Escrito sobre Poeta en Nueva York

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F. Enrique
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Escrito sobre Poeta en Nueva York

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Quiero llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.
(Lorca - Poema doble del lago Eden)

1

Ya no quiero estanques, alaridos ni sueño.
No quiero despertar la despedida de las horas
y los besos de arcilla que cayeron,
ni voz que se derrame en el cielo de tu boca,
en la estampida quieta
que rompa los semáforos sin luces de la derrota.

Quiero mi libertad, que transita por las venas,
el amor de los deseos que se equivoca,
que sin ti no se entiende
en los Campos de fresas, en la Antorcha,
en los jardines de la Argentina,
quiero la sed de las carencias atravesadas
en el Hadú que nunca duerme y llora
en el rincón oscuro de la brisa
que ya no quiere a nadie y anuncia otra victoria
amarga en los pliegues del tren de la esperanza
que nunca llega a percibir tus costas,
que descarrila errante sobre una luna muerta.

¡Mi amor, mi sangre, mi muñeca que solloza,
mi efímero Paraíso de bohemia,
de lujurias, de polvo reventado,
de ansias locas
y embajadas de papel en tu promesa rota!

Mi canto entre las rejas
de mis zapatos blancos y las olas,
la estela del óbito de tu sonrisa
en una estrella inerte y redentora
que hierve en las alturas,
en la multitud que lleva en las entrañas
la incomunicación febril de las farolas,
los arrabales
perdidos entre los puentes de fría piedra
que atraviesan la memoria
que grita enamorada sobre el mar
de los excesos, de las sábanas negras
y la muerte anunciada por las rocas.

2

Mi soledad

Mi polvo no está en el aire,
ni en la palabra
que amargamente
se enamoró de tu boca.

¿Cómo era mi soledad antes de que estuvieras
navegando en mi errática
pronunciación
del letargo?

La vi sobre mis hombros,
en mi espalda,
la vi en las manivelas del recuerdo,
en el sudario
que esperaba la sombra del dolor,
aquella sombra
que se enamoró de mí,
que nunca me dejaba...

Mi soledad vestida en un suspiro
cautivo, interminable.

Mi soledad masacrada por discrepancias antiguas
que a comprender no alcanzo,
que no hablan, que no gritan, que no entienden.

¿Cómo era mi soledad antes del día que fueras
al río sin retorno de la ropa desterrada
en el armario sin fondo que escondía tus anhelos,
a la madrugada de los ojos sin máscara y sin dueño
que lloran y aún te buscan
en las ruinas imborrables de tu adiós a las muñecas?

Mi polvo no está en el aire,
no está en tus pensamientos
ni está en las escaleras abiertas de tu casa,
que está en los candelabros donde murió el olvido
que abrió los entresijos sin rumbo de tu risa.



3


Para beber la huella de tu rostro


Correrán los recuerdos desbocados
horadando la vena y los sentidos.
¡Qué apetencia de mares esparcidos
en la brisa lejana del pecado!
(Mares Lejanos – Canción de 1996)


Para beber la huella de tu rostro
y arrebatarle al aire su fragancia
quise desperezarme
del terrible marasmo de la nada.

Entonces sueños, entonces golondrinas
cabrían en mi voz enamorada
y acercarían el vuelo a aquella tarde
cuando entre tristes árboles pasabas.

Serías tú misma el sueño y el amor,
serías la muerte cuando me mirabas.

(Abril - 1991)

4

(I)
Arde el viento en los cables,
suena triste el olvido,
busco la soledad
que entonces me llevaba,
mi sueño aprisionado
en tus ojos distantes,
tu sombra en el recuerdo,
tu voz en el pasillo.

Ha pasado el silencio sobre los adoquines,
has vestido de amor parques de indiferencia
porque sigues viviendo el sueño de la rosa.

Pasan firmes los coches
de silencio agrietado,
de campana que dobla un sentimiento íntimo
de amor que te acompasa por encima del tiempo
y se acerca a tus brazos como un niño asustado.

5

Aquel niño que fui vivió de otro silencio,
entre montes y mares
quedaron repartidos
sus amores, sus juegos,
y aquel anochecido desvelo de la tierra
que nunca lo buscaba y siempre florecía.

Ahora vive exiliado en un barrio dormido
que baraja la sombra
de la muerte que brama
en el madero tosco de los crucificados
que siembran los caminos
de aquella ensoñación de la tierra que pesa
como el recuerdo herido de una ilusión ignota,
como el árbol que crece en medio del espanto.

Cartones por los suelos, coches en las esquinas,
trovadores sin sueño que luchan en la muerte
para sentir la vida que vibra en otro instante
para reconocerte en un milagro tierno.

Aquel niño que fui permanece encantado
por el gemido intenso de una pena que grita
por las vías sin trenes, por la quietud que pasa.


En tus ojos de olivo
siembra la tarde
vuelos de mariposa.

Aquel niño que fui
tu boca busca
por el alba inundada.

5

Te buscaré en las horas de tu alma que vuelve
a nuestro antiguo patio que yace en la tristeza
de haber perdido el nombre, el sentido y la calma,
de haber dejado un blues morir en nuestro sueño
que nunca volverá al amor y al olvido,
pasó por nuestros ojos y nuestra juventud
en hilos sensitivos de tu voz que vibraba.

En tu verso ardiente, en tu verdad sincera
eres aún tan hermosa en la luz que se pierde
que sigues abrazando los vestigios que pasan,
llevas la huella errante de un sentimiento claro.

6

Nocturno del Paseo de las Palmeras (XVI)


Ya sé que el olor del mar de la bahía
me evocará esos días que anduve y despertaba,
me traerá esas noches de llovizna,
de hueco y aranceles
cuando el Paseo de las Palmeras
me parecía tan largo,
la gente tan vacía.

Ya sé que entonces inundará mi rostro
el vendaval errático que sufre tu agonía,
que caerán los minutos
que no vuelven a la esfera,
que los muertos estarán más cerca de la barca
anclada de tu alma que cruza la bahía,
que las espinas estarán más cerca de mi frente,
que los senos caídos se erguirán para siempre
y pensaré de nuevo en Eleanor Rigby
¿Adónde va la gente que está sola?

7

La amada de la muerte.

La suave colina donde quedaron
las entrañas dormidas de un poeta
se ha llenado de noche.

Mientras sube la niebla
de aquella soledad,
se ha llenado de noche.

Porque tú,
amor mío,
has cumplido cien años
en el drama de un beso
que ha cerrado tu boca.

Porque tú,
amor mío,
has dejado la lira en el viento
ebria y sola,
te has vestido de muerte.

Con los párpados verdes apagados
de desvelos de ayer que nos impregnan
de rimmel solitario,
con el polvo azotando
tus pálidas mejillas,
te has vestido de muerte.

8

Tienes en la cabeza aquel aire de amor
que aún palpita en mi pecho,
eres de la quietud que no arrastró el olvido
y acoges tibiamente la última elegancia.

Todas tus cosas saben a primavera antigua
cuando cruzan las calles
amarillas de Abyla en el recuerdo,
más vivas que el presente,
más raudas que la luz.

Eres ese milagro que se recuerda siempre,
eres el horizonte que alienta cada búsqueda.

9

Abrazaré un poema
si acaricio tu rostro
y siento que se enciende
en las lindes
de mi ropa.

Cogeré otro poema
si acaricio tus pechos
y siento que se rompen
en la cumbre
de mi boca.

Tendré tu falda abierta
en mis ruinas,
de oscuro cielo tus ojos
penetrando en la luna.

Pienso que has muerto
o tan lejos estás
que eres la poesía
que llora adolescente
en la penumbra amarga
adonde huye
el relámpago.

Descenso hacia el dolor,
agujero aparente
que sube a las tinieblas
de un techo imperceptible.

Pero en mi orilla tiendo mi mano y te levanto,
lujuria que revienta las ramas de mi alcoba,
lluvia que no ha caído, corazón que me evoca
intensas sensaciones que nunca florecieron.

10

Amor que no fue

He tenido tu gesto como mío sin ser tuyo,
tu expresión destilaba la prístina tristeza
mientras días azules se agolpaban y huían.

He tenido que abrir otra vez la compuerta
que me lleva a hollar la huella del deseo,
arrugar el vestido rojo de aquella cita
que murió sin saberlo mientras te iluminaba.

He tenido que abrir marcas en el olvido
para besar de nuevo la sombra de tus labios,
para avivar las flores de arriates perdidos
y sentir que la noche sin tu llama no hierve.

El coral de tus manos ya no lleva tu nombre
y se acerca a mi pecho y no puedo encontrar
la sonrisa de nube que guardaste en la alcoba.

He tenido que abrir una mirada densa
para desenhebrar la luna que arrancabas,
invocarte, pedirte, hablarte, rescatarte,
esperanza de siempre, amor que nunca fuiste.

11

Fotografía (V)
Inspirado por tu huella
en una fotografía,
por la imagen de ti misma
que forjaste en mi locura,
por el patio arrinconado
que arrastraba mis deseos,
los espejos, las alfombras
y la apetencia de vida,
palidece el canto errante
que me entregara tu luna,
naufragaba en mi recuerdo
cuando tu voz se rompía.

Allí fue donde lloraban
las flores de los misterios,
donde gastadas antenas
apenas se conectaban,
con el rumor de Borrás,
los gatos y los cordeles,
con el humo de la fábrica,
con el aliento del mar
y las cuerdas de tu voz
en tu amor que florecía.

12

Reina de corazones

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!
(Lorca – Vuelta de Paseo (Fragmento)
[BBvideo 560,340][/BBvideo]
Ahora me pregunto dónde amaga tu rostro,
dónde se desesperan, en qué boca,
la rabia y los bramidos.

¿Qué lágrima tendrá de un cartel la sonrisa
que atraviesa los lechos
que hieren los rescoldos del mañana?
¿Qué lápida me espera para olvidar tu cuerpo,
para enterrar los senos de escultura
qué enturbiaron mi orgullo en el llanto del alba?

Destroza un corazón y sírvelo a la noche,
prende en tu propia llama los recuerdos
para ver descarnados los desnudos,
mece en tu negra espuma el fulgor de los astros
que aprisiona tu espalda
y memora en tus piernas la herida de los lirios.

Ahora me pregunto dónde mueren tus ojos,
dónde planchas tu blusa, tu leyenda y la falda
que no encuentra la voz
para abrir el camino ebrio de tu perfume,
para llevar al mar los vientos del deseo,
para inundar tu pluma caprichosa
con la palabra intensa
que reza melancólica en el templo
que rinde un culto amargo a los vestigios
perversos de tu sombra
mientras el aire gime cálido en tu caricia.

Para romper los brazos del mar que no se abrieron,
la puerta de tus labios decadentes
y la ventana oscura de tus muslos errantes,
para perder la huella de las horas perdidas
y escribir en los árboles sin rastro ni raíces
la amarga sinrazón de los te quiero
cuando no queda amor, Reina de corazones,
en el jardín sombrío que naufraga en tu frente.

Para hacerte divina en tus rasgos humanos
y mostrarte una estrella
que pueda protegerte cuando nadie te busque
ni anhele tu misterio que amenaza en las ruinas
de un desastre infinito,
temible y asustado
que asalta el corazón de tu ardiente silencio.

Porque quiero quererte sin amor,
porque quiero quererte sin reparos,
encenderme en tu llama
y atravesar la ausencia siniestra de tu túnica
que fervorosa cae en el pasado.

Pero los ojos siguen en la cuesta empinada
que agolpa los murmullos,
los delirios y el aire de amores que pasaron
como si hubieran muerto en tu perfil tardío,
en normas encalladas,
en llanto con espinas que recorre las venas,
Reina de corazones.

13

Yo no podré quejarme

Yo no podré quejarme
si no encontré lo que buscaba.
(F. G. Lorca - Cielo vivo)

Yo no podré quejarme
por no haber buscado tus ojos verdes
en el fondo del parque
al que iban los gitanos.

Por no haber en tu oído derramado
las palabras ardientes que sentías,
por no haber perseguido
en la alborada
lo lírico y eterno de tu rostro,
por pintarte en la luna
con el pliegue y el vuelo
de tu blusa y tu enagua.

Por haber permitido
escapar
los veranos sin fruto,
el sol por tu almohada.

Por no horadar tus recuerdos,
por no escribirte canciones.

Porque entonces vendría
la llama de tu olvido
quizás de entre los muertos,
y me regresarías
la huella de tu alma
que busca en los cristales
la locura del beso
que excitaba
los cipreses, el deseo y las líneas
azules de la noche.

¡Oh, vestigios de ausencia
que tus brazos forjaron!
Porque tú ya no estás,
y no estás,
para siempre
serás de otra distinta
pergeñando ese pulso
que se aleja y se ahoga,
presagiando esa muerte.

Así mi fatigado corazón
podrá, sin un latido,
descansar
en el párvulo y frío cementerio
derruido por el viento,
castigado por la sal y las olas,
erigido
por tristes ilusiones.

14

Nocturno de la Marina


la soledad de un eterno perdedor hundido en su pensamiento
y la agonía
de unos ojos hinchados
que no pueden ver la oscuridad de los soles entre la niebla.
(Fotografía de púgil pensativo)

Van pasando las noches, sin vida, ni recuerdo,
van rodando los coches monótonos sin pausa.
Enfrente, en el puerto,
el edificio blanco retoza con el alba.

Las farolas no tienen otra luz que el silencio.
Ha pasado el amor, como tú, como el agua,
como todos los días que estuve en este muro,
pienso que infranqueable
porque me despedía de las voces calladas
que tuvieron tu risa, pienso que indefinido
porque a todas las nubes les dije que te amaba
y ninguna de ellas me trajo una respuesta.

Ya sé que infranqueable, ya sé que indefinida;
ningún coche es el tuyo, ninguna luz se para.
(Abril 1991)

15


Patio a la derecha de la calle. (VI)

En la luz que aspiraste mi amor y mi ternura
donde libres chocaron corazones al vuelo.
donde reposa erguida la brisa del acanto
llora mi juventud
vagando sin consuelo,
sigue mi voluntad buscando aquellos días
dejando en las paredes la sombra de un recuerdo
que recoge tu blusa y tu pelo.

Inspirado por la huida de los grandes poetas
en las hojas del sauce mi corazón gemía.
Son las calles, los sueños tan oscuros sin ti
que por no derramarme en la nada me inspiro.

16

No hay peor corná que la que uno mismo se pega.

Quiero besar tu frente
aún tibia y dolorida
cuando caiga el último
resplandor en mi huerto.

Quiero tocar el verde
silencio de tu olivo
hasta ser sólo mía
el alma de mi queja.

Aún me quema la sangre
que arranqué en tus espinas,
aún me duele tu nombre,
aún subo tu calvario.

Quiero tocar el verde
silencio de tus ojos
entre los azahares
blancos que se me alejan.

Apártame tus ramas,
amor,
cuando quieras dañarme
y no encuentres castigo.

Apártame tu pelo
cuando pienses atarme
a la esquina del sueño
y una cuerda no encuentres.

¿No ves que estoy llevando
la cruz de tu mirada
por otros derroteros
que tú ya no conoces?

Aún espero que vuelvas
con aquella caricia
que dejaste en mi rostro
y en el viento de marzo.

Aún tengo que empezar
mi itinerario abrupto,
aún estoy en tu huerto
y bebo tu amargura.

17

Quizás nunca supiste si lloraste mi amor,
si el alba de dolor en sombras derramada
engullía la noche de los embarcaderos,
perseguía al héroe o aclamaba al monstruo.

Mas déjame pensar en ti como no eras
para que pueda amarte en este desvarío,
y sentir esta herida que recorre tu pecho
¡Qué primavera cruel para mis labios!
¡Qué amargo sentimiento
de palabra acosada
ahora que te veo y ya no puedo hablarte,
ahora que te tengo en mis brazos de dudas
y la muerte acaricia mi silencio de espera
por no haber despertado del último suspiro!

Llorabas por aquel que vivía con mi ropa,
que bajaba a la playa desde otro horizonte
y no encontraba el mar azul para mecerte.

El amor y el silencio eran la misma rima,
sombras de corazón en la almohada
donde yace la niña sin recuerdo que fuiste.

18

He vagado en la noche de tu ardiente tristeza
para poder vestirte de azul como querías.
He llorado sin rumbo tu amor en la mañana
como un loco sin dios, profeta sin desierto.

Pero tú no me dabas ni por piedad la muerte;
me quitabas los ojos; la voz y las palabras
trocabas en espinas henchidas de pasado.
No quedaba un lugar para seguir muriendo.

Los vecinos, las casas que tanto despreciaste
abrieron tu lamento para cerrar mi orgullo.

19

Este lamento vuela por mis venas
y no sabe arrancar otro gemido
que no sea la hiel de tus condenas,
clavado va en mi aliento y mi latido.

Lleva a mi corazón cansado penas
y un desgarro de amor ronco y perdido
que me habla de ti , de las cadenas
que arrastran a la noche de tu olvido.

Este lamento no encuentra salida,
si no coge tu mano y tu cintura
camina hacia el dolor en tu partida

y se abraza a la estrella más oscura,
si no siente tu voz llora la herida
del ruiseñor que muere en la espesura.


20

Debes comprender que no he podido librarme
del dolor de tu mirada fija sobre mi cruz,
te perdono porque estaba llena de amor
aunque me duela todavía y lleve tu nombre a cuesta.
(Los dos caminos)


Si has de dejarme
quiero que sea en otoño,
que la lluvia y el viento penetren en mi alcoba,
los eucaliptos lloren quebrados por la noche,
vuelva la soledad a la playa vacía.

Para que no me mueva la luz de tu vestido,
ni el lento respirar que arranqué de tu boca,
quiero que sea la muerte
quien recoja mis sueños y los lleve al ocaso
con el viento que llora.

Quiero que sea en otoño,
quiero que sea en la muerte
donde brote el dolor de cada pensamiento,
que la lluvia y el viento se queden en mi rostro
y que puedas seguir ahondando en mis fracasos.

21

Yo no supe llorar cuando llorabas
ni supe iluminar tu sombra hundida
ni sentir la verdad ni la medida
en el ruego de amor que me dejabas.

Yo no supe escucharte cuando hablabas
ni horadé en la hondura de tu herida
que tocaba el infierno en su caída
apartando el cuidado que guardabas.

Solo y perdido siento este lamento
que no halla consuelo ni clausura
y no puede olvidarse de aquel día.

Si no supe vivir en tu tormento
me merezco el dolor y la locura
de morir por tus ojos todavía.

22

Poesía

Me llamaste sin voz y sin sentido
para llenar de amor mis soledades,
me tejiste a tu manto de verdades
para aplacar mi orgullo tan herido.

No volverás llevando aquel vestido
que reflejó mi asombro y tus bondades;
era un paño de luz y de oquedades
que atravesó mi pecho y mi latido.

Para penar, lo tengo demostrado,
otra senda no hay que tu mirada
si pierdo la sonrisa ante su queja.

Mas no puedo mostrarme de su lado
en este empeño cruel de tu cruzada
aunque more en la muerte que me deja.

23

¡Ay, tormenta de besos
que atravesé sin cura!

Para seguir no quiero más consuelo
que tu pecho y la luz que lo atormenta
en noche clara de hambre de tormenta
que deseo entregarle a tu desvelo.

Hay una sombra gris entre tu cielo
y el mar, que en su morada la acrecienta,
ha llegado a mis pies y los alienta
a escapar de tu amor roto y en celo.

No encontraré la calma a tu tristeza,
no podré despertarme sin tu abrigo
y en tu portal mi corazón se muere.

Lloro sin luz, perdido en la certeza
que teniéndote sufro y te persigo,
tu voluntad aún así me hiere.

24

No hablaré de poesía cuando el sol de la tarde
me deje en el instante de los rayos que mueren,
ni hablaré del calor perdido en los balcones,
ni de la longitud de tus manos abiertas.

No podré ni llorar por lo que no comprendo
ni ofrecerte la llama que hierve por tu nombre,
sigo siendo ese río fundido con la piedra
cuando el amor me hiere y no puedo arrancarte.

Me abraso en tu mirada de sueño adolescente
y guardo en la memoria rincones sensitivos,
no me puedo llevar de aquella soledad
para volver a amarte como si hubieras muerto.

Esta ciudad, que fue cuna de mi agonía,
hoy me lleva hasta el mar profundo de la queja;
se me nublan los ojos cuando escucho tu voz
que inunda el vaporoso gemido de los puertos.

25

Nocturno de la Marina

Van pasando los días, sin brazos, ni recuerdo,
van rodando los coches monótonos sin pausa.
Enfrente, en el puerto,
el edificio blanco retoza con el agua.

Las farolas no tienen otra luz que el silencio.
Ha pasado el amor, como tú, como el alba,
como todos los días que estuve en este muro,
pienso que infranqueable
porque me despedía de las voces calladas
que tuvieron tu boca y tu silencio,
pienso que indefinido
porque a todas las nubes les dije que te amaba
y ninguna de ellas me trajo una respuesta.

Ya sé que infranqueable, ya sé que indefinida;
ningún coche es el tuyo, ninguna luz se para.
36

En la mirada de la noche (Federico ausente)

A Roxane Aristy, ha muerto Camarón
pero sigue el cante porque es tan grande
que nació herido de muerte.



Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
(Lorca - Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías)

I

En la mirada de la noche.

En la mirada de la noche donde expiran los olivos,
en el verde de silencio oscuro y cerrado de los campos
donde alumbra sin brillo
una estrella que tiembla
con timidez de niña enamorada
voy midiendo los huecos del camino[ii].

Y no se lleva el miedo que la luna sombría
acaricia en su tela de araña que muerde,
y no mira a los locos
que sueñan la maleza del llanto de los grillos
que no pueden romper la aurora con sus alas,
ni el delirio infantil que acunan los carteros
sin palabras de amor,
sin esquelas ni huellas gimiendo en los tejados
donde sufren los hombres y sangran los poetas.



II


Hay un jardín que muere en el patio de los miedos
donde canta la alondra
que lloraba sin luz
en lo turbio y estrecho que vuelve de una infancia[iii]
y no encuentra palabras para explicar tu canto,
y entre escombros agolpados contra el muro
la tristeza se esfuerza
por ofrecer su lecho de raíces a unas plantas de Oriente[iv]
que no verán el polvo de sus primeros pasos nunca más
como tus ojos,
en un barranco donde no habita una estrella
que los guíe,
oscuros, deslavazados, apasionados, muertos,
en el libro amarillo[v] que mostrara tu hondura
ante mi asombro de niño,
en la palabra de amor que desplegó tu boca hacia los tristes,
hacia los que nacieron arrodillados
ante el peso infinito del estigma invisible[vi],
hacia los que tienen hambre de amapolas
de montes rotos que imploran su olor a tierra,
la melancolía de su ocaso
que nadie mirará mientras duerman los dioses
entre sábanas blancas tendidas en un mísero cordel
y la canción que hiere en las tinieblas
de las cinco en punto de la tarde[vii].

III


En una noche de agosto te marchaste Federico
cantando una soleá con muerte de seguiriya,
con un maestro de escuela y con dos banderilleros
con los ojos de aceituna y negra y roja bandera.

Para hablar a los silencios de tu cálida tristeza,
de tu fresca alegría
para que te consuelen en la muerte que llevas
con la sombra de Ignacio gimiendo en los arrayanes,
para que te recuerden los trinos del amor
al que otros escupen y apuñalan
en las aguas cristalinas y puras de la Vega.

Para que se marchen los comisarios viejos
de la sonrisa exacta que caminan
con sus cruces sobre los hombros de los tristes
y esgrimen en el aire sus látigos del orden
que gobierna la muerte en la esquina del nocturno[viii].

IV

Federico ausente




Yo en este rincón donde no llega
el aire que he buscado con ansia y amargura
pensando en la aspereza
de las lenguas que insisten con medallas de cieno,
en esta tierra mía,
cansada de llorar por quienes la llenaron de elegancia
y la preñaron de ternura,
en cegar la mirada del jilguero
que no aprendió a volar y cayó en agosto,
encadenar el llanto que derrama
el hombre bueno y libre[ix],
desenterrar las flores, apartar las estrellas,
en manchar la hermosura de tu figura y tu acento,
despojar a los santos de su mensaje íntimo
y masacrar la rosa en los labios del profeta.

V

El poeta y la muerte


Yo acorralado
en este desconcierto de palabra cautiva
que no verá su curso natural cubierto con requiebros
de amante a la ventana y coplas en el aire;

Granada ya no es Granada,
es una charca de sangre
en esa noche ardiente de partituras huecas
que lloran la sinfonía que no escuchan los pájaros burlones
que no temen las balas donde sus ramas duermen
y siempre escapan prestos del canto del verdugo.
Y, al fin, llega el poeta
con su traje de loco que no encontró destino,
su valiente alegría
masacrada en los salones de la camisa azul
con la cruz en la mirada y la muerte
en las entrañas,
con el corazón quebrado por una pena
que brama,
sangra, duele, pero no sabe expandir
en los labios que la tiemblan, la precipitan, le canta
los bardos por seguiriyas
y sitúa los huecos que arrastran a un rincón desconocido
entre el polvo y los espejos de un barranco[x] aletargado
cuya senda nunca ha sido ni barrera ni quebranto
que levante el vuelo alto derramado
en tus pequeños ojos
infinitos.

VI





Por eso canto,
para recordar la emoción del niño
que mira a sus mayores agradecido y obnubilado,
canto por esta senda perdida que cubre la soledad del mar,
los quejíos del monte y el dolor de los recuerdos[xi],
por este eco profundo
cuyo lamento no escucho pero llora y me asalta
en el rostro inundado por la gracia de aquellos
tocados por la elegancia,
prendidos por la cintura de un torero enamorado,
de una bandera bordada y su Marianita[xii] ausente.

Canto para enmarcar la brisa pasajera
del cómico ambulante,
de los iletrados que llevan en la sangre la poesía[xiii],
de los andaluces que tocaban las palmas con espanto
cuando en el Tarajal se estiraba la muerte,
de mi pequeña calle donde sigue mi madre
aunque digan que cerraron sus ojos para no verme
borracho y melancólico[xiv]
sintiendo otra bandera...

Y siempre encuentra abrigo en el pecho de los sauces
que viste a Federico triste, frío, muerto, sin sudario[xv],
en la hondura temeraria que el levante no se lleva,
en el poema de luz que se hunde en los estanques
donde Millais expira con una novia ajada[xvi]
y suspira entre los mirtos mientras los sueños se detienen;

“…tuve un amigo, tuve un poeta
que rimaba las nubes y el agua quieta[xvii]”.

John Cornford, poeta inglés, moriría en Lopera, unos meses después que Federico, entre los olivos. Tenía veintiún años y un día, como los inocentes el 28 de diciembre de 1936.
[ii] Luis Cernuda.
[iii] Gustavo Adolfo Bécquer; “Del salón en el ángulo oscuro”.
[iv] De la India.
[v] Un libro de PREU que encontré tirado en un pequeño barranco en la playa de La Fragua, lugar de culto para los gitanos y los que no tenían rumbo y bebían vino desde las primeras horas de la mañana.
[vi] La injusticia aleatoria que denuncia en Poeta en Nueva York. Creo que el poema era “Romance sonámbulo”. Recuerdo las tres rimas de Bécquer, en cambio.
[vii] Federico García Lorca: La cogida y la muerte.
[viii] Para saber que no todo se ha perdido. Lorca; Nocturno del eco.
[ix] Carlos Cano cuando emocionado evoca a Diamantino.
[x] Parece ser que Lorca pasó sus últimas horas entre Víznar y Alfacar, en un barranco de este último pueblo se piensa que se encuentran sus restos; los españoles tenemos a los mejores poetas pero no amamos la poesía.
[xi] Emilio Prados: “Jardín cerrado”.
[xii] Mariana Pineda que fue asesinada por bordar una bandera liberal en los tiempos terribles de Fernando VII.
[xiii] En el Tobogán, mi pequeña calle de tan sólo catorce viviendas, había analfabetos que disfrutaban cuando se les leía poemas de Lorca, Antonio Machado, Bécquer…
[xiv] Antonio Machado.
[xv] Ven acá muerte, ven acá / y que se me entierre bajo un triste ciprés. (William Shakespeare).
[xvi] La muerte de Ofelia.
[xvii] Manuel Pareja Obregón: Llora Granada cuando sale la luna.


37

Nocturno en la escollera



Me dejó solo con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)


El ayer que proyecta su sombra en el futuro
empaña las vidrieras
y destroza los labios yertos sobre las algas
que anhelan que regresen
los amores perdidos en nuestras tempestades,
los besos que cayeron en los labios cerrados
de los viejos fantasmas que lloran en la esquina.

I

En las imágenes que se cubren ante mis ojos,
en los recovecos de la brisa que no tengo
y nunca se ha perdido,
en el camino sinuoso donde dejaste la lluvia y hundiste los deseos
mi amor se desespera
como un caballo que gime en la cuchara de madera que lo arrastra
a la soledad de la neblina que no quiere leer las sombras que te escribo
en los arbustos que resisten en el desierto
y funden en una lágrima
el discurso sin voz de las antorchas
cuando aparecen las cadenas perversas de algodón
sobre el paisaje roto, hueco y acordonado
que contagia el gris a los ojos que sufren en los párpados de las arenas.

II

Busco ese algo que perdí y nunca tuve,
una canción que me llegó adentro navegando
en el flujo de las venas
de una memoria ausente, apartada y deprimida,
busco la poesía que los dioses me entregaron
y no pude atravesar
en el desván sin puertas de un vestigio inerte, seco y amortajado
para dejar que mi barca se hunda en la melancolía de las sirenas
que perdieron las ansias viajeras de tu canto
y me alejo del hombre que cruzaba la avenida con la luz en el costado,
en las vetas azules de la sangre derramada sobre las azucenas
que levantaste con el perfil de tu mano y un pañuelo afligido
en los hilos sedientos de caricias de tu jersey de plumas apenado.




III

Tu corazón un sueño sin latido,
mi alma la ilusión de una quimera,
por la cuesta del Gallo van penando como una lumbre oscura
que alienta la mirada del sol entre las nubes
con la nostalgia ardiente que se adueñó de los roces peregrinos de tu gesto,
con la alondra que sufre la muerte del mañana
y muestra en la tristeza mórbida de su vuelo
la gracia de una sonrisa que sufre en la cadencia de los brazos
que imprimieron la arcilla de tu huella en el destierro del mar de mi alegría.

Ahora tiemblo como un romance abortado en la alborada,
como si no volviera la risa a los hondos veneros
que se enamoraron de tu boca,
como si las antenas, el mundo, los milagros,
la noche y las revistas
cubrieran mi cintura y no quisieran verme,
y los pájaros aullaran encadenados a los espinos
que rasgaron tu falda plisada en la amargura sentida
de la frontera imprecisa entre tu voz, mi alma y tu silencio.


IV

Me iré adonde habite el rumor de tu tristeza,
adonde mi boca llegue con un pregón que se levante
sobre las conciencias quietas que nunca reivindican
en la calle las ansias de justicia de Fabrizio De André,
sobre la memoria del tranvía de San Fernando
que vacío rueda hacia el vientre herido
que crepita en los labios de la noche,
sobre el coloso y la muerte que muestran sus caricias
terribles en la oscuridad mórbida de sus espejos
con una fragancia antigua que desprende los jirones
de los edificios hundidos por el hambre y el espanto.

Me iré adonde vaya la huella de tu cintura,
adonde juegue el aire con tu sonrisa ausente,
adonde los tableros oscuros del teatro
respiren la función que nunca tuvo vida,
aunque vibren en el pecho y en la frente,
adonde los pulsos inundados por las rosas del destierro duerman,
porque ya no tengo camisa, paloma, ni azucena
que puedan llevar sobre el hombro
la imagen de tu mirada fresca tendiendo hilos dorados
en la sábana del viento que se proyecta en el futuro.

Porque perdí la paz y no puedo tener
la palabra imprecisa para vestir mi queja,
porque cerrarás mi voz cuando grite el horizonte
y el arroyo de los niños encuentre su cauce,
su baranda y su puente,
cuando el poniente acaricie el rostro luminoso
de los enamorados que vagan por la playa
cuando el verano alarga su latido en la arena ardiente
que llora en tu recuerdo,
su sombra fresca en el gozne del pozo
donde juegan los pájaros con las cañaverales y el olvido.





V

Aquí, donde rompo las canciones que mostramos en las esquinas
y solo queda un grito que empaña las paredes con un resplandor de tierra,
sufro como un pastor que no eligió su paso y no encuentra sus montes,
como un árbol que llora en los bordes del camino.

Te veré alguna vez cuando la golondrina ahogue su amargura en el polvo
de un salón mortecino agazapado en la oscuridad de una lira,
cuando la alambrada se abra a una bandera que represente a los perdidos,
cuando no hayas muerto
en la manzana que muerde en el mismo bocado
las llamas del Paraíso
y la piedra helada que arde en las entrañas del Infierno.

VI

Aún espero que vuelva tu nombre entre la yedra
de la casa encalada,
tu corazón al puerto que moría con los mitos
de tu imagen transida
sobre la carretera de las calas dolientes,
de tu sombra en los labios que aguardan la palabra
que sigue en el recuerdo como si fuera tuya
y siempre inundará las garras del olvido.



VII

Hay una estatua de cera en el patio que aún te espera
en la cortina transparente de luz al mediodía,
hay un libro caído donde se yergue un sueño interminable,
un ciprés con un recuerdo en sus raíces enredado,
un cuarto oscuro donde asusta la nada y la muerte
se adueña de mi rostro
cuando te alejas de mí y no miras la cuerda
que se ha roto y me desgarra la frente y la garganta.
No soy de aquí ni soy de allá.
(Facundo Cabral)
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