Y el caballo hermoso
en su establo,
reposa en pajas suaves.
Se desnudan mis fantasmas.
El acero y la carne se cobijan.
¡Es la noche,
la capilla de lo insólito!
De pronto
los limones son cortados,
jugo y aroma se compendian.
Al instante,
cuanto éramos ya no somos,
nos realizamos nuevamente.
El caballo hermoso está en su establo
y el prado tiene una sombra
con ojos cerrados,
¡Cuánto éramos, no lo somos!
A cada instante nos marchamos
—resguardados—
en secreto.
Miedo.
Somos sandalias descubiertas
del camino tortuoso;
no tenemos
los pies abiertos a la esperanza;
los ultrajes del esparto
están cerrándose todavía;
pero,
ya desnudos y con ansias nos amamos.
Cuanto éramos
está encerrado entre pleitas de espartos,
con ungüentos,
embalsamado en tabernáculos.
¿Seremos sandalias de esparto,
espliego, sándalo,
esencia estremecida de dos?
¿Qué seré yo sin tu esencia?
cierra cual misérrimo ataúd
en el que mi sangre cristaliza.
Copos de sangre flotando sobre
el agua encharcada a la deriva,
donde mis ojos negros tropiezan
con las ramas muertas de abedules
murciélagos, carrizos, devoran
los cínifes que velan mi noche.