Atención. Palabras en huelga
Publicado: Dom, 17 Sep 2023 12:21
...
–Buenos días, ¿tiene usted libros de poemas?
–¡Por supuesto! Tengo cientos –sonrió el librero–, mire en la sección de congelados.
–Ya, pero preferiría producto fresco.
–Le comprendo. El fresco apenas nos llega, resulta escasísimo y está por las nubes.
–Ya –contestó el hombre con cara de resignación.
Debe ser eso, que la poesía está por las nubes y apenas caen algunas gotas en los secos campos del papel, pensó el hombre.
–Los poetas parecen cansados de sí mismos, meten la mano en la caja de las palabras como el que la mete en el cajón del pan, a ver qué encuentran entre migas y corruscos secos de anteayer. Palabrería —dijo el librero.
…
Generalmente hablamos mal y, en consecuencia, no escribimos mejor. Es una vana creencia pensar que serán las propias palabras las que salvarán nuestro decir, porque las palabras solo son lo que son: signos que sin la asistencia y orientación del pensamiento no significan nada. Se dejan colocar dócilmente donde decidimos, y ahí, apretadas unas con otras, dicen lo que buenamente pueden decir, aunque se atropellen entre ellas.
Recuerdo la sensación incómoda de estar inmerso en un maizal sin perspectiva; camines hacia donde camines solo encuentras cañas indiferenciables. Cuando sales, solo recuerdas confusión. Así es la palabrería.
La editorial Oxford Languages ofrece, para mi gusto, la definición más acertada de palabrería, muy ajustada a la misión que debe ofrecer un diccionario descriptivo:
Abundancia de palabras sin sustancia ni utilidad.
Me parece más acertada, por descriptiva, que la definición del diccionario de la RAE, que dice:
Abundancia de palabras vanas y ociosas.
La encontramos cada día en los medios de comunicación, en los parlamentos, en las relaciones sociales y, cómo no, en la literatura. Sobran cañas y falta maíz. La poesía no es una excepción. Entramos en poemas que resultan verdaderos maizales, llenos de palabras
sin sustancia ni utilidad para el propósito que se le supone a un poema. Las cañas ocultan las mazorcas, en el caso de haberlas.
Ociosas, dice la RAE, sí, lo son también porque aparecen aquí o allá según sopla el viento en el poeta; indolentes, podrían estar en cualquier otro lugar. Vanas, dice también, sí, porque están vacías de contenido, sin solidez concordante con el lugar que ocupan; huecas, sin semilla, solo cáscara. En consecuencia, difícilmente podrán germinar.
La incomunicación está cada día más presente en nuestras vidas y en cambio impera la necesidad de expresarnos. En esta dicotomía, sufrimos una clase de urgencia contenida de la que surge la pobreza de nuestro modo de expresarnos por una ausencia de elaboración del qué decir y del cómo decir; así, pensamos que, rizando el rizo, emparentando las palabras en sus más enrevesadas formas, serán ellas por sí mismas las que se expresen por nosotros. Imposible misión les pedimos.
Conviene que el pensamiento del poeta se reinterprete a sí mismo en la búsqueda de la representación de aquello que pretende expresar; o sea, un viaje con honestidad emocional y creativa o el Arte se descompone sin estructura que lo sustente hasta quedar en un mero ejercicio vacío de intencionalidad, a la espera de que, «espontáneamente», la representación formulada sea consistente. La consistencia no la dan los ladrillos o el cemento, la da la voluntad del pensamiento del arquitecto en ejercicio, los cimientos, las columnas, los arquitrabes están en lo intangible del pensamiento y no en el acero y el cristal con los que se materializa la representación, la obra.
Personalmente, temo caer en la palabrería porque, como ya he dicho en alguna ocasión, el poeta debe cuidar y cuidarse de las palabras para no acabar diciendo lo que ellas dicen, sino lo que el poeta quiere decir.
No nos extrañe que cualquier día las palabras se pongan en huelga para exigir al autor la dignidad que les niega, para exigir mejores condiciones gramaticales, mejor salario semántico, espacio que no las apretuje, cansadas ya del contorsionismo ultra al que se ven obligadas, plagadas de esguinces por el abuso del autor en busca de significados que no pueden dar. Posiblemente ni siquiera anuncien la convocatoria, quizá ni nos enteremos del hecho hasta que un día percibamos que el lenguaje se ha convertido en una clave insondable promovida por el pensamiento inacabado. Entonces todo valdrá, o todo no valdrá nada.
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–Buenos días, ¿tiene usted libros de poemas?
–¡Por supuesto! Tengo cientos –sonrió el librero–, mire en la sección de congelados.
–Ya, pero preferiría producto fresco.
–Le comprendo. El fresco apenas nos llega, resulta escasísimo y está por las nubes.
–Ya –contestó el hombre con cara de resignación.
Debe ser eso, que la poesía está por las nubes y apenas caen algunas gotas en los secos campos del papel, pensó el hombre.
–Los poetas parecen cansados de sí mismos, meten la mano en la caja de las palabras como el que la mete en el cajón del pan, a ver qué encuentran entre migas y corruscos secos de anteayer. Palabrería —dijo el librero.
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Generalmente hablamos mal y, en consecuencia, no escribimos mejor. Es una vana creencia pensar que serán las propias palabras las que salvarán nuestro decir, porque las palabras solo son lo que son: signos que sin la asistencia y orientación del pensamiento no significan nada. Se dejan colocar dócilmente donde decidimos, y ahí, apretadas unas con otras, dicen lo que buenamente pueden decir, aunque se atropellen entre ellas.
Recuerdo la sensación incómoda de estar inmerso en un maizal sin perspectiva; camines hacia donde camines solo encuentras cañas indiferenciables. Cuando sales, solo recuerdas confusión. Así es la palabrería.
La editorial Oxford Languages ofrece, para mi gusto, la definición más acertada de palabrería, muy ajustada a la misión que debe ofrecer un diccionario descriptivo:
Abundancia de palabras sin sustancia ni utilidad.
Me parece más acertada, por descriptiva, que la definición del diccionario de la RAE, que dice:
Abundancia de palabras vanas y ociosas.
La encontramos cada día en los medios de comunicación, en los parlamentos, en las relaciones sociales y, cómo no, en la literatura. Sobran cañas y falta maíz. La poesía no es una excepción. Entramos en poemas que resultan verdaderos maizales, llenos de palabras
sin sustancia ni utilidad para el propósito que se le supone a un poema. Las cañas ocultan las mazorcas, en el caso de haberlas.
Ociosas, dice la RAE, sí, lo son también porque aparecen aquí o allá según sopla el viento en el poeta; indolentes, podrían estar en cualquier otro lugar. Vanas, dice también, sí, porque están vacías de contenido, sin solidez concordante con el lugar que ocupan; huecas, sin semilla, solo cáscara. En consecuencia, difícilmente podrán germinar.
La incomunicación está cada día más presente en nuestras vidas y en cambio impera la necesidad de expresarnos. En esta dicotomía, sufrimos una clase de urgencia contenida de la que surge la pobreza de nuestro modo de expresarnos por una ausencia de elaboración del qué decir y del cómo decir; así, pensamos que, rizando el rizo, emparentando las palabras en sus más enrevesadas formas, serán ellas por sí mismas las que se expresen por nosotros. Imposible misión les pedimos.
Conviene que el pensamiento del poeta se reinterprete a sí mismo en la búsqueda de la representación de aquello que pretende expresar; o sea, un viaje con honestidad emocional y creativa o el Arte se descompone sin estructura que lo sustente hasta quedar en un mero ejercicio vacío de intencionalidad, a la espera de que, «espontáneamente», la representación formulada sea consistente. La consistencia no la dan los ladrillos o el cemento, la da la voluntad del pensamiento del arquitecto en ejercicio, los cimientos, las columnas, los arquitrabes están en lo intangible del pensamiento y no en el acero y el cristal con los que se materializa la representación, la obra.
Personalmente, temo caer en la palabrería porque, como ya he dicho en alguna ocasión, el poeta debe cuidar y cuidarse de las palabras para no acabar diciendo lo que ellas dicen, sino lo que el poeta quiere decir.
No nos extrañe que cualquier día las palabras se pongan en huelga para exigir al autor la dignidad que les niega, para exigir mejores condiciones gramaticales, mejor salario semántico, espacio que no las apretuje, cansadas ya del contorsionismo ultra al que se ven obligadas, plagadas de esguinces por el abuso del autor en busca de significados que no pueden dar. Posiblemente ni siquiera anuncien la convocatoria, quizá ni nos enteremos del hecho hasta que un día percibamos que el lenguaje se ha convertido en una clave insondable promovida por el pensamiento inacabado. Entonces todo valdrá, o todo no valdrá nada.
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