Amor de otoño
Publicado: Lun, 17 Oct 2022 13:27
Surfeando olas de tiempo,
los ojos amables del recuerdo,
eterno embaucador silencioso,
me transportan hasta la orilla de aquel otoño,
apenas iniciado,
donde tu inmensa sonrisa vestía de plenilunio
los ocres rojizos del ocaso.
Un octubre aún cálido
emprendía su andadura de hojas muertas,
por la enramada alameda
comenzaba a enmudecer
la ruidosa algarabía sonora
de los pájaros recién regresados a sus nidos,
y yo aparqué mis libros de estudio
en el extremo del banco que habías elegido,
ubicado justo en el rincón más oscuro de la alameda,
al tiempo que, por el horizonte,
el cielo agonizaba en malvas
y la luna comenzaba a lucir su traje de noche
cuajado de lentejuelas.
Mi inocencia desbordaba poesía en las palabras,
y en la ternura volcánica de tu abrazo
comenzaste a ejercer de maestra de ceremonias,
tu lengua me sorprendió al saltar la barrera de mis dientes
y la mía, sin brújula, se limitó a enredarse con la tuya,
luego, las neuronas alborotadas
hicieron que la agilidad de tu mano
fuera ala de mariposa
al traspasar la frontera de mis tejanos,
y mi mano, más tímida en la caricia,
fuera sabiamente guiada por la tuya
hasta la humedad donde decía mi abuela
que el pudor pierde la vergüenza.
Pero el presente nos tuvo ocupados poco tiempo,
y como el viento obsceno del otoño
desnuda a los árboles de hojas
nuestra lujuria se fue desvistiendo del deseo
y al no tener planes de futuro,
nos fuimos quedando sin excusas
y duró poco nuestra historia.
Recuerdo que fue tu madurez
la que olvidó el testimonio de mi espera,
enterró el hechizo moribundo de la pasión,
y un día, sin más,
igual que hicieron los pájaros
con las ramas desnudas de los álamos,
dejó de acudir a la cita,
justo cuando el otoño,
acosado por el gélido aliento del norte,
se retiraba a sus cuarteles de invierno.
Mi frío, herido de soledad,
se hizo tristeza en la mirada,
pero ni una húmeda gota rebosó el párpado.
Después, poco a poco,
el olvido se fue haciendo cotidiano
y aquel ingrato recuerdo tuyo
fue sustituido por otros más someros,
se fue desnudando de toda incomprensión,
y hoy, que el otoño se asoma a mi ventana,
distiende una sonrisa agradecida
a aquel incomprendido adiós, sin adiós,
que me ofertaste.
Antonio Urdiales - 04/10/2022
los ojos amables del recuerdo,
eterno embaucador silencioso,
me transportan hasta la orilla de aquel otoño,
apenas iniciado,
donde tu inmensa sonrisa vestía de plenilunio
los ocres rojizos del ocaso.
Un octubre aún cálido
emprendía su andadura de hojas muertas,
por la enramada alameda
comenzaba a enmudecer
la ruidosa algarabía sonora
de los pájaros recién regresados a sus nidos,
y yo aparqué mis libros de estudio
en el extremo del banco que habías elegido,
ubicado justo en el rincón más oscuro de la alameda,
al tiempo que, por el horizonte,
el cielo agonizaba en malvas
y la luna comenzaba a lucir su traje de noche
cuajado de lentejuelas.
Mi inocencia desbordaba poesía en las palabras,
y en la ternura volcánica de tu abrazo
comenzaste a ejercer de maestra de ceremonias,
tu lengua me sorprendió al saltar la barrera de mis dientes
y la mía, sin brújula, se limitó a enredarse con la tuya,
luego, las neuronas alborotadas
hicieron que la agilidad de tu mano
fuera ala de mariposa
al traspasar la frontera de mis tejanos,
y mi mano, más tímida en la caricia,
fuera sabiamente guiada por la tuya
hasta la humedad donde decía mi abuela
que el pudor pierde la vergüenza.
Pero el presente nos tuvo ocupados poco tiempo,
y como el viento obsceno del otoño
desnuda a los árboles de hojas
nuestra lujuria se fue desvistiendo del deseo
y al no tener planes de futuro,
nos fuimos quedando sin excusas
y duró poco nuestra historia.
Recuerdo que fue tu madurez
la que olvidó el testimonio de mi espera,
enterró el hechizo moribundo de la pasión,
y un día, sin más,
igual que hicieron los pájaros
con las ramas desnudas de los álamos,
dejó de acudir a la cita,
justo cuando el otoño,
acosado por el gélido aliento del norte,
se retiraba a sus cuarteles de invierno.
Mi frío, herido de soledad,
se hizo tristeza en la mirada,
pero ni una húmeda gota rebosó el párpado.
Después, poco a poco,
el olvido se fue haciendo cotidiano
y aquel ingrato recuerdo tuyo
fue sustituido por otros más someros,
se fue desnudando de toda incomprensión,
y hoy, que el otoño se asoma a mi ventana,
distiende una sonrisa agradecida
a aquel incomprendido adiós, sin adiós,
que me ofertaste.
Antonio Urdiales - 04/10/2022