Los muertos del maiz
Publicado: Mar, 30 May 2023 23:26
Sentir la doblez
del paisaje saliendo de tus ojos
y no decir nada verosímil.
Sobre la muerte enclaustrada, olvidar los cabellos empapados, la muda inquietud y la piel que se filtra en mis huesos; ahora que nadie me ve
salgo de mi asombro, todavía agoniza el canto que se postra ante la figura imponente de un imposible, desdibujado en quimeras, y no siento compasión; quiero saber de verdad a qué sabe la boca que miente, mientras el cielo se tiñe de una música oscura, y tu piel, trasfigurada en mis huesos, configura el espacio infinito de la ausencia.
Todavía no comprendo la oscuridad que anima tu cuerpo, tampoco la muda conversación de los astros. No comprendo esta pesadez de plumas erradas en altas fundiciones, olvidando volar. Este amor por el fuego que consume la llama y no termina conmigo.
Fuego es
que me hablas y no entiendo
qué vida en mí vives, muriendo, mientras sales de mi boca, como una idea equivocada sobre ti, o como te pienso al trasluz de tu piel.
El vórtice donde aletean tus cilios, la campana de tu elixir que erosiona la vida orgánica, y el remolino que termina conmigo
en ti, sin mí.
Esta crónica desmesurada de pronombres inútiles es la desdicha de la luz, que se subleva en tus ojos inmarcesibles, como un caldo de cultivo, se repliegan los océanos sobre nuestras ansias.
Y la vida mineral que un día tuvimos ahora me empuja ciega. Tengo que salir por la oblicua palabra sin pronunciar tu nombre. Olvidar que un día te quise conmigo. Pero, la cansada luz mortecina de pájaros, que sollozan en mi vientre, ah…
Han venido de nuevo las viejas agujas a coser el labio torcido del espacio, a conversar regresan, estériles, las lunas del mes de agosto, sobre los maizales apagados. Vienen como una corriente que se instala en la masa neuronal. Me agotan las lluvias tristes de las neuronas. Qué saben de la celda, quienes no viven.
Dije
que he de salir
sin cuerpo de la tumba, porque no han de olvidar la resurrección, las lágrimas de los labios, abiertos al mar, por la espuma de los besos, olvidados, redondos como la líquida sorpresa de la luna, toda vez que concibe otro hijo muerto; apagado sobre maizales soñando panochas asadas.
del paisaje saliendo de tus ojos
y no decir nada verosímil.
Sobre la muerte enclaustrada, olvidar los cabellos empapados, la muda inquietud y la piel que se filtra en mis huesos; ahora que nadie me ve
salgo de mi asombro, todavía agoniza el canto que se postra ante la figura imponente de un imposible, desdibujado en quimeras, y no siento compasión; quiero saber de verdad a qué sabe la boca que miente, mientras el cielo se tiñe de una música oscura, y tu piel, trasfigurada en mis huesos, configura el espacio infinito de la ausencia.
Todavía no comprendo la oscuridad que anima tu cuerpo, tampoco la muda conversación de los astros. No comprendo esta pesadez de plumas erradas en altas fundiciones, olvidando volar. Este amor por el fuego que consume la llama y no termina conmigo.
Fuego es
que me hablas y no entiendo
qué vida en mí vives, muriendo, mientras sales de mi boca, como una idea equivocada sobre ti, o como te pienso al trasluz de tu piel.
El vórtice donde aletean tus cilios, la campana de tu elixir que erosiona la vida orgánica, y el remolino que termina conmigo
en ti, sin mí.
Esta crónica desmesurada de pronombres inútiles es la desdicha de la luz, que se subleva en tus ojos inmarcesibles, como un caldo de cultivo, se repliegan los océanos sobre nuestras ansias.
Y la vida mineral que un día tuvimos ahora me empuja ciega. Tengo que salir por la oblicua palabra sin pronunciar tu nombre. Olvidar que un día te quise conmigo. Pero, la cansada luz mortecina de pájaros, que sollozan en mi vientre, ah…
Han venido de nuevo las viejas agujas a coser el labio torcido del espacio, a conversar regresan, estériles, las lunas del mes de agosto, sobre los maizales apagados. Vienen como una corriente que se instala en la masa neuronal. Me agotan las lluvias tristes de las neuronas. Qué saben de la celda, quienes no viven.
Dije
que he de salir
sin cuerpo de la tumba, porque no han de olvidar la resurrección, las lágrimas de los labios, abiertos al mar, por la espuma de los besos, olvidados, redondos como la líquida sorpresa de la luna, toda vez que concibe otro hijo muerto; apagado sobre maizales soñando panochas asadas.