Consideraciones sobre la poesía de Cernuda
Publicado: Lun, 06 Jun 2022 20:01
CONSIDERACIONES SOBRE LA POESÍA DE CERNUDA
He querido dedicar este artículo al poeta del 27, Luis Cernuda, porque, siendo uno de los “grandes” de esa generación, es también el menos estudiado por la mayoría de los autores incipientes de hoy.
Luis Cernuda nació en Sevilla en 1902. Tuvo una infancia solitaria pero, ya en su juventud recibió una sólida formación literaria, principalmente poética, siendo su principal maestro Pedro Salinas, que muy pronto vio en él sus extraordinarias cualidades, De carácter introvertido y tímido, guardó muy celosamente su intimidad sexual.
Y tras esta síntesis de las particularidades del autor, pasaré a exponer algunas consideraciones sobre su poesía.
Cuando publica su primer libro, Perfil del aire, el poeta revela una personalidad propia. Aparece en esa obra un mundo inmóvil, proyectado sobre un tiempo detenido. La noche es la muerte, y el día, un cotidiano regreso a la vida. A lo largo de su trayectoria poética, se consolidan los rasgos del poeta; el cristal de su ventana irisa la luz y permite establecer entre el soñador y el mundo una relación lírica. El canto lírico surge, en ocasiones, frente a los objetos cotidianos e inmediatos, pero la lectura de sus poesías revela de pronto la presencia del plano subjetivo. Cernuda es el poeta de la soledad omnipresente, la indolencia, la presencia obsesiva de la página en blanco, como signo de esterilidad y de frustración. A través de los sentidos, el poeta entra en contacto con el mundo, pero esa experiencia no culmina en el gozo intelectual, en la plenitud, en la afirmación de sí mismo, sino en un morboso afán de amor y olvido. Frente a la ventana de Cernuda no hay un contemplador ávido de esa perfección que se le entrega, acotada, límpida, en relieve: adentro hay soledad, esterilidad, impotencia; afuera, hastío. Su presente inmovilizado, ingrávido, respira el presentimiento de la muerte, la inminencia del cambio y del tránsito. El jardín secreto, escondido entre sus muros, más que presente concreto es sueño del tiempo que pasa, de la noche que marchitará las ramas y enlodará las aguas. La capacidad de Cernuda para asimilar y transformar experiencias próximas o remotas, hace de él un poeta singularmente desconcertante para los cazadores de fuentes o parentescos. Pocos poetas españoles de su época han integrado en su poesía, de un modo tan perfecto, la experiencia literaria anterior, no como fórmula de fabricación retórica, sino en un proceso de incorporación originalísimo, en tormo de un núcleo biográfico, de una experiencia vivida.
He querido dedicar este artículo al poeta del 27, Luis Cernuda, porque, siendo uno de los “grandes” de esa generación, es también el menos estudiado por la mayoría de los autores incipientes de hoy.
Luis Cernuda nació en Sevilla en 1902. Tuvo una infancia solitaria pero, ya en su juventud recibió una sólida formación literaria, principalmente poética, siendo su principal maestro Pedro Salinas, que muy pronto vio en él sus extraordinarias cualidades, De carácter introvertido y tímido, guardó muy celosamente su intimidad sexual.
Y tras esta síntesis de las particularidades del autor, pasaré a exponer algunas consideraciones sobre su poesía.
Cuando publica su primer libro, Perfil del aire, el poeta revela una personalidad propia. Aparece en esa obra un mundo inmóvil, proyectado sobre un tiempo detenido. La noche es la muerte, y el día, un cotidiano regreso a la vida. A lo largo de su trayectoria poética, se consolidan los rasgos del poeta; el cristal de su ventana irisa la luz y permite establecer entre el soñador y el mundo una relación lírica. El canto lírico surge, en ocasiones, frente a los objetos cotidianos e inmediatos, pero la lectura de sus poesías revela de pronto la presencia del plano subjetivo. Cernuda es el poeta de la soledad omnipresente, la indolencia, la presencia obsesiva de la página en blanco, como signo de esterilidad y de frustración. A través de los sentidos, el poeta entra en contacto con el mundo, pero esa experiencia no culmina en el gozo intelectual, en la plenitud, en la afirmación de sí mismo, sino en un morboso afán de amor y olvido. Frente a la ventana de Cernuda no hay un contemplador ávido de esa perfección que se le entrega, acotada, límpida, en relieve: adentro hay soledad, esterilidad, impotencia; afuera, hastío. Su presente inmovilizado, ingrávido, respira el presentimiento de la muerte, la inminencia del cambio y del tránsito. El jardín secreto, escondido entre sus muros, más que presente concreto es sueño del tiempo que pasa, de la noche que marchitará las ramas y enlodará las aguas. La capacidad de Cernuda para asimilar y transformar experiencias próximas o remotas, hace de él un poeta singularmente desconcertante para los cazadores de fuentes o parentescos. Pocos poetas españoles de su época han integrado en su poesía, de un modo tan perfecto, la experiencia literaria anterior, no como fórmula de fabricación retórica, sino en un proceso de incorporación originalísimo, en tormo de un núcleo biográfico, de una experiencia vivida.