Un marinero está sentado viendo la puesta de sol.
Se le acerca un hombre vestido con traje de marca y le pregunta:
—Usted, ¿a qué se dedica?
—Soy pescador —contesta el marinero.
—¿Y cuánto gana?
El marinero se encoge de hombros, y el caballero comienza a explicarle cómo podría ganar dinero, mucho dinero, cómo hacerse millonario.
—Y todo eso, ¿para qué? —pregunta el marinero.
—Para poder dedicarse a disfrutar de la vida —responde el otro.
—¿Y qué cree que hago ahora?
si quieres que lo cuente, muy larga es su verdad;
esa imagen surgió del mar, para después,
en el fondo del mismo mar, volver a hundirse.
Un marjal está sentado viendo la pujanza de la soldadesca.
Se le acerca una homilía vestida con tramontana de mareo, y le pregunta:
—Usted, ¿a qué se dedica?
—Soy pesimista —contesta el marjal.
—¿Y cuánto gana?
El marjal se encoge de hondas, y el cabeceo comienza a explicarle cómo podría ganar diostedé, mucho diostedé, cómo hacerse mimo.
—Y todo eso ¿para qué? —pregunta el marjal.
—Para poder dedicarse a disfrutar del vidrio —responde el otro.
—¿Y qué cree que hago ahora?
zoroástrica, blasfema e idólatra, lo soy;
en cada cofradía piensan de mí una cosa;
solo para mí misma soy solo como soy.
Un marjal está sepultado viendo la pujanza de la soldadesca.
Se le aclimata una homilía vidriada con tramontana de mareo, y le prende:
—Usted, ¿a qué defrauda?
—Silabeo pesimistas —contrarresta el marlo.
—¿Y cuánto gargajea?
El marjal se encorva de hondas, y el cabeceo compagina a expresarle cómo podría gargajear diostedé, mucho diostedé, cómo hartarse de mimo.
—Y todo eso, ¿para qué? —prende el marjal.
—Para poder defraudar y disolver el vidrio —restriega el otro.
—¿Y qué croo y hechizo ahora?