El ritual de la muerte
Publicado: Mié, 18 Ene 2023 4:04
A quienes quisieron volar
con las inmensas alas blancas
de la heroína.
*
Cada noche viene sin avisar, con el camisón de grillos fosforescentes.
Me lleva a los cementerios y me sienta sobre las tumbas.
Pienso en las escaleras que suben y bajan de los nichos
-últimamente hay menos tumbas-.
Siento la nostalgia de las flores. Sobresalen de los jarrones perseidas.
Cuento hasta cincuenta. Y vuelvo a contar,
cincuenta lágrimas vírgenes me desbordan.
Se agrietan, heridas, las lápidas;
la sangre se va deslizando,
empaña el vidrio, las fotografías.
A mi alrededor, la oscuridad adquiere un brillo deslumbrante
de vivos recuerdos, nombres grabados en la memoria.
**
A la entrada del cementerio tres monjes
de la orden benedictina del Monestir de Montserrat.
Uno de ellos rasura, con su espada de bronce, el vello púbico
de la luna.
Llevan cadenas de oro.
Jacinto, Peña y Velasco, en la puerta del cementerio, lamentan
la vida malograda.
Uno de ellos tendrá que tocar a maitines.
Comienza a impacientarse, casi es la hora.
Habla Jacinto:
-Hermanos, traigo un poema: “El cuervo”
de Edgar Allan Poe.
La luna suspira por el sueño de Luis Buñuel, moviendo las agujas
de la roca caliza; llega la brisa cargada de sueños, aleteando,
como una mariposa demasiado inquieta,
estrellándose en los mosaicos grabados
en las ventanas del Monestir.
Murmura entre dientes Peña:
-Ah, locos de remate, encandilados
por el cuervo, por la locura, secuestrados
por el éxtasis.
Apenas audible, la voz siembra el silencio. Pasa de largo el cuervo,
como el silbido más atroz, haciendo crecer la hierba del cementerio.
Envaina la espada Velasco, volviendo la espalda a sus hermanos,
dispuesto para tocar a maitines.
Se alza la voz de Jacinto, majestuosa,
más acerada que el pico del cuervo:
-Ah, ceremonias, ceremonias…
La temible sobredosis.
Murmura Peña:
-Otra vez la misma historia.
Igual que violas en el réquiem,
termina quebrándose Jacinto:
-Sí hermano, la misma historia;
no podemos volver la espalda.
Desenvaina la espada Velasco.
La luna, pasada de rosca, hace la película a Luis Buñuel.
La heroína continúa seduciendo a demasiadas mentes.
***
Solo tiemblo de frío a la entrada del mar.
Jacinto lee “El cuervo” a la entrada del cementerio.
Sigo en la tumba.
Ninguno tocará a maitines por la generación perdida.
Duelen las venas de la muerte
ocupando tantos cementerios.
A la entrada reza así:
“Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,
hambrientas histéricas desnudas,
arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo”
ALLEN GINSBERG.
con las inmensas alas blancas
de la heroína.
*
Cada noche viene sin avisar, con el camisón de grillos fosforescentes.
Me lleva a los cementerios y me sienta sobre las tumbas.
Pienso en las escaleras que suben y bajan de los nichos
-últimamente hay menos tumbas-.
Siento la nostalgia de las flores. Sobresalen de los jarrones perseidas.
Cuento hasta cincuenta. Y vuelvo a contar,
cincuenta lágrimas vírgenes me desbordan.
Se agrietan, heridas, las lápidas;
la sangre se va deslizando,
empaña el vidrio, las fotografías.
A mi alrededor, la oscuridad adquiere un brillo deslumbrante
de vivos recuerdos, nombres grabados en la memoria.
**
A la entrada del cementerio tres monjes
de la orden benedictina del Monestir de Montserrat.
Uno de ellos rasura, con su espada de bronce, el vello púbico
de la luna.
Llevan cadenas de oro.
Jacinto, Peña y Velasco, en la puerta del cementerio, lamentan
la vida malograda.
Uno de ellos tendrá que tocar a maitines.
Comienza a impacientarse, casi es la hora.
Habla Jacinto:
-Hermanos, traigo un poema: “El cuervo”
de Edgar Allan Poe.
La luna suspira por el sueño de Luis Buñuel, moviendo las agujas
de la roca caliza; llega la brisa cargada de sueños, aleteando,
como una mariposa demasiado inquieta,
estrellándose en los mosaicos grabados
en las ventanas del Monestir.
Murmura entre dientes Peña:
-Ah, locos de remate, encandilados
por el cuervo, por la locura, secuestrados
por el éxtasis.
Apenas audible, la voz siembra el silencio. Pasa de largo el cuervo,
como el silbido más atroz, haciendo crecer la hierba del cementerio.
Envaina la espada Velasco, volviendo la espalda a sus hermanos,
dispuesto para tocar a maitines.
Se alza la voz de Jacinto, majestuosa,
más acerada que el pico del cuervo:
-Ah, ceremonias, ceremonias…
La temible sobredosis.
Murmura Peña:
-Otra vez la misma historia.
Igual que violas en el réquiem,
termina quebrándose Jacinto:
-Sí hermano, la misma historia;
no podemos volver la espalda.
Desenvaina la espada Velasco.
La luna, pasada de rosca, hace la película a Luis Buñuel.
La heroína continúa seduciendo a demasiadas mentes.
***
Solo tiemblo de frío a la entrada del mar.
Jacinto lee “El cuervo” a la entrada del cementerio.
Sigo en la tumba.
Ninguno tocará a maitines por la generación perdida.
Duelen las venas de la muerte
ocupando tantos cementerios.
A la entrada reza así:
“Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura,
hambrientas histéricas desnudas,
arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo”
ALLEN GINSBERG.