La cadena de montaje
Publicado: Mié, 05 Oct 2022 12:32
I
El alba despunta como un fuego
y en el verde renace el canto.
De húmeda fragancia, su cara amable
podría disipar las heridas de la noche;
pero las histriónicas sirenas
anunciando el cambio de turno
ya se encargan de impedirlo.
El corazón se congela
con el relente de las horas tempranas
y la esperanza se cubre de sombras
cuando el silencio se hace eco
de campanas que, inmisericordes,
tañen con sabor a sueño,
a café amargo, a madrugador aguardiente...
Marcado por la cadena, no hay dignidad
en los pasos camino del tajo,
tan solo hastío en el rostro
como de flor mustia y un muro
de palabras heladas y resentimiento,
mucho resentimiento hacia la jaula
y el horario de afilados dientes
y las órdenes de una maquinaria implacable.
II
Como un fuego la tarde
llega a su fin y en sus márgenes
solo el verde lucha por mantener
aún vivo el recuerdo del pájaro.
Su cara amable de delicada
y húmeda fragancia podría disipar
las cicatrices del día, pero ya se encargan
de impedirlo las estruendosas sirenas
anunciando el cambio de turno.
Al acabar la jornada toca hundirse,
porque hay que olvidar,
en el delirio de siseantes espejismos
destilando litro a litro
la existencia en alambiques.
Y cuando la noche va cayendo
como una piedra enemiga,
a pesar de que son las horas sucias de las trampas,
de las sanguijuelas adheridas al pecho
y de las ganas de matar,
no queda otra que el camino de vuelta
extendiéndose sin tregua
a través de una selva de sombras,
tratando de regresar mientras te tambaleas
como un pájaro bobo con los ojos excitados
al único lugar donde el aire,
que aún conserva su dignidad,
te devuelve la palabra saqueada
y el rostro olvidado en el espejo;
pero los hábitos consoladores,
porque hay que olvidar,
incorporados tras la dura jornada
a la boca, a la garganta, al hígado…
no dejan ningún resquicio para los putos salvavidas
que te esperan al calor del hogar.
III
Con un amanecer de fuego despierta el día
y entre el verde, cuando se desprende
de las ultimas sombras, renace el canto.
De húmeda fragancia, su cara amable
podría disipar las heridas de la noche;
pero las estridentes sirenas, anunciando
el cambio de turno, ya se encargan de impedirlo…
El alba despunta como un fuego
y en el verde renace el canto.
De húmeda fragancia, su cara amable
podría disipar las heridas de la noche;
pero las histriónicas sirenas
anunciando el cambio de turno
ya se encargan de impedirlo.
El corazón se congela
con el relente de las horas tempranas
y la esperanza se cubre de sombras
cuando el silencio se hace eco
de campanas que, inmisericordes,
tañen con sabor a sueño,
a café amargo, a madrugador aguardiente...
Marcado por la cadena, no hay dignidad
en los pasos camino del tajo,
tan solo hastío en el rostro
como de flor mustia y un muro
de palabras heladas y resentimiento,
mucho resentimiento hacia la jaula
y el horario de afilados dientes
y las órdenes de una maquinaria implacable.
II
Como un fuego la tarde
llega a su fin y en sus márgenes
solo el verde lucha por mantener
aún vivo el recuerdo del pájaro.
Su cara amable de delicada
y húmeda fragancia podría disipar
las cicatrices del día, pero ya se encargan
de impedirlo las estruendosas sirenas
anunciando el cambio de turno.
Al acabar la jornada toca hundirse,
porque hay que olvidar,
en el delirio de siseantes espejismos
destilando litro a litro
la existencia en alambiques.
Y cuando la noche va cayendo
como una piedra enemiga,
a pesar de que son las horas sucias de las trampas,
de las sanguijuelas adheridas al pecho
y de las ganas de matar,
no queda otra que el camino de vuelta
extendiéndose sin tregua
a través de una selva de sombras,
tratando de regresar mientras te tambaleas
como un pájaro bobo con los ojos excitados
al único lugar donde el aire,
que aún conserva su dignidad,
te devuelve la palabra saqueada
y el rostro olvidado en el espejo;
pero los hábitos consoladores,
porque hay que olvidar,
incorporados tras la dura jornada
a la boca, a la garganta, al hígado…
no dejan ningún resquicio para los putos salvavidas
que te esperan al calor del hogar.
III
Con un amanecer de fuego despierta el día
y entre el verde, cuando se desprende
de las ultimas sombras, renace el canto.
De húmeda fragancia, su cara amable
podría disipar las heridas de la noche;
pero las estridentes sirenas, anunciando
el cambio de turno, ya se encargan de impedirlo…