Aymara

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

gabriel capo vidal
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Aymara

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Lo adquirió en el puesto de periódicos e inició su lectura dentro del autobús de camino a encontrarse con Aymara, después de 6 días de ausencia. En poco tiempo aprendió toda la teoría y la técnica del manual. La idea había germinado en su mente, desde aquella tarde de lluvia, que comprobó la infidelidad de su amante.

Poco a poco la pasión que sentía por ella desapareció. Por las noches, lo ahogaban sus besos que soportaba con disgusto, sus caricias las sentía viscosas. El tener que responder a sus mimos le causaba náusea, lo hundía en el hastío. Cada día, al despertar, aguantaba el verla roncar, el mirar su rostro, con sus afeites, sus rulos en su cabeza. Sintió muertos aquellos sentimientos que lo atormentaron antes, que lo hacían dejar todo para recorrer más de 130 kilómetros desde su pueblo, hasta la ciudad donde ella estudiaba.

Nunca le importaron las noches frías y lluviosas de aquella ciudad. Tiritando abordaba el autobús de regreso, después de haber pasado con ella varias horas de felicidad, oyendo su risa, sus intimidades, dentro de las confidencias de las sábanas, disfrutando los espasmos de Aymara. A los pocos días de su regreso se le acumulaba la zozobra, la nostalgia por ella. Los meteoritos que cruzaba por su mente, le quebrantaban el ánimo. Lo abandonaba todo; trabajo, reuniones, compromisos, familia y amigos. Rentaba un auto, manejaba dos horas y media, con tal de llegar de improviso, a donde ella. Su mente maquinaba como espiarla, para desenmascarar, verificar su traición. La fiebre se apoderaba de él, su miedo le producía una sensación en el bajo vientre, placentera, aguantando las ganas de defecar.

Ante la ausencia de una deslealtad, terminaba buscando sus besos, finalizando en un motel. Por la noche, los dos salían para mirar el centro de la ciudad, abrazados bajo la fina lluvia, sintiendo la soledad de las horas antes del amanecer. Volvía a pasar por el dolor de despedirse, de conducir de retorno, tratando de adivinar en cuál de sus palabras, en cuál de sus expresiones se escondía una mentira, urdiendo como sorprender la próxima vez su infidelidad.

A su regreso dilapidaba el dinero en llamadas telefónicas, con el fin de saber, donde se encontraría, según un horario elaborado por los dos. Él oía, sus te quiero, quebrarse por el hilo de su voz. El frenesí se apoderaba de él, en las ocasiones que le informaban que la señorita no se encontraba o le indicaban que aún no llegaba, o bien cuando le advertían que no llamara más, que no era oportuno el comunicarse tan tarde. La impotencia de no poder hablar con ella, lo ponía fuera de sí, lo torturaban sus celos. El sobresalto, la adrenalina que corría por su sangre, le secaba sus labios. Gustaba de la aprensión, que lo estimulaba visceralmente, aplazando con un placer indescriptible, las ganas de evacuar. Se dormía meditando en el suplicio que le proporcionaba ese amor.

Cuando ella finalizó sus estudios regresó al pueblo, lo único que los separaba era la distancia de 10 kilómetros que él recorría en su recién comprado automóvil de medio uso. Se veían casi a diario, después de charlar y hacer el amor en el auto se despedían con un beso y un hasta mañana, que él escuchaba mitigado por la monotonía.

Al principio la lectura, vencía sus celos, al pasar de los días, las hojas se volvían borrosas, teniendo que regresar las páginas, para tratar de entender lo leído. Terminaba por levantarse, se vestía, prendía un cigarrillo y manejaba por las calles solitarias, silenciosas, estacionándose enfrente a la casa de su amada. Queriendo atraparla en una infidelidad, sigiloso, con taquicardia, se introducía por la vecindad, intentaba mirar por las ventanas de la casa, con la esperanza de percibir alguna luz. Un vestigio de su presencia. Aquella vez que el padre de Aymara lo sorprendió merodeando la casa, debió explicar que se encontraba, ahí, solo por la necesidad de que su hija le devolviera un libro, que ocuparía al día siguiente para un examen; disculpándose varias veces por su presencia a tan altas horas de la noche.

Su amor salió a entregarle el libro, contemplándolo con burla, con una mirada que lo lastimaba, por lo hiriente, y que trataba de olvidar durante su regreso, reprochándose, su actuar con una decena de epítetos, pero este remordimiento resultaba inútil, porque las dudas reaparecían, volvía nuevamente a la casa de su amada, buscando huellas, señales de que en su breve ausencia, ella hubiera salido. Regresaba con la misma fiebre, que lo había hecho salir.

Ella escuchó atenta el motivo de su viaje y lo alentó. “Seguramente los cursos que presenciarás, te serán útiles, me parecen oportunos para que progreses en la empresa” Él prometió volver lo antes posible, con dulzura se despidieron con un beso. Esa lluviosa tarde, la siguió, la vio entrar a una casa de dos pisos, con varias ventanas. Él se acercó a la puerta, se sentó en cuclillas y miró por el ojo de la cerradura; observó un amplio y bello jardín techado. Miró a los dos, ella sentada en las piernas de él, colmándolo de caricias, ensalivando su boca con sus besos. Contempló como ella se quitó las bragas.

Ante la imagen, le temblaron las piernas, la taquicardia se apoderó de él. Se sintió mareado, con la boca deshidrata, pero siguió observando, perdido, irremediablemente hundido, en el placer morboso de mirar cómo poseía a Aymara aquel extraño, mientras la lluvia arreciaba. La humedad escurría por su pelo, por su frente, sobreexcitado, pretendía quitarse la lluvia de los ojos, que dificultaba su vista.

Durante cinco días la rastreó, ella salía por la noche. Encaramado en un árbol, silenciosamente saltaba al balcón y los espiaba por la ventana de la recámara, los vio arrebatarse la ropa, ante la pasión urgente de contemplarse desnudos. La alfombra le reveló una serie de situaciones eróticas donde ella gemía hasta enloquecer, arqueándose, para extraviarse en multiorgasmos.

Otra tarde noche, la miró en la orilla de la cama, hincada y con las manos apoyadas en el lecho, ofreciendo su cadera. El amante fustigaba de forma suave, con un pequeño cinto su espalda y sus nalgas, hasta que su piel adquirió un tenue color carmesí, para después lentamente sodomizarla, de forma rítmica, yendo de menos a más. Ella respondió a esta cadencia, con los movimientos de su pelvis. El frenesí del bamboleo de los pechos de Aymara, lo excitó.

Esa noche se hizo el propósito de no reclamar nada, solamente prometió devolverle esa sensación voluptuosa de miedo que había experimentado. Se decidió a que vivieran juntos, ese día lluvioso que comprobó sus corazonadas. Cuando se reunió con ella, después de su supuesta ausencia, no le hizo ningún reproche. A base de imaginación le narró las actividades dentro de una serie de seminarios a los que concurrió.

Inició a practicar con ella, una serie de ejercicios que había leído en el libro, adquirido en el quiosco. Al inicio fue renuente a complacerlo, pero ante su enojo aceptó, porque disgustado y de mal humor, no la dejaba salir por las tardes. ¡Como quieras! –dijo- y se recostó. Siguió sus indicaciones y al poco tiempo ella dormía profundamente. Los ensayos hipnóticos continuaron, hasta lograr que con solo mencionarle el nombre de Fobétor, ella se perdiera en un sueño profundo.

Entusiasmado le propuso una andanza por la ciudad lluviosa y fría, donde antes ella estudiaba, un recorrido por sus montañas. ¡Será como un viaje de luna de miel. Ante su obstinación, ella aceptó. El salir de compras aminoró la desgana que le producía el viaje. Adquirieron ropa de lana, binoculares, lentes obscuros, botas, bastones, mapas, una brújula, linternas, crema solar, añadieron un botiquín, dos Walkie-Talkie, pasamontañas, que ella se probó y donde él confirmó lo frió de su mirada.

Recorrieron varios lugares, donde acamparon, disfrutaron de paisajes bellos e impresionantes, el último día se empeñó en llevarla a un paraje frecuentado por los viajeros, se estacionó en el camino. Los dos se extasiaron con la belleza del lugar, y lo inmensurable de la sima. Sacó los receptores portátiles de la mochila y la cámara. Le entregó uno a ella, a la vez que le dijo: caminaré hasta donde están esas personas y te sacaré una foto, probaremos los Walkie y te contaré un secreto.

Mientras caminaba hacia los turistas, él preguntó: ¿estás a gusto?, fastidiada respondió que sí, y él agregó: arréglate un poco. Al llegar, enfocó con el lente su silueta, consiguiendo la nitidez que pretendía, pronunció, a través del comunicador portátil, Fobétor, la misma palabra con la que Aymara perdía la voluntad, la fuerza de sus músculos, acabando dormida, profundamente dormida.
Cayendo por el desfiladero; despertó con la sensación de miedo, con un desasosiego abismal, gritando… cayendo, cayendo.
Última edición por gabriel capo vidal el Jue, 06 Oct 2022 16:49, editado 3 veces en total.
Hallie Hernández Alfaro
Mensajes: 19412
Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Re: Aymara

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

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El amante celoso perpetra un crimen, ayudado por un libro de hipnosis; buena idea para desarrollar el relato.
Creo que podrías revisar algunos momentos de la narración.

Gracias por estar.

Un abrazo, Gabriel.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
Gabriel Capó Vidal
Mensajes: 147
Registrado: Dom, 16 Jul 2023 6:51

Re: Aymara

Mensaje sin leer por Gabriel Capó Vidal »

Hola Hallie
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