es una y otra vez construir el mismo patio
donde escuchar el canto de los mirlos.
(Joan Margarit)
que para mí
era el más venerado de la última luz
que baña las acacias de tu huerto en la esquina.
1
me hundo y tengo miedo,
he cantado a los hijos lóbregos de la noche
que muere en la escollera
como si fuera un sueño interrumpido
en el swing de tu mente y tu amargura.
He atracado en los astros de los dioses que penan
en caminos de polvo que perdieron el nombre,
en templos derrumbados cubiertos de ceniza.
Ya no puede pensar en ti sin un aullido,
ya no puedo olvidar la furia de tu brisa
cuando no me comprendes,
la soledad del mundo que brota en tu mirada
cuando dejas atrás la huella de mis labios
en tu vestido rojo,
y el silencio del búho que recorre la playa
de mis caídas bruscas, de la sombra que espera
suspendida en el aire de la muerte,
en el tenue latido
de la marea tibia que al alba se recoge
en la cala doliente que tú amaste,
y no hallo mi alma, perdida en la tristeza.
a tus zapatos cansados cuando la marea se alarga
y te entrega en los labios la fragancia de los muertos
que te hieren todavía.
Aún te espero
en el estrecho camino que hunden los espigones de las caricias
en el puente de los abrazos,
en la antigua Carretera Nueva de la infancia que se corta
en la tierra de nadie
donde se derrumban los castillos de los migrantes en la arena.
He de esperarte porque en tus ojos
caen esas hojas que cubren la esperanza, esos pensamientos
que vuelven a la ciudad como un poema esculpido
en la frente de la esquina de los sueños
que te siguen buscando
y añaden alguna voz extraña a la memoria
que profundiza en la noche, en el fraseo que sigue en pie
hasta la muerte de la palabra
y en el calvario escabroso de tu amor
que gemía bajo el polvo de la nieve.
Solo soy un poeta solitario que insiste
con una copa en la llaga,
en la verdad inmutable que se arrincona en tu rostro castigado,
en la palabra que no encuentra la cadencia en el ruido de los bares
de las arterias del terrible Poblado Marinero
del alcohol, de las putas y la cocaína,
en el clamor de la rosa que nunca se ha perdido en el perfume de tu piel.
en el carrusel del mundo
que no siempre supe verte en el viento de una herida,
y susurré en tu oído Eleanora
para llamarte en los estrechos más delicados y trágicos.
Ahora te reclamo entre todas las flores,
siento cada memoria
penetrar en el alma del romance que nos aleja
y vuelvo a tu sonrisa cada vez que te espero
en ningún lugar soñado.
Las calles son más abiertas cuando apareces,
los edificios se vuelven hermosos cuando escribes
sus cristales en la puerta del bar que nos castiga
y el amor
es un milagro cuando te acercas y me llamas.
Te contemplo en las aceras, te hablo en los escalones
del árbol solitario que te espera en las espinas
del dolor que aún siento por haber perdido
la presencia de tu queja,
te miro desde la orilla donde brotan los arbustos,
donde eres el prodigio del aire
que me arrastra a la vida que resiste en tu voz.