Cincuenta versos para Eira
Publicado: Jue, 13 Oct 2022 11:10
Cincuenta versos para Eira
Sin ajustarme a la vida,
bañándome en el río de una soledad nunca evanescente,
entro en la ciudad íntima y profunda
que lleva tu nombre.
Camino dentro de mí en el oscuro callejero de ti,
(por tus pechos, por los estanques de tus ojos,
por las aceras de tus labios)
en recuerdos, susurros. Soy hombre y nada.
Amanece la tristeza de diciembre sin rumor de pájaros.
El tiempo muere, muero yo; tu rostro…
siempre está vivo, nunca se ata a los años.
Tú eres un poema que aletea por calles desiertas.
Ladran los perros (mi dolor ladra y tiene fauces rabiosas),
oscuros aullidos, perros en un alma que te busca
sin pulso ni descanso en mis adentros
por avenidas y parques atados al invierno
en esa ciudad en que un día fui feliz.
Ladran y dentellean con estupor y casi llanto
al pájaro nocturno, demonio o poeta
que escribe destejiendo horas y minutos a la vida
en tanto tú aleteas por las callejas desiertas.
Ya sabía yo de ladridos de perros.
Te esperaba desde siempre, callado
en esa ciudad íntima, profunda y secreta (y los perros ladraban).
Era yo entonces herrumbre más allá de la luz y las sombras,
intervalo de vida en vez en cuando,
tiniebla vagabunda o eco de pasos
en avenidas de mayos con hielo,
donde daba espanto el sentirlos ladrar.
Al filo de mi muerte llegaste tú, tan fugaz.
Toda ímpetu de luz fuiste.
Eras en mí mucho antes de que nacieras, antes de que llegaras,
antes de incendiarse el sol.
Y ladraban los perros de la pus,
y yo era máscara de nada
e iba desnudo por la noche del mundo intocado
rascándome tu ausencia con trozos de versos.
Y ladraba mi dolor por sentirme solo,
sombra de lo que nunca fui,
un cuerpo deshabitado refugiado en un nombre,
que se arrastraba por las aceras
y subía por la vida como un niño ciego
baja unas escaleras:
palpando tu ausencia, el vacío y la nada,
buscado el pan de vida que eras tú.
El viento reía. Reías tú, Eira, y también reía dios,
el rostro de dios como una burla.
Y los perros ladraban y aullaban en mi íntima soledad,
y ladraban y aullaban sabiéndome perdido y solo,
buscándote en las noches de las tortuosas
y vaciadas callejas de mi alma,
inexorablemente.
Y ladran.
Sin ajustarme a la vida,
bañándome en el río de una soledad nunca evanescente,
entro en la ciudad íntima y profunda
que lleva tu nombre.
Camino dentro de mí en el oscuro callejero de ti,
(por tus pechos, por los estanques de tus ojos,
por las aceras de tus labios)
en recuerdos, susurros. Soy hombre y nada.
Amanece la tristeza de diciembre sin rumor de pájaros.
El tiempo muere, muero yo; tu rostro…
siempre está vivo, nunca se ata a los años.
Tú eres un poema que aletea por calles desiertas.
Ladran los perros (mi dolor ladra y tiene fauces rabiosas),
oscuros aullidos, perros en un alma que te busca
sin pulso ni descanso en mis adentros
por avenidas y parques atados al invierno
en esa ciudad en que un día fui feliz.
Ladran y dentellean con estupor y casi llanto
al pájaro nocturno, demonio o poeta
que escribe destejiendo horas y minutos a la vida
en tanto tú aleteas por las callejas desiertas.
Ya sabía yo de ladridos de perros.
Te esperaba desde siempre, callado
en esa ciudad íntima, profunda y secreta (y los perros ladraban).
Era yo entonces herrumbre más allá de la luz y las sombras,
intervalo de vida en vez en cuando,
tiniebla vagabunda o eco de pasos
en avenidas de mayos con hielo,
donde daba espanto el sentirlos ladrar.
Al filo de mi muerte llegaste tú, tan fugaz.
Toda ímpetu de luz fuiste.
Eras en mí mucho antes de que nacieras, antes de que llegaras,
antes de incendiarse el sol.
Y ladraban los perros de la pus,
y yo era máscara de nada
e iba desnudo por la noche del mundo intocado
rascándome tu ausencia con trozos de versos.
Y ladraba mi dolor por sentirme solo,
sombra de lo que nunca fui,
un cuerpo deshabitado refugiado en un nombre,
que se arrastraba por las aceras
y subía por la vida como un niño ciego
baja unas escaleras:
palpando tu ausencia, el vacío y la nada,
buscado el pan de vida que eras tú.
El viento reía. Reías tú, Eira, y también reía dios,
el rostro de dios como una burla.
Y los perros ladraban y aullaban en mi íntima soledad,
y ladraban y aullaban sabiéndome perdido y solo,
buscándote en las noches de las tortuosas
y vaciadas callejas de mi alma,
inexorablemente.
Y ladran.