I
Amores de la ciudad,
amores de triste cama.
Juanita no ama a su novio,
Juanita ya no le ama.
Felipe, el de Moguer,
se ha enterado esta mañana.
Moguer queda lejos,
y quedan lejos la casa
donde jugaron de niños
y las huertas y la playa.
“Juanita, dijeron,
Vale más de lo que gana”.
Felipe coge su larga navaja,
pasa el dedo por el filo
y corta un papel de barba.
El acero está brillando
y en él se mira la cara.
Tiene los ojos de sangre,
la frente caída y baja.
II
Las calles de la ciudad
a las seis de la mañana.
El mercado de las flores
ha comenzado en Plaza España.
Claveles, rojos claveles
y rosas blancas, muy blancas.
A las seis de la mañana
—verano caluroso—
sale Felipe de casa.
Huele a la flor de sol
y lleva navaja.
en el bolsillo,
cerrada.
Lleva la sangre caliente
y casi ardiendo la cara.
Se ha bebido dos coñacs
antes de salir de casa.
En la plaza se detiene
y coge una rosa blanca.
En la rosa están los pechos
de Juanita, la que le amaba.
En la rosa está la tarde
aquella en que la besaba.
En la rosa está la cama,
la cama de colcha blanca.
Y en la cama está Juanita
con otra. Ya no le ama.
Felipe está decidido:
“Voy y le rajo la cara.
que la cara que yo bese,
nadie, sino yo, besara”.
Felipe, treinta años,
natural de Moguer,
hijo de un buen campesino,
peón de la construcción,
de los que callan y callan.
De los que no saben
de amores
en buena cama.
Juanita no quiere vivir con la mano pegada a la azada, rendidos sus riñones y agotados los ojos por el humo de la cocina. Huye de la cena silenciosa y de la mujer que seguirá muerta y encorvada hacia la tierra, como una flor silvestre rendida por la escarcha.
III
Cuando Juanita salía
de la casa de su amante,
Juanita de Huelva,
con su vestido de flores,
—al cuello un collar de plata—
y su cuerpo ahíto de amor;
Felipe se le abalanza,
no por lo que ya pasó,
no porque se acueste
con una mujer,
sino porque no le ama.
Cinco o siete puñaladas.
¡Yo no sé las que le clava!
En la puerta de la casa
Donde Juanita gozaba
quedaron las rojas manchas
de la sangre que brotara.
Y la sangre de Juanita
manchó a Felipe la cara.
La miró cómo caía.
No le dijo una palabra.
Luego volvió la navaja
y se cortó la garganta.
Amores de la ciudad,
amores de triste cama.
Se nos muere hasta la hierba y en un claro latir de hombres quedan constantemente las cadenas. Que el amor es libertad. Caer del cielo abajo, en tierra, luego solo hay esto: el viento, un árbol, algunos corazones que sollozan y algún cielo de menos.
en tu caja de pino. Que vengan las palomas
y construyan los nidos a los pájaros.
Que sea paz y canción de un pasado,
ésta, tu muerte.
Que el viento se lleve navajas y disparos.