Su viejo amor por los perros

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

gabriel capo vidal
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Su viejo amor por los perros

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“Y se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por esa carrera en la noche entre tantos desconocidos, donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia delante exclusivamente hacia delante"

Sus ojos cubiertos por las lágrimas, apenas distinguieron las últimas líneas del relato, regresó a las primeras páginas del cuento que le había fascinado y que sacudió a su ser. Sentía ya nostalgia, por lo descifrado, por lo experimentado y sentido, en el transcurso del relato. Sin entenderlo, sus ojos se inundaron otra vez, al acordarse de los perros de su infancia, de sus travesuras con ellos, en las calles, en el parque, en el suelo debajo de una mesa.

Pensó en Blanca, su perra consentida, en su madre y en el desfile de perros que ambos cobijaron a lo largo de su niñez. Perros callejeros, hambrientos, lastimeros, flacos, llenos de pulgas, de ojos tristes. Anímales protegidos por él y por su madre que compartía su ternura.

Entre los dos los bañaban, los perros después de sacudirse, quedaba igual de flacos, con una diferencia, movían la cola de contentos, dando cabriolas, salían disparados en todas las direcciones; regresando a la misma velocidad, sacando la lengua, relamiendo su cara. Con los días, la fisonomía de sus perros cambiaba, engrosaban y adquirían alegría sus ojos.

Su perra lo acompañaba todas las mañanas al colegio, en el trayecto jugaban en la calle. El animal detenía su marcha, mordisqueando la valenciana de su pantalón, a continuación, saltaba y se trepaba en su mochila. Feliz, a la puerta del colegio, acariciaba a su perra y se despedía de ella. Atrás dejaba su felicidad y su libertad, entrando al mundo dictatorial, de los premios y de los castigos, pasando de las primeras bancas, a las últimas, a las manos extendidas, al dolor y ardor en sus palmas, que lo causaba la vara que fustigaba sus manos, como escarmiento, ante la mirada cruel del maestro.

Cuando sonaba la chicharra, señal del fin de las tareas encolares, corría dichoso, con apremio a la puerta de salida, a la calle. Su fiel perra estaba ahí, ladrando, esperando, moviendo infatigablemente su cola. El retorno a casa, escoltado por el canino, se convertía en juego y risa. Durante la hora de la comida, levantando el mantel, discretamente deslizaba por debajo de la mesa, los alimentos de su plato y un hocico cómplice, se lo comía todo. Sonría secretamente, cuidando que no le sorprendieran. Al finalizar, se refugiaba, debajo de otra mesa, del pequeño restaurante familiar, del cual su tío era el dueño. Su perra lo recibía agitando su cola y lamiendo su cara.

También recordó la tarde de un domingo que fue a la heladería de la esquina con otros niños a mirar la televisión, después de un tiempo entraron unos amigos acongojados, a comunicarle: ¡Atropellaron a tu perra! Al tiempo que corría a su casa, se negaba a creer la noticia. Al llegar preguntó por lo sucedido, no te preocupes, la vi entrar, está ahí echada. Recobró el aliento y un poco la tranquilidad, se acercó al animal, este se quejaba casi en silencio, la acaricio, ella volteó a verlo con una mirada triste, tierna, devolvió su cuello al piso y herida de muerte, no se movió más. Supo, entonces, que el animal, había esperado su presencia para morir.

Apartó sus ojos del relato que intentaba releer y dejó el libro entre sus piernas, pensó una vez más en la razón de haber perdido su amor por los perros. Se arrellanó en el sillón y su pensamiento evocó otra visión; la de otra pérdida. Juan, su hermano mayor, hincado frente a él, buscaba en su vestimenta. Su madre intervino: ¡Juan, el chiquillo no ha tomado el billete! ¡Sé que lo tiene, porque no para de reír, le he buscado en los bolsillos, en los calcetines, y en los zapatos! ¡Entre más le registro, más se ríe! Ella, entre bromas, replicó: ¿Le harás cosquillas? ¡Siempre lo solapas!, contestó Juan y se marchó.

Su madre le expresó: Juan es mayor y no le gustan estos juegos, tú eres un piñuelo de siete años ¿Dime donde está el billete? ¿Prometes no decir mi escondite? Esperó un sí, y metió su mano por el cuello, a través del suéter busco en la única bolsa de su camisa. La entrega del billete, la acompaño una pícara sonrisa. ¡Pero, tu hermano, ha buscado en toda tu ropa! ¡Se ha olvidado de la bolsa de la camisa!, fue entonces que su risa, se tornó, en una carcajada infantil.

Resurgieron los rostros de los amigos de Juan que lo trajeron a casa y que lo recostaron a duras penas, por ser un mozo atlético, con 20 años, muy alto. Revivió, que jamás pudo volver a hablar con Juan, que permaneció inconsciente, con estertores agónicos hasta su muerte, la promesa de venganza que todavía no cumplía; pensó en su hermano tumbado en la cama, en su lecho de muerte. Desenterró del olvido el titular del único periódico pueblerino: ¡Beatriz es acusada de asesinato, sujeta a proceso judicial! Un nombre que jamás olvidó. El poder, la corrupción influyeron en la sentencia, otorgando la libertad a la homicida.

Los recuerdos volvieron a irrumpir: un niño sollozaba, delante de una tumba recién abierta, el frío y el viento de la tarde cortaban su cara y el aire elevaba tolvaneras. Cuatro hombres, a pulso, bajaban el ataúd, en el que yacía su hermano. Miró, como la tierra cubría el féretro, separándole por siempre de su hermano. Se llenó de promesas de venganza, de fantasías crueles, para cuando fuera grande.

Otros momentos se descolgaron de la memoria, los cambios sufridos en el carácter de su madre y la sobre protección que cayó sobre él, desde el deceso de su hermano; las promesas de su madre, mil veces rotas, los permisos para salir con los amigos, cancelados a última hora, negados con chantajes, con gritos, con letanías, con jerigonzas que duraban, hasta que el cansancio lo dormía. Trajo a la memoria la pérdida de confianza en ella, jamás volvió a compartir sus secretos. Fue siempre un estigma en su ánimo la muerte de su hermano, que alimentó el ensueño del desquite.

Beatriz manipuló diariamente a Juan, con el fin aciago, de no perderle, por conservarlo a su lado lo embruteció, en su desgraciada ignorancia lo entonteció, hasta acabar todo rastro de su carácter, en su maldad terminó enfrentando a su hermano y a su madre.

Ella se entrevistó varias veces con Beatriz, le rogó que lo dejara, que no le hiciera daño, si no lo amaba: La amante, de forma insolente, respondió: ¡Que al títere de su hijo, se lo mandaría a casa el día que ella quisiera! Y lo cumplió. Cuando Juan se convirtió en un fastidio; a causa de un amante, un pistolero del gobernador, le dio una dosis mortal de la pócima, que a diario, en dosis crecientes, le administraba. Revivió cada una de las llagas en la piel aceitunada del cuerpo de Juan y sintió odio, el mismo que destrozó a su familia, a su mundo, a su amor por las calles, al cariño por sus perros, que terminó con su libertad. Un universo de amor que desapareció, por una infeliz.

Beatriz permanecía secuestrada: en un cuarto, sin poder salir del mismo, con varios platillos sobre la mesa, que diariamente le eran ofrecidos, tanto por la mañana, como por la tarde. Desmejorada y angustiada, los veía sobre la mesa. Su olor excitaba sus jugos gástricos y la sensación de mordedura punzante en su estómago. A pesar de su hambre atroz, no se atrevía a comerlos y decidía sufrir otro día más de violentos retortijones, padeciendo de agotamiento, antes que probar la aromática comida.

Asió el libro, se refugió en su lectura. Finalizó una vez más el relato de Cortázar, que lo había introducido, sin saber el porqué, en el mundo de sus recuerdos. Volvió la cabeza con fastidio, al oír un quejido, miró a la mujer enflaquecida, demacrada, quebrantada, ya sin fuerzas, atada por una cadena que sujetaba su tobillo. La vio acercarse, a la mesa, recoger temblorosa un plato, con sus manos sucias, devorar el alimento y atragantarse. Sabiendo que con la comida, también consumía toloache.

La vio engullir, hasta el hartazgo, las provisiones. Después del festín, mirándola de frente, reconoció y disfrutó el miedo y el odio que centelleaba en la mirada de Beatriz. Complacido volvió al libro, a perderse en su lectura, a dejar que dos minutos se convirtieran en quince. Oyó los ladridos de los perros, que sueltos en el patio, impedían cualquier intento de fuga o la intromisión de cualquier extraño.

Pensó en las llagas, que le saldrían en la piel cubriendo todo el cuerpo de la anciana, en su agonía. Sintió que volvía su viejo amor por los perros.
Última edición por gabriel capo vidal el Vie, 09 Sep 2022 19:11, editado 5 veces en total.
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Ana García
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Re: Su viejo amor por los perros

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Me gusta la idea de este cuento. La venganza, el dolor, los cambios en la familia.
Pero, con todos mis respetos, necesita un buen pulido. Tiene fallos de todo tipo: numerosas repeticiones, creo que en un párrafo repites la palabra madre varias veces. Faltan acentos. Faltan o sobran pausas. Abuso del punto y coma...
Y en algunas partes del sur de España o en Centro América se usa la expresión "entre más" en lugar de "cuanto más". No es muy conveniente, a no ser que se incluya en un diálogo, donde los interlocutores tengan cierta forma de hablar menos culta. Tú la empleas en esta frase:
¡Entre más le registro, más se ríe!
La forma correcta sería:
¡Cuanto más le registro, más se ríe!

En algunos párrafos hay que detenerse y releer. El principio del cuento:

Y se corría a ochenta kilómetros por hora ...

Bueno, en una primera lectura yo entendí otra cosa.

En un relato corto todo debe entenderse a la primera lectura, sin que choquemos con lo escrito.

El nombre de la perra lo has entrecomillado y si te fijas queda bastante raro en el texto. Creo que no es necesario. Se sabe que Blanca es la perrita del protagonista.

De verdad que si le dedicas un poco de tiempo a este cuento puede quedar muy bien.
Un saludo y espero que no te molesten estas indicaciones.
gabriel capo vidal
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Re: Su viejo amor por los perros

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Hola Ana en tu mensaje me dices:

“En algunos párrafos hay que detenerse y releer. El principio del cuento”

En un relato corto todo debe entenderse a la primera lectura, sin que choquemos con lo escrito.

Estimada Ana, discrepo, el cuento inicia cuando el protagonista está leyendo el final de un relato, que líneas más abajo se aclara, pertenece a Cortazar.

Si la pregunta es ¿qué tiene que ver el fin del texto, con el cuento en cuestión? la respuesta es: nada.

Se sabe que la narración le fascinó, le atrajo y removió a su ser. Se aclara en una parte del relato que conmovido por los párrafos que leyó, le vino a la mente una serie de recuerdos de su infancia.

“Sin entenderlo, sus ojos se inundaron otra vez, al acordarse de sus perros”

Párrafos más abajo se lee: “Finalizó una vez más el relato de Cortázar, que lo había introducido, sin saber el porqué, en el mundo de sus recuerdos”

Si nos preguntamos y queremos entender, el por qué un relato, sin un vínculo aparente, con cosas que nos sucedieron ,nos produce tristeza y llanto, provocando que nos remontemos a nuestro pasado afectivo. Me parece una tarea inútil. La tarea es para psicólogos.

¡Entre más le registro, más se ríe!
La forma correcta sería:
¡Cuanto más le registro, más se ríe!

La Nueva gramática de la lengua española de la Real Academia, explica: las expresiones entre más y entre menos son comunes en el habla culta de México y Centroamérica en lugar de cuanto más y cuanto menos.

Lo normal en el español general culto es usar «cuanto más» ahí, pero también se acepta «entre más» en algunas zonas y «mientras más» en la lengua coloquial.

Es así, que hay que entender; el habla culta, o bien el habla coloquial de Juan, como se prefiera.

Respecto a las comillas, deberé corregir, lo mismo que la repetición de la palabra madre.

Agradezco en lo que vale tus observaciones. Un beso.
gabriel capo vidal
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Re: Su viejo amor por los perros

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Hola Ana.

He corregido el texto. Un beso.
Hallie Hernández Alfaro
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Re: Su viejo amor por los perros

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

.

Buenos días, Gabriel.
Me alegro que hayas decidido compartir tu sensibilidad en Prosa Alaire.

Creo que los reflejos de Ana han sido muy constructivos; es una autora de narrativa corta y de novelas breves muy avezada en la buena escritura. Pulcra, interesante, transmisora de emociones y con un verbo escrito que, sin proponérselo, es cátedra constante para los que intentamos crear alguna cosa digna en prosa (relatos breves, ensayos, etc).

He leído con atención tu respuesta a sus observaciones y me parecen válidas. El creador de este texto eres tú y solamente tú.
Creo que usar el maravilloso y riquísimo idioma español es una enorme responsabilidad. Escribir, por ejemplo, un relato con localismos, conlleva posibilidades de menor cantidad de lectores, no porque el texto sea menos bueno, sino porque dicho lenguaje sea desconocido.
Recuerdo haber sido "consultada" por un inteligente y joven amigo de Iberoamérica, que acababa de terminar un libro de cuentos infantiles y deseaba presentarlo a una editorial en Madrid. El contenido me pareció ameno, didáctico y muy bien ilustrado; sin embargo, la cantidad de localismos, imposibilitaba la comprensión lectora del público infantil o de los padres.
A veces, algunas palabras significan otra cosa (y la mayoría de las veces están contempladas y aceptadas por la RAE) pero igualmente pueden dificultar la aprehensión del sentido del texto.

En el párrafo primero, que abre tu trabajo, con la cita textual de Cortázar, el pronombre personal Se 3.ª pers. "m., f. y n. Forma reflexiva o recíproca de los pronombres él, ella, ello, ellos, ellas en los casos dativo y acusativo. Se peinó ..." es seguido de: corrió, que significa algo muy específico en España.

Comprendo que pueda "sentirse" que al tomar en cuenta estas cosas, se sacrifica algo de autenticidad en el texto; pero ahí está el talento del autor para encontrar la riqueza de la palabra justa y adecuar el discurso a un público más amplio.

Quise compartir estas cosillas contigo, Gabriel.
Son solo puntos de vista, aperturas quizá, otra manera de enfocar la inspiración, amigo.

Abrazo de los grandes y gracias por la paciencia.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
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Ana García
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Re: Su viejo amor por los perros

Mensaje sin leer por Ana García »

gabriel capo vidal escribió: Mié, 31 Ago 2022 6:40 Hola Ana.

He corregido el texto. Un beso.
He leído atentamente el cuento corregido. Desde luego que va ganando enteros.
Estoy totalmente de acuerdo con lo que nos dice Hallie. Tú eres el creador y tú decides si modificas o no el texto.

Me ha encantado el debate que hemos logrado y la defensa que haces de tu escrito.

Sigo pensando que faltan acentos y sobran comas. Te digo algunos si te parece bien:

Un nombre que jamás olvidó

Apartó sus ojos del relato que intentaba releer (aquí solo había un fallo en el tipeo de la contracción)

cambió el apreciar de un juez otorgando, la libertad de la homicida. Creo que esa coma es incorrecta porque corta la explicación de la frase sin motivo aparente. También encuentro raro: cambió el apreciar (¿es un localismo?). Comas como la que veo en esta frase se repiten muy seguido en todo el cuento. Es a lo que yo me refería cuando hablaba de abuso.

Cuatro hombres, en peso, bajaban el ataúd con cuerdas (¿"en peso" es otro localismo? Es un cambio por "a pulso").

que alimentó el ensueño del desquite.

He leído y releído tu cuento porque creo, estoy segura, de que merece la pena. Me gusta y por eso me he tomado el tiempo para ver algunas cosillas, pero como te dije más arriba tú decides.

Un beso. Y espero no resultar pesada.
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Ana García
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Re: Su viejo amor por los perros

Mensaje sin leer por Ana García »

Hallie Hernández Alfaro escribió: Mié, 31 Ago 2022 16:01 .

Buenos días, Gabriel.
Me alegro que hayas decidido compartir tu sensibilidad en Prosa Alaire.

Creo que los reflejos de Ana han sido muy constructivos; es una autora de narrativa corta y de novelas breves muy avezada en la buena escritura. Pulcra, interesante, transmisora de emociones y con un verbo escrito que, sin proponérselo, es cátedra constante para los que intentamos crear alguna cosa digna en prosa (relatos breves, ensayos, etc).

He leído con atención tu respuesta a sus observaciones y me parecen válidas. El creador de este texto eres tú y solamente tú.
Creo que usar el maravilloso y riquísimo idioma español es una enorme responsabilidad. Escribir, por ejemplo, un relato con localismos, conlleva posibilidades de menor cantidad de lectores, no porque el texto sea menos bueno, sino porque dicho lenguaje sea desconocido.
Recuerdo haber sido "consultada" por un inteligente y joven amigo de Iberoamérica, que acababa de terminar un libro de cuentos infantiles y deseaba presentarlo a una editorial en Madrid. El contenido me pareció ameno, didáctico y muy bien ilustrado; sin embargo, la cantidad de localismos, imposibilitaba la comprensión lectora del público infantil o de los padres.
A veces, algunas palabras significan otra cosa (y la mayoría de las veces están contempladas y aceptadas por la RAE) pero igualmente pueden dificultar la aprehensión del sentido del texto.

En el párrafo primero, que abre tu trabajo, con la cita textual de Cortázar, el pronombre personal Se 3.ª pers. "m., f. y n. Forma reflexiva o recíproca de los pronombres él, ella, ello, ellos, ellas en los casos dativo y acusativo. Se peinó ..." es seguido de: corrió, que significa algo muy específico en España.

Comprendo que pueda "sentirse" que al tomar en cuenta estas cosas, se sacrifica algo de autenticidad en el texto; pero ahí está el talento del autor para encontrar la riqueza de la palabra justa y adecuar el discurso a un público más amplio.

Quise compartir estas cosillas contigo, Gabriel.
Son solo puntos de vista, aperturas quizá, otras manera de enfocar la inspiración, amigo.

Abrazo de los grandes y gracias por la paciencia.

Ya me has emocionado, Hallie.
Soy prosista y no puedo evitar la pulcritud en los escritos. Raro es que me salte las normas que existen para escribir un buen relato corto.
Cada tipo de prosa tiene sus propias normas y suponen todo un reto respetarlas.
Gracias, compañera. Elevas mis ánimos.
Un beso.
gabriel capo vidal
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Re: Su viejo amor por los perros

Mensaje sin leer por gabriel capo vidal »

Hola Hallie

Muchas gracias por tu intervención inteligente y amena. En mi defensa diré que no soy un apasionado de los localismos.

En este caso no hay mucha diferencia en usar «cuanto más» o «entre más»

Te agradezco tu interés y tu apoyo. Eres una bella persona. Un beso
gabriel capo vidal
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Re: Su viejo amor por los perros

Mensaje sin leer por gabriel capo vidal »

Hola Ana.

Primero quiero agradecerte el tiempo, que dedicaste para leer mi trabajo y comentar mis desaciertos. He corregido algunos.

Para nada pienso que seas molesta o inoportuna, muy al contrario me agradan las personas como tú, que solo tratan de ayudar. Un beso y mis sinceras gracias.
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Mirta Elena Tessio
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Re: Su viejo amor por los perros

Mensaje sin leer por Mirta Elena Tessio »

gabriel capo vidal escribió: Lun, 29 Ago 2022 20:43 Imagen


"Y se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por esa carrera en la noche entre tantos desconocidos, donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia delante exclusivamente hacia delante"

Sus ojos cubiertos por las lágrimas, apenas distinguieron las últimas líneas del relato, regresó a las primeras páginas del cuento que le había fascinado y que sacudió a su ser. Sentía ya nostalgia, por lo descifrado, por lo experimentado y sentido, en el transcurso del relato. Sin entenderlo sus ojos se inundaron otra vez, al acordarse de los perros de su infancia, de sus travesuras con ellos, en las calles, en el parque, en sus luchas con ellos, en el suelo, debajo de una mesa.

Pensó en Blanca, su perra consentida, en su madre y en el desfile de perros que ambos cobijaron a lo largo de su niñez. Perros callejeros, hambrientos, lastimeros, flacos, llenos de pulgas, de ojos tristes. Anímales protegidos por él y por su madre que compartía su ternura.

Entre los dos los bañaban, los perros después de sacudirse, quedaba igual de flacos, con una diferencia, movían la cola de contentos, dando cabriolas, salían disparados en todas las direcciones; regresando a la misma velocidad, sacando la lengua, relamiendo su cara. Con los días, la fisonomía de sus perros cambiaba, engrosaban y adquirían alegría, sus ojos.

Su perra lo acompañaba todas las mañanas al colegio, en el trayecto jugaban en la calle, el animal detenía su marcha; mordisqueando la valenciana de su pantalón, a continuación, saltaba y se trepaba en su mochila. Feliz, ya en la puerta del colegio, acariciaba a su perra y se despedía de ella. Atrás dejaba su felicidad y su libertad, entrando al mundo dictatorial, de los premios y de los castigos, pasando de las primeras bancas, a las últimas, de las manos extendidas, y del dolor y ardor en sus palmas, que causaba la vara que fustigaba sus manos, como escarmiento, ante la mirada cruel del maestro.

Cuando sonaba la chicharra, señal del fin de las tareas encolares, corría dichoso, con apremio, a la puerta de salida, a la calle. Su fiel perra, estaba ahí, ladrando, esperando, moviendo infatigablemente su cola. El retorno a casa, escoltado por el canino, se convertía en juego y risa. Durante la hora de la comida, levantando el mantel discretamente, deslizaba por debajo de la mesa, los alimentos de su plato y un hocico cómplice, se lo comía todo. Sonría secretamente, cuidando que no le sorprendieran. Al finalizar, se refugiaba, debajo de otra mesa, del pequeño restaurante familiar, del cual su tío era el dueño. Su perra lo recibía agitando su cola y lamiendo su cara.

También recordó la tarde de un domingo que fue a la nevería de la esquina con otros niños, a mirar la televisión, después de un tiempo entraron unos amigos acongojados, a comunicarle: ¡Atropellaron a tu perra! Al tiempo que corría a su casa, se negaba a creer la noticia. Al llegar preguntó por lo sucedido, no te preocupes, la vi entrar, está ahí echada. Recobró el aliento y un poco la tranquilidad, se acercó al animal, este se quejaba casi en silencio, la acaricio, ella volteó a verlo con una mirada triste, tierna, devolvió su cuello al piso y herida de muerte, no se movió más. Supo, entonces, que el animal, había esperado su presencia para morir.

Apartó sus ojos del relato que intentaba releer y dejó el libro entre sus piernas, pensó una vez en la razón de haber perdido su amor por los perros. Se arrellanó en el sillón y su pensamiento evocó otra visión; la de otra pérdida. Juan, su hermano mayor, hincado frente a él, buscaba en su vestimenta. Su madre intervino: ¡Juan, el chiquillo no ha tomado el billete! ¡Sé que lo tiene, porque no para de reír, le he buscado en los bolsillos, en los calcetines, y en los zapatos! ¡Entre más le registro, más se ríe! Ella, entre bromas, replicó: ¿Le harás cosquillas? ¡Siempre lo solapas!, contestó Juan y se marchó.

Su madre le expresó: Juan es mayor y no le gustan estos juegos, tú eres un piñuelo de siete años ¿Dime donde está el billete? ¿Prometes no decir mi escondite? Esperó un sí, y metió su mano por el cuello, a través del suéter busco en la única bolsa de su camisa. La entrega del billete, la acompaño una pícara sonrisa. ¡Pero, tu hermano, ha buscado en toda tu ropa! ¡Se ha olvidado de la bolsa de la camisa!, fue entonces que su risa, se tornó, en una carcajada infantil.

Resurgieron los rostros de los amigos de Juan que lo trajeron a casa y que lo recostaron a duras penas, por ser un mozo atlético, con 20 años, muy alto. Revivió, que jamás pudo volver a hablar con Juan, que permaneció inconsciente, con estertores agónicos hasta su muerte, la promesa de venganza que todavía no cumplía; pensó en su hermano tumbado en la cama, con el cuerpo llagado, en su lecho de muerte. Desenterró del olvido el titular del único periódico pueblerino: ¡Beatriz es acusada de asesinato, sujeta a proceso judicial! Un nombre que jamás olvidó. El poder, la corrupción influyeron en la sentencia, otorgando la libertad a la homicida.

Los recuerdos volvieron a irrumpir: un niño sollozaba, delante de una tumba recién abierta, el frío y el viento de la tarde cortaban su cara y el aire elevaba tolvaneras. Cuatro hombres, a pulso bajaban el ataúd, en el que yacía su hermano. Miró, como la tierra cubría el féretro, separándole por siempre de su hermano. Se llenó de promesas de venganza, de fantasías crueles, para cuando fuera grande.

Otros momentos se descolgaron de la memoria, los cambios sufridos en el carácter de su madre y la sobre protección que cayó sobre él, desde el deceso de su hermano; las promesas de su madre, mil veces rotas, los permisos para salir con los amigos, cancelados a última hora, negados con chantajes, con gritos, con letanías, con jerigonzas que duraban, hasta que el cansancio lo dormía. Trajo a la memoria la pérdida de confianza en ella, jamás volvió a compartir sus secretos. Fue siempre un estigma en su ánimo la muerte de su hermano, que alimentó el ensueño del desquite.

Beatriz manipuló diariamente a Juan, con el fin aciago, de no perderle, por conservarlo a su lado lo embruteció, en su desgraciada ignorancia lo entonteció, hasta acabar todo rastro de su carácter, en su maldad terminó enfrentando a su hermano, con su madre.

Ella se entrevistó varias veces con Beatriz, le rogó que lo dejara, que no le hiciera daño, si no lo amaba: La amante, de forma insolente, respondió: ¡Que al títere de su hijo, se lo mandaría a casa el día que ella quisiera! y lo cumplió. Cuando Juan se convirtió en un fastidio; a causa de un amante, un pistolero del gobernador, le dio una dosis mortal de la pócima, que a diario, en dosis crecientes, le administraba. Revivió cada una de las llagas en la piel aceitunada del cuerpo de Juan y sintió odio, el mismo que destrozó a su familia, a su mundo, a su amor por las calles, al cariño por sus perros, que terminó con su libertad. Un universo de amor que desapareció, por una infeliz.

Beatriz permanecía secuestrada: en un cuarto, sin poder salir del mismo, con varios platillos sobre la mesa, que diariamente le eran ofrecidos, tanto por la mañana, como por la tarde. Desmejorada y angustiada, los veía sobre la mesa. Su olor excitaba sus jugos gástricos y la sensación de mordedura punzante en su estómago. A pesar de su hambre atroz, no se atrevía a comerlos y decidía sufrir otro día más de violentos retortijones, padeciendo de agotamiento, antes que probar la aromática comida.

Asió el libro, se refugió en su lectura. Finalizó una vez más el relato de Cortázar, que lo había introducido, sin saber el porqué, en el mundo de sus recuerdos. Volvió la cabeza con fastidio, al oír un quejido, miró a la mujer enflaquecida, demacrada, quebrantada, ya sin fuerzas, atada por una cadena que sujetaba su tobillo. La vio acercarse, a la mesa, recoger temblorosa un plato, con sus manos sucias devorar el alimento y atragantarse. Sabiendo que con la comida, también consumía toloache.

La vio engullir, hasta el hartazgo, las provisiones. Después del festín, mirándola de frente, reconoció y disfrutó el miedo y el odio que centelleaba en la mirada de Beatriz. Complacido volvió al libro, a perderse en su lectura, a dejar que dos minutos se convirtieran en quince. Oyó los ladridos de los perros, que sueltos en el patio, impedían cualquier intento de fuga o la intromisión de cualquier extraño.

Pensó en las llagas, que le saldrían en la piel, cubriendo todo el cuerpo de la anciana, en su agonía. Sintió que volvía su viejo amor por los perros.
Hola Gabriel, mas allá de las correciones, yo no me quedo en el error jamás. Aprecio tu sensibilidad como escritor,
me ha gustado tu relato, me lo llevo para volver a reelerlo.
Sinceramente desde que volviste me ha gustado todo lo que escribes, y he llegado a conocerte y a apreciarte. Un beso querido amigo.-

Porque después de todo he comprendido
por lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
Francisco Luis Bernárdez
gabriel capo vidal
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Re: Su viejo amor por los perros

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Hola Mirta.

Gracias por tu visita y tus agradables palabras. Recibe mi cariño.
Sergio D'Baires
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Re: Su viejo amor por los perros

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Gabriel : Poeta

Lo he disfrutado

¡Realmente!

Lo he disfrutado

Y no es que me repita para convencerme; sino para solazarme...

Un abrazo
Responder

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