Ecos de dulce amor y extravío
Publicado: Mar, 27 Jun 2023 11:17
I
Algunas veces fuimos cometas,
en los cielos saltarines
de la profunda alegría.
Regábamos con el agua
del entusiasmo,
la tierra de los girasoles
rendidos.
En un mundo abrasado
por el fuego de la intolerancia,
quisimos ser escudos
de paz y de equidad.
¡Nos llamaron soñadores!
Otras veces, en lunas frías,
nos alejábamos del lucero
siendo copiosa lluvia
de sutiles egoísmos,
pero la fuerza del amor
detenía el diluvio.
Y retornábamos a la luz,
reconociendo la imperfección.
Sombras caídas.
II
¿Recuerdas, amor, aquel banco
de roca y su inscripción
tallada?
Lo vimos en el claroscuro
de los olmos
y nos invadió su magia,
su misterio.
Acercándonos, leímos
con voz suave:
“Sucumbirán los bosques
si los amados no velan
por la bondad del amor.
Jamás permitas, entonces,
que perezca ese fuego celeste
y con él, las hojas.”
Estaba allí,
ese mensaje oculto
para ser develado
sobre el amor inalterable,
el amor que vence a los truenos
y a los miedos,
el amor que trasciende
a la opaca materia,
y con belleza de espíritu
en el rocío, se refleja.
Un presagio que ahora
comprendo, tras la llaga
que deja su verdad:
el mutismo de las aguas.
III
Ojalá los dioses
y los versos sobre aquella
roca lúcida,
nos perdonen:
el haber ahogado
al néctar de un gran amor,
por cobardía.
Sin quererlo,
con tu decisión
me has arrastrado,
también, a ese destino.
IV
Los adioses escarpados
—pendientes sin alma—
son aceros
que traspasan la luminosidad
de un edén, apenas nacido.
¡Fugaz baile de violetas!
Se desangran en temblor
las lágrimas,
arrastradas por las corrientes
de las utopías.
¡Triste titilar de los sueños!
Tengo, sin embargo,
en medio de este mar de sales lilas,
sed de gratitud:
me permitiste amarte
cual alondra en pleno vuelo
al cielo de tus ilusiones más secretas.
Puse cascabeles en tu pecho
y entonaste para mí,
salmos de trigo.
Sé que tu corazón
se enlazó al mío
en cantares recíprocos,
porque mi sueño
era tu luna
y los acordes:
¡la ilusión hecha poesía!
V
Tengo sed infatigable de perdón
ante la hoz del desamparo,
ante esta muerte brusca
de horizontes sin retorno.
Sed de amor.
Deja que me pose
cual silente mariposa,
en la calma de tu enigma
y en el imperio de tus manos.
Nadar en el cosmos de tus ojos
y volverlos templo,
refugiarme en ellos
y ahuyentar las sombras.
Ser sonido tibio
y envolvente en tus caminos.
Habitarte en las rías de tus venas
y emerger del oscuro cieno,
en esta transformación paulatina
de pulso herido a flor de loto.
VI
Muere el azul con la despedida
pero aún con la aflicción,
logra que broten de sus llagas,
nacientes sones.
Te acercan la melodía
de mi oda:
eco de dulce amor
y extravío.
Trazos del verbo
en gris derrota
que descifran
—pese al amar perpetuo—,
la huella de lo perecedero.
Llevamos el sello del mar
en nuestras escamas y heridas,
porque en su piel de inmensa sal
quedan impresas:
todas las distancias,
todos los anhelos infructuosos
y todos los adioses mudos.
Podrá gritar la marea
en la pérdida de cien lunas
de amor y entrega.
Pero, aún así,
la memoria del amor hará crecer
en los desiertos , una hermosa azucena.
Lo sé.
Tú y yo
seguiremos siendo
sin buscarlo y por destino,
un eterno himno de gaviotas.
Todos los derechos reservados
Algunas veces fuimos cometas,
en los cielos saltarines
de la profunda alegría.
Regábamos con el agua
del entusiasmo,
la tierra de los girasoles
rendidos.
En un mundo abrasado
por el fuego de la intolerancia,
quisimos ser escudos
de paz y de equidad.
¡Nos llamaron soñadores!
Otras veces, en lunas frías,
nos alejábamos del lucero
siendo copiosa lluvia
de sutiles egoísmos,
pero la fuerza del amor
detenía el diluvio.
Y retornábamos a la luz,
reconociendo la imperfección.
Sombras caídas.
II
¿Recuerdas, amor, aquel banco
de roca y su inscripción
tallada?
Lo vimos en el claroscuro
de los olmos
y nos invadió su magia,
su misterio.
Acercándonos, leímos
con voz suave:
“Sucumbirán los bosques
si los amados no velan
por la bondad del amor.
Jamás permitas, entonces,
que perezca ese fuego celeste
y con él, las hojas.”
Estaba allí,
ese mensaje oculto
para ser develado
sobre el amor inalterable,
el amor que vence a los truenos
y a los miedos,
el amor que trasciende
a la opaca materia,
y con belleza de espíritu
en el rocío, se refleja.
Un presagio que ahora
comprendo, tras la llaga
que deja su verdad:
el mutismo de las aguas.
III
Ojalá los dioses
y los versos sobre aquella
roca lúcida,
nos perdonen:
el haber ahogado
al néctar de un gran amor,
por cobardía.
Sin quererlo,
con tu decisión
me has arrastrado,
también, a ese destino.
IV
Los adioses escarpados
—pendientes sin alma—
son aceros
que traspasan la luminosidad
de un edén, apenas nacido.
¡Fugaz baile de violetas!
Se desangran en temblor
las lágrimas,
arrastradas por las corrientes
de las utopías.
¡Triste titilar de los sueños!
Tengo, sin embargo,
en medio de este mar de sales lilas,
sed de gratitud:
me permitiste amarte
cual alondra en pleno vuelo
al cielo de tus ilusiones más secretas.
Puse cascabeles en tu pecho
y entonaste para mí,
salmos de trigo.
Sé que tu corazón
se enlazó al mío
en cantares recíprocos,
porque mi sueño
era tu luna
y los acordes:
¡la ilusión hecha poesía!
V
Tengo sed infatigable de perdón
ante la hoz del desamparo,
ante esta muerte brusca
de horizontes sin retorno.
Sed de amor.
Deja que me pose
cual silente mariposa,
en la calma de tu enigma
y en el imperio de tus manos.
Nadar en el cosmos de tus ojos
y volverlos templo,
refugiarme en ellos
y ahuyentar las sombras.
Ser sonido tibio
y envolvente en tus caminos.
Habitarte en las rías de tus venas
y emerger del oscuro cieno,
en esta transformación paulatina
de pulso herido a flor de loto.
VI
Muere el azul con la despedida
pero aún con la aflicción,
logra que broten de sus llagas,
nacientes sones.
Te acercan la melodía
de mi oda:
eco de dulce amor
y extravío.
Trazos del verbo
en gris derrota
que descifran
—pese al amar perpetuo—,
la huella de lo perecedero.
Llevamos el sello del mar
en nuestras escamas y heridas,
porque en su piel de inmensa sal
quedan impresas:
todas las distancias,
todos los anhelos infructuosos
y todos los adioses mudos.
Podrá gritar la marea
en la pérdida de cien lunas
de amor y entrega.
Pero, aún así,
la memoria del amor hará crecer
en los desiertos , una hermosa azucena.
Lo sé.
Tú y yo
seguiremos siendo
sin buscarlo y por destino,
un eterno himno de gaviotas.
Todos los derechos reservados