Cavafis - Poemas

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F. Enrique
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Cavafis - Poemas

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Cavafis y Horacio, o la nostalgia de los griegos (que es también mi nostalgia)
Posted on 01/04/2021

Cuando comencé a estudiar los encuentros complejos entre autores antiguos y modernos jamás pude imaginar el de un poeta romano y un poeta neogriego: Horacio y Cavafis. Lo cierto es que todo es matizable, ya que se trata, por un lado, del menos romano de los poetas y, por otro, de un poeta que, en definitiva, ya no es en realidad tan griego sino, más bien, alejandrino. En cualquier caso, cuántas fronteras imaginarias hemos levantado desde el romanticismo entre Roma y Grecia. Sin embargo, vamos a asistir a la incondicional admiración que el poeta neogriego siente por el romano Horacio, acaso, repetimos, por ser tan poco romano. Por Francisco García Jurado. Cátedra de Historiografía y recepción de la Literatura Latina. Universidad Complutense.

Desde que con veintidós años, más o menos, compré en la librería Quevedo de Alcobendas un libro de poemas sobre Cavafis, ni mi visión de la poesía ni mi propio goce de su lectura ha vuelto a ser la misma. Fue en una edición bilingüe donde intuí el calor reconfortante de sus ideas e intuiciones y donde me sorprendió especialmente el asunto neoepicúreo de la “sensación amada”, que tanto me ha acompañado a lo largo del tiempo. Me asombró también el recurso a personajes de la historia antigua, en especial poetas y estudiosos, usados como símbolos de aquellas mismas ideas y sensaciones.

Toda su poesía es una mirada al menos a tres tiempos, el del poeta, el de la Antigüedad, y el tiempo silencioso del lector, que asocia a su particular experiencia unas lecturas a las que siempre le es posible volver, pero jamás en las mismas condiciones vitales en que emprendió tal lectura. Cavafis es mi recuerdo de los “felices” años ochenta, o algunas veladas infinitas con mi profesora de griego, Beatriz Cabello, junto a otros compañeros de estudio y amistad. Beatriz partió de este mundo prematuramente, así como prematuramente desaparecieron también aquellos años.

Tampoco llego a comprender por qué no emprendí aquel trabajo sobre la idea de sensación en Cavafis. Mi maestro de literatura griega, el también llorado José García Blanco, me invitó a leer textos sobre epicureísmo para ir haciéndome una idea. Yo quería trazar un puente desde la “ésthisis” cavafiana hasta la “sensation” de Proust, quizá pasando por Pessoa. Pero el tiempo y las circunstancias me llevaron hasta el latín y su semántica. Por ello, desde esta nostalgia por lo griego que también es mi nostalgia, leo siempre con emoción este poema cavafiano acerca de Horacio, que puede encontrarse dentro del grupo de sus “poemas proscritos”):


“Horacio en Atenas (1899)

En la mansión de la hetera Lea,
donde se juntan la elegancia, la riqueza y el mullido lecho,
conversa un joven con jazmines en las manos.
Ornan sus dedos muchas piedras,

lleva un manto de seda blanca
con rojos bordados orientales.
Su lengua es ática y pura,
mas un ligero acento en su fonética

delata al Tíber y al Lacio,
el joven confiesa su amor
y en silencio lo escucha la ateniense

a su locuaz amante Horacio.
Y con asombro descubre nuevos universos de Belleza
en la Pasión de este gran Romano.”

(Traducción de Pedro Bádenas)

Un romano que habla en griego, que no parece romano, salvo por un ligero acento en su forma de hablar. El poema, por si no os habéis dado cuenta, es un cuadro de Alma Tadema, como el que ilustra este texto, y Horacio, en realidad, es el espejo donde se mira la hetera Lea y también nos miramos nosotros.

Francisco García Jurado.


Jueves, 23 de marzo de 2017


Voces.


Amadas e idealizadas voces
de los que perecieron o las de aquellos
para nosotros perdidos como muertos.

A veces nos hablan en sueños,
a veces las escuchamos
en el límite de la memoria.

Y durante un instante, en su rumor,
regresa el sonido del primer poema
de una vida
como una música lejana que se apaga en la noche.


Deseos


Cual bellos cuerpos que murieron
sin llegar a envejecer
encerrados con tristeza en suntuosos mausoleos
con rosas en la cabeza, con jazmines a sus pies,
así son los deseos que se apagaron
sin haber sido gozados,
ninguno testimonia
una sola noche de placer o una mañana radiante.


Vuelve.


Vuelve otra vez y apodérate de mí,
sensación que amo, vuelve y tómame
mientras del cuerpo el recuerdo viva
y un viejo anhelo las venas recorra
mientras recuerden los labios y la piel
y sientan las manos
como si acariciaran otra vez.

Vuelve otra vez y apodérate de mí en la noche
cuando los labios y la piel recuerdan.


Días de 1903


No encontraré otra vez
aquello perdido de repente;
los poéticos ojos, el blanco rostro
en la calle oscurecida...

No hallaré de nuevo –
lo que me entregó el azar
y fue abandonado en lo efímero
y anhelado con dolor después.
Los poéticos ojos, el blanco rostro,
aquellos labios –
No, no los tendré nunca más.

(Variaciones: Francisco Enrique León)
No volverás

Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vuelo
con la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.

No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.

( francisco Enrique León - Memorias de Hydra)
Al igual que la obra de Gide o Cernuda, la poesía de Cavafis es un canto al amor homosexual. El poeta no oculta su fascinación por “la imagen de un efebo, / inasible como una sombra alada...” y se lamenta de los prejuicios, que le obligan a ocultar la naturaleza de sus inclinaciones. “De mi amor no puedo hablar”, confiesa, y en un poema titulado “Desesperación” reconoce que desearía “liberarse / de la marca del placer enfermizo; / de la marca del vergonzoso placer.” En otro lugar elogia el cuerpo de un joven cuyos labios parecían “hechos para camas / que llama infame la moral ordinaria” y dirige duras palabras contra “esos enlutados moralistas” que condenan los placeres prohibidos. Todo parece indicar que Cavafis no consiguió aceptar fácilmente sus tendencias. En “Días de 1896”, un poema escrito en las postrimerías de su vida, nos habla de un hombre repudiado por la sociedad. No es difícil ver sus propios rasgos en ese retrato: “Su degradación era total. / Su tendencia amorosa, / prohibida y severamente despreciada... / Llegó a ser un sujeto tal que solo con tratarlo / podía uno quedar en entredicho.” La homosexualidad de Cavafis no agota su poesía, pero lo cierto es que sin ella su obra hubiera sido distinta. La forma de encarar su diferencia no es semejante a la de Gide, que de un modo algo pueril convierte sus inclinaciones en uno de los estigmas del genio artístico, ni tampoco se aproxima a la actitud de Cernuda, que transforma sus tendencias en un desafío subversivo. Cavafis nos recuerda más bien a Proust, que se considera miembro de una “raza maldita” o a Genet, atormentado por las ideas de culpa y redención. Su impugnación de la moral cristiana no logró espantar la sombra del pecado.

(Rafael Narbona)
***
Unos versos caídos en el cielo de la noche
me recuerdan la soledad del mundo cuando no estás,
la tristeza de una sonrisa que no puede desplegarse
cuando no encuentra el camino de tus labios./align]
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