Editorial Alaire

Jerónimo Muñoz escribió: ↑Dom, 25 Sep 2022 11:44 POEMAS DE MÍ (V)

Soy un ser que vive. Y me amo.
Alguno dirá que el ser solo es la zarza que ardía sin consumirse.
Pero hay hormigas
y palomas
y encinares,
y son todos seres vivos.
De cualquier forma, yo existo y soy algo de bondad.
A veces me recluyo en las cárceles de la madurez,
otras me dejo asfixiar en los densos lagos de la adolescencia,
pero, siempre he procurado que el sol de la maldad no me derrita.
Da igual si en harenes o en bóvedas altísimas,
no importa si en la sangre o en la leche,
en la ebriedad o en la luz del juicio equilibrado,
en la serenidad o en la pasión derramada,
siempre he conservado, en lo más profundo, una corteza
—recóndita, secreta—
para intentar impedir el paso de la maldad.
Aunque, si me miro al espejo de los ancianos,
habré de admitir que mi corteza no es hermética,
que volé sobre los vientos de la argucia
para derribar de sus caballos a los guardianes del oro,
que alcé mi puñal contra nubes muy blancas
para satisfacer mis instintos más oscuros,
que levanté vallas de hiel y podredumbre
para detener el avance de los corderos,
que insulté,
lastimé,
deshonré
a los que querían ser preferidos.
¿Qué más da?
Soy yo y me amo.

Ana Estepa escribió: ↑Lun, 26 Sep 2022 5:51 Importante reconocernos, ser condescendiente con los errores propios y amarnos tal cual somos.
Bellísimas palabras. Poesía, ni más ni menos.
Me encantó tu poema.

Pilar Morte escribió: ↑Lun, 26 Sep 2022 11:30 Un poema escrito con madurez y sabiduría. Una visión de sí mismo con sus bondades y miserias. Por encima de todo aceptarse y quererse.
Aplaudo muy fuerte estos versos, me encantaron.
Abrazos

Jerónimo Muñoz escribió: ↑Dom, 25 Sep 2022 11:44 POEMAS DE MÍ (V)

Soy un ser que vive. Y me amo.
Alguno dirá que el ser solo es la zarza que ardía sin consumirse.
Pero hay hormigas
y palomas
y encinares,
y son todos seres vivos.
De cualquier forma, yo existo y soy algo de bondad.
A veces me recluyo en las cárceles de la madurez,
otras me dejo asfixiar en los densos lagos de la adolescencia,
pero, siempre he procurado que el sol de la maldad no me derrita.
Da igual si en harenes o en bóvedas altísimas,
no importa si en la sangre o en la leche,
en la ebriedad o en la luz del juicio equilibrado,
en la serenidad o en la pasión derramada,
siempre he conservado, en lo más profundo, una corteza
—recóndita, secreta—
para intentar impedir el paso de la maldad.
Aunque, si me miro al espejo de los ancianos,
habré de admitir que mi corteza no es hermética,
que volé sobre los vientos de la argucia
para derribar de sus caballos a los guardianes del oro,
que alcé mi puñal contra nubes muy blancas
para satisfacer mis instintos más oscuros,
que levanté vallas de hiel y podredumbre
para detener el avance de los corderos,
que insulté,
lastimé,
deshonré
a los que querían ser preferidos.
¿Qué más da?
Soy yo y me amo.