Animálculos
Publicado: Dom, 30 Abr 2023 1:06
La piel no advierte ni frío ni calor
entre una y otra línea del tiempo;
desprovista de bujías, poco a poco,
se adhiere a un cuerpo como hierba
crecida en el muro blanco del frío.
Se ausenta la intención, sola queda
la tenue luz cuando vacila la lengua
entre el cielo y la tierra, muy lejos,
siempre lejos del rumor del agua,
cuando ésta figura en los espejos
buscando su razón de ser.
Oí crecer al deseo, asombrado
por los recovecos de la entraña,
mas no era aún ni siquiera sombra,
margen o tangente que mide distancias
auscultando la risa floja de las nubes,
y por ende el gran vacío del mar.
Los volví a encontrar con ojos de niño,
y su tibieza recurrente encharcaba mis días;
me parecían indescriptibles, mucho más
que el cielo invitándome a pintar un bosque
azarosamente poblado en mi boca.
Mas comprendo aquel imposible cofre
abandonado para siempre sin límite alguno
ni forma precisa para colorear.
De ahí la tristeza de la nuca vuelta hacia la tierra;
la inmóvil roca cuando mira de cerca la impureza;
un ocaso deforme por sus garras inadvertidas,
estiradas más allá de los límites de la melancolía
donde nace una pena tallada en metal precioso,
ávida de una noche oscura sin apenas lágrimas.
Oculto -sin mí- este cuerpo mío
infinito de infancias irreconocibles,
pertrechadas con ásperos atuendos.
Solo un niño coronado de sinsabores,
allí desterrado, como un lucero
que esperase el abrazo del tiempo.
Quien, tembloroso, palpa en el útero de la melancolía,
tratando de hallar la forma de aquellos seres extraños:
animálculos corporizados en una infancia tan triste.
entre una y otra línea del tiempo;
desprovista de bujías, poco a poco,
se adhiere a un cuerpo como hierba
crecida en el muro blanco del frío.
Se ausenta la intención, sola queda
la tenue luz cuando vacila la lengua
entre el cielo y la tierra, muy lejos,
siempre lejos del rumor del agua,
cuando ésta figura en los espejos
buscando su razón de ser.
Oí crecer al deseo, asombrado
por los recovecos de la entraña,
mas no era aún ni siquiera sombra,
margen o tangente que mide distancias
auscultando la risa floja de las nubes,
y por ende el gran vacío del mar.
Los volví a encontrar con ojos de niño,
y su tibieza recurrente encharcaba mis días;
me parecían indescriptibles, mucho más
que el cielo invitándome a pintar un bosque
azarosamente poblado en mi boca.
Mas comprendo aquel imposible cofre
abandonado para siempre sin límite alguno
ni forma precisa para colorear.
De ahí la tristeza de la nuca vuelta hacia la tierra;
la inmóvil roca cuando mira de cerca la impureza;
un ocaso deforme por sus garras inadvertidas,
estiradas más allá de los límites de la melancolía
donde nace una pena tallada en metal precioso,
ávida de una noche oscura sin apenas lágrimas.
Oculto -sin mí- este cuerpo mío
infinito de infancias irreconocibles,
pertrechadas con ásperos atuendos.
Solo un niño coronado de sinsabores,
allí desterrado, como un lucero
que esperase el abrazo del tiempo.
Quien, tembloroso, palpa en el útero de la melancolía,
tratando de hallar la forma de aquellos seres extraños:
animálculos corporizados en una infancia tan triste.