La mujer sin techo
Publicado: Vie, 03 Feb 2023 12:28
Las plazas son bellas para las ciudades,
remansos de paz y ágora para los ancianos,
divertidas para los niños,
posibilidad de sustento para las palomas,
almacenes de fotos en sepia para los nostálgicos
y buenas para la poesía
porque en ellas todo suena como el rumor
del bosque, siempre tan lleno de vida.
Son lugares en los que el mundo va girando
con una cadencia distinta: con su cielo
y sus gentes y su espacio,
y donde el tiempo se detiene
escuchando las sinfónicas notas de agua
de sus fuentes o fundiéndose
en la dulzura de su luz serena.
Pero cuanto hay de piedra en la vida,
de piedra torturada y cegadora,
no lo disuelve el mágico espacio de la plaza
donde ahora truena porque una mujer sin techo
aprieta contra su cuerpo
al hijo cuyos gritos estremecen el aire
y que nadie recoge para mitigar su frio:
se perderán entre las cosas del cielo.
Cada día se preparan reuniones
por todo el mundo para defender la poesía,
pero, ¿dónde ha ido a parar su belleza?
si no hay romanticismo ni perfume
de frutos leves
en un cielo teñido de sangre
cuando a ras de suelo
cae fría la noche y las plazas,
vacías de conversaciones, sirven
de refugio a las sombras vulnerables,
pobres de pan y de solemnidad,
cuyos ojos -dolientes imágenes
que no turbias y monstruosas
como esos retratos
de altos dignatarios en sus tronos
deshaciéndose en detritos-
son mandíbulas que estallan en gritos
contra los mercaderes del engaño aplastando
con su pie terrible esperanzas y futuros.
remansos de paz y ágora para los ancianos,
divertidas para los niños,
posibilidad de sustento para las palomas,
almacenes de fotos en sepia para los nostálgicos
y buenas para la poesía
porque en ellas todo suena como el rumor
del bosque, siempre tan lleno de vida.
Son lugares en los que el mundo va girando
con una cadencia distinta: con su cielo
y sus gentes y su espacio,
y donde el tiempo se detiene
escuchando las sinfónicas notas de agua
de sus fuentes o fundiéndose
en la dulzura de su luz serena.
Pero cuanto hay de piedra en la vida,
de piedra torturada y cegadora,
no lo disuelve el mágico espacio de la plaza
donde ahora truena porque una mujer sin techo
aprieta contra su cuerpo
al hijo cuyos gritos estremecen el aire
y que nadie recoge para mitigar su frio:
se perderán entre las cosas del cielo.
Cada día se preparan reuniones
por todo el mundo para defender la poesía,
pero, ¿dónde ha ido a parar su belleza?
si no hay romanticismo ni perfume
de frutos leves
en un cielo teñido de sangre
cuando a ras de suelo
cae fría la noche y las plazas,
vacías de conversaciones, sirven
de refugio a las sombras vulnerables,
pobres de pan y de solemnidad,
cuyos ojos -dolientes imágenes
que no turbias y monstruosas
como esos retratos
de altos dignatarios en sus tronos
deshaciéndose en detritos-
son mandíbulas que estallan en gritos
contra los mercaderes del engaño aplastando
con su pie terrible esperanzas y futuros.