Bibliofilia
Publicado: Mié, 06 Dic 2023 4:39
Bibliofilia
Nosotros, los bibliófilos, amamos los libros con pasión incandescente. Miramos con orgullo las portadas, pesamos con deleite cada tomo, acariciamos suavemente cada página, escrutamos incluso la tipografía que nos lleva por los laberintos de la intriga. Deseamos poseer muchos volúmenes. Quizás porque la niebla nos tiene secuestrados en las habitaciones del vacío y en ellas cada obra con su código es una dulce aliada y solidaria.
Necesitamos siempre resolver la ecuación que nos dice cuántos libros hemos leído de un tirón, cuántos hemos dejado a la mitad y cuántos siguen durmiendo en sus estantes, esperando nuestras manos, libertadoras de ese sueño sumergido en reinos enigmáticos de vibrante fantasía. En sus anaqueles de madera, de acero o de cristal... o de metacrilato hibernan en quietud los títulos queridos por años y por décadas, por siglos y milenios. Bostezan cuando nadie los hojea. Sonríen si reciben un elogio, miradas de soslayo o viajan en tranvías, en barcos o en aviones para ser leídos con ardor, pasión desenfrenada, lujuria intelectual, lascivia paleolítica, adormecimiento de la angustia, curiosidad innata. Cada libro que puebla nuestras vidas nos dota de recursos para salir indemnes del vacío, hacer frente al desgarro de la muerte, acompañar la soledad o rescatarnos de una densa tristeza que nos ata a un conjuro primitivo. Así las bibliotecas en las casas son castillos que habitan en la bruma y cada madrugada desafían a los terrores más atávicos.
Ana Muela Sopeña
Nosotros, los bibliófilos, amamos los libros con pasión incandescente. Miramos con orgullo las portadas, pesamos con deleite cada tomo, acariciamos suavemente cada página, escrutamos incluso la tipografía que nos lleva por los laberintos de la intriga. Deseamos poseer muchos volúmenes. Quizás porque la niebla nos tiene secuestrados en las habitaciones del vacío y en ellas cada obra con su código es una dulce aliada y solidaria.
Necesitamos siempre resolver la ecuación que nos dice cuántos libros hemos leído de un tirón, cuántos hemos dejado a la mitad y cuántos siguen durmiendo en sus estantes, esperando nuestras manos, libertadoras de ese sueño sumergido en reinos enigmáticos de vibrante fantasía. En sus anaqueles de madera, de acero o de cristal... o de metacrilato hibernan en quietud los títulos queridos por años y por décadas, por siglos y milenios. Bostezan cuando nadie los hojea. Sonríen si reciben un elogio, miradas de soslayo o viajan en tranvías, en barcos o en aviones para ser leídos con ardor, pasión desenfrenada, lujuria intelectual, lascivia paleolítica, adormecimiento de la angustia, curiosidad innata. Cada libro que puebla nuestras vidas nos dota de recursos para salir indemnes del vacío, hacer frente al desgarro de la muerte, acompañar la soledad o rescatarnos de una densa tristeza que nos ata a un conjuro primitivo. Así las bibliotecas en las casas son castillos que habitan en la bruma y cada madrugada desafían a los terrores más atávicos.
Ana Muela Sopeña