Francesca
Publicado: Sab, 25 Mar 2023 0:51
-¡ Niño, córrete los huevos de la cara, que sobresalen las yemas ! -al mediodía
vociferaba mi madre. Tocaba tragar con todo -no podías dejar una mijita en el plato,
so pena de criar telarañas sentado a la mesa- tocaba mancharse hasta los mofletes.
De joven vi los ojos en el plato criando malvas, con pelillos rizados como pestañas,
aquellos ojos rizados al punto comenzaban a desafiar las normas, dejándose llevar
por los instintos más bajos -los del bajo vientre-.
Entonces, vino a vivir con nosotros. Con unos kilos de huevos, siempre de más,
flotaba en mitad del vacío. Apestaba a alcohol, a voces sin freno en autopistas.
La primera vez que la vi se me atragantó un huevo.
Su cuartucho de alquiler temblaba, entre demasiados huevos, lorzas sobresalientes,
y tremendas longanizas. No hacía los deberes, seguía la yema de los huevos saliendo
por la rendija de la puerta hasta el patio exterior. Desde la cocina podía ver la escena.
Suspendí el último curso mientras la puta de los huevos de oro batía mi cerebro.
Hasta las yemas me salían de las orejas, de los pelos rizados -telarañas rizadas-
donde la pubertad, entre tanto lío, depositaba tantos huevos efervescentes.
Mitad francesa, mitad catalana, solo sabía deshacer la cama, antes de comer.
Francesca me enseñó la moral, descerebrada por la rendija de tantos huevos.
vociferaba mi madre. Tocaba tragar con todo -no podías dejar una mijita en el plato,
so pena de criar telarañas sentado a la mesa- tocaba mancharse hasta los mofletes.
De joven vi los ojos en el plato criando malvas, con pelillos rizados como pestañas,
aquellos ojos rizados al punto comenzaban a desafiar las normas, dejándose llevar
por los instintos más bajos -los del bajo vientre-.
Entonces, vino a vivir con nosotros. Con unos kilos de huevos, siempre de más,
flotaba en mitad del vacío. Apestaba a alcohol, a voces sin freno en autopistas.
La primera vez que la vi se me atragantó un huevo.
Su cuartucho de alquiler temblaba, entre demasiados huevos, lorzas sobresalientes,
y tremendas longanizas. No hacía los deberes, seguía la yema de los huevos saliendo
por la rendija de la puerta hasta el patio exterior. Desde la cocina podía ver la escena.
Suspendí el último curso mientras la puta de los huevos de oro batía mi cerebro.
Hasta las yemas me salían de las orejas, de los pelos rizados -telarañas rizadas-
donde la pubertad, entre tanto lío, depositaba tantos huevos efervescentes.
Mitad francesa, mitad catalana, solo sabía deshacer la cama, antes de comer.
Francesca me enseñó la moral, descerebrada por la rendija de tantos huevos.