vergara de la Hermandad de Guipúzcoa, Corona de Castilla, 1509 - Asunción del Paraguay, Virreinato del Perú, 3 de octubre de 1556), el vasco, el título de: Guía de la sexualidad paraguaya.


La compasión es la manifestación civilizada del desprecio.



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Ana García
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Re: Breve aspecto histórico de la sexualidad paraguaya

Mensaje sin leer por Ana García »

Óscar,
Acabo de leer, de un tirón, este interesante relato sobre la sexualidad y fertilidad de Paraguay.
Muy bien escrito como es tu costumbre.
Qué buena saga literaria conseguirías si lo entendieras hasta nuestros días, sobre todo con el acicate que supone la ascendencia del Che.
Los datos aportados no entorpecen la lectura y eso es todo un arte.
Muy, muy bueno.
Te felicito.
Un abrazo.
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