La gente no lee en estos días y cuando lo hace se deja llevar por las prisas, como si una obra solo tuviera el valor de un instante, no pudiera proyectarse a un mañana. La cosa empeora cuando hablamos de poesía, casi nadie la ama porque no quiere conocerla, apenas hay coplas en la calle, eso que hacía que, incluso iletrados, pudieran apreciar la hondura de Bécquer o Machado.
Nunca fui partidario de los comentarios de texto ortodoxos, pero sí de una lectura reposada que posibilitara sopesar lo que un autor perseguía y lo que consiguió. Muchas veces comprobamos que, por suerte, al autor se le iba de las manos la criatura y creaba referentes universales a raíz de analizar lo que la vida le mostraba en su vivir cotidiano.
Hemos vuelto a la España de los turnos de partido y, en cierta forma, tenemos una dictadura encubierta pactada, en un principio, por cuatro años. De otra forma no podemos entender que Mambrú se fuera a la guerra de Irak o que hayamos traicionado al débil pueblo saharaui para ganarnos las simpatías de un tirano.
*** *** *** *** ***
/align]
No sé, Enrique, cuántos ruegos al olvido pueden acumularse en una canción de amor que pasa y se recuerda. Cohen era demasiado adulto cuando publica su mítico primer disco, cuando, en la prolongación de las sombras más dolorosas que arrastra, encuentra un camino que no puede llevarle a ningún lugar si no es a través de un llanto que no será comprendido; contraindicado para los depresivos, dijo algún crítico avispado, y su frase halló fortuna mientras coronaba al poeta como el señor de los tristes. Quizás "Las canciones de Leonard Cohen" luche en su indefensión por ser aclamado como el mejor disco debutante de la historia; amores que duelen más allá del amor y de la herida, perdedores y perdidos que funden su falta de esperanza con un lamento interminable y la aceptación de que perderán siempre en cada victoria ante un mundo hecho a la medida de los otros, calles que nos roban el sueño cuando dormir es un privilegio de los inconscientes que se niegan a mirar por la ventana, plegarias que no serán escuchadas por un dios que quiso perder el oído para no ver nuestras caídas en un paraíso mustio y doloroso, el recuerdo de Antonio Machado cuando dice que, de todos los Jesucristos, se queda con el que anduvo por la mar.
Un abrazo, Enrique. Gracias.
/align]
No sé, Enrique, cuántos ruegos al olvido pueden acumularse en una canción de amor que pasa y se recuerda. Cohen era demasiado adulto cuando publica su mítico primer disco, cuando, en la prolongación de las sombras más dolorosas que arrastra, encuentra un camino que no puede llevarle a ningún lugar si no es a través de un llanto que no será comprendido; contraindicado para los depresivos, dijo algún crítico avispado, y su frase halló fortuna mientras coronaba al poeta como el señor de los tristes. Quizás "Las canciones de Leonard Cohen" luche en su indefensión por ser aclamado como el mejor disco debutante de la historia; amores que duelen más allá del amor y de la herida, perdedores y perdidos que funden su falta de esperanza con un lamento interminable y la aceptación de que perderán siempre en cada victoria ante un mundo hecho a la medida de los otros, calles que nos roban el sueño cuando dormir es un privilegio de los inconscientes que se niegan a mirar por la ventana, plegarias que no serán escuchadas por un dios que quiso perder el oído para no ver nuestras caídas en un paraíso mustio y doloroso, el recuerdo de Antonio Machado cuando dice que, de todos los Jesucristos, se queda con el que anduvo por la mar.
Un abrazo, Enrique. Gracias.
