Una habitación azul
Publicado: Vie, 24 Oct 2008 13:59
Esperar a que parpadee tu habitación azul
mientras las palomas de la plaza me comen los dedos
y cientos de rostros desconocidos en autobuses amarillos
me observan con los ojos de mi padre.
Esperar a que corras las cortinas
y tu silueta de dibujito manga
atraviese el cristal como un relámpago.
La estatua que perdió la cabeza un viernes de botellón,
se busca los ojos a la vez que bostezas,
te estiras y doblas cuidadosamente
tu pijama de corazones rojos
en un afortunado sofá que conoce al milímetro
la redondez de tus nalgas.
Tres calles más abajo se despereza el mar,
a un kilómetro los jardines de la señora Petra
corrompen la belleza de las flores
y al oeste el tendedero de Neus
pervierte el cielo con sus tangas de colores.
Y sin embargo, nada es comparable a tu ventana.
Yo una vez me colgué de tus pupilas,
tu piel olía a chocolate blanco por las mañanas,
se te erizaba el vello con la primera corriente
y yo intentaba poner paz
entre los lunares de tu espalda
y las pecas de tu cuello.
Era imposible.
Yo sé que cuando llueve tus besos se alargan doce minutos,
que en tus manos habitan diez pianistas ciegos,
sé de el antojo con forma de fresa de tu pubis
y del aire que se te mete dentro sin permiso.
Yo sé de ti porque te tuve
y ellos jamás lo entenderían.
Y seguirán llamándome el loco del parque,
cuando desfilen sin hombros por la calle
y los columpios estén huerfanos de movimientos
y seguirán burlándose, cuchicheando a mis espaldas,
cuando a las nueve de todas las mañanas
yo espere el espectáculo que esconden
las cortinas que compramos en Madrid.
Solo la estaua y yo mantenemos el pulso,
yo con la ilusión de que un día bajes
con tu sonrisa de anuncio de sobremesa
y me suspires al oído mientras dices:
- Te perdono tonto-
Ella con que le devuelvan la cabeza
y le inclinen la mirada un poco más al este,
exactamente al quinto B
de una habitación azul.
mientras las palomas de la plaza me comen los dedos
y cientos de rostros desconocidos en autobuses amarillos
me observan con los ojos de mi padre.
Esperar a que corras las cortinas
y tu silueta de dibujito manga
atraviese el cristal como un relámpago.
La estatua que perdió la cabeza un viernes de botellón,
se busca los ojos a la vez que bostezas,
te estiras y doblas cuidadosamente
tu pijama de corazones rojos
en un afortunado sofá que conoce al milímetro
la redondez de tus nalgas.
Tres calles más abajo se despereza el mar,
a un kilómetro los jardines de la señora Petra
corrompen la belleza de las flores
y al oeste el tendedero de Neus
pervierte el cielo con sus tangas de colores.
Y sin embargo, nada es comparable a tu ventana.
Yo una vez me colgué de tus pupilas,
tu piel olía a chocolate blanco por las mañanas,
se te erizaba el vello con la primera corriente
y yo intentaba poner paz
entre los lunares de tu espalda
y las pecas de tu cuello.
Era imposible.
Yo sé que cuando llueve tus besos se alargan doce minutos,
que en tus manos habitan diez pianistas ciegos,
sé de el antojo con forma de fresa de tu pubis
y del aire que se te mete dentro sin permiso.
Yo sé de ti porque te tuve
y ellos jamás lo entenderían.
Y seguirán llamándome el loco del parque,
cuando desfilen sin hombros por la calle
y los columpios estén huerfanos de movimientos
y seguirán burlándose, cuchicheando a mis espaldas,
cuando a las nueve de todas las mañanas
yo espere el espectáculo que esconden
las cortinas que compramos en Madrid.
Solo la estaua y yo mantenemos el pulso,
yo con la ilusión de que un día bajes
con tu sonrisa de anuncio de sobremesa
y me suspires al oído mientras dices:
- Te perdono tonto-
Ella con que le devuelvan la cabeza
y le inclinen la mirada un poco más al este,
exactamente al quinto B
de una habitación azul.