En el río de olmos sin ribera
se oye un zumbido de olas negras.
En el fumadero de las prisas
nada queda de un llanto primitivo
—el dolor traspasó la voz más clara—
sino la voz quebrada entre dos sueños.
Te pienso y me espanta tu mortaja
en el grito desaforado de la locura:
Es el suspiro insatisfecho dispuesto a escanciar
—luz llena y amarilla que riela—
la última copa de vino convertida en agua embarrada.
Es el fuerte aleteo de un amor desbocado,
Es el temblor de una vida truncada,
la grave y lúcida pisada del miedo.
Desciendo hasta una cámara donde el viento despeina
la sombra gris y verde de la higuera
—a la entraña misma de la cerradura—
y descubro viejas tristezas
que espuman grano a grano
los versos de César Vallejo:
no cebes tus ayunos en mis trigos de luz.
Melancolía, basta! Cuál beben tus puñales
la sangre que extrajera mi sanguijuela azul!
* tecum vivere amem, tecum obeam lubens. Horacio
(contigo amaría vivir, contigo moriría gustosa)