Ese pálpito de saber que jamás
Publicado: Lun, 23 May 2022 5:44
Los perros furiosos del viento
mordían las casas,
rajaban las techumbres
con sus hocicos de lata, oscura la noche, muda,
que moría en los pétalos secos del mundo,
una flor que cae de cabeza
sobre la primavera pasada.
Venía de la garganta del sur mi pena,
el azote que hacía crujir de las ventanas el cristal, arrastrando la luz de la vela,
destrozando la luz de la vela,
engullendo la plata líquida de las lágrimas.
Los perros silbaban su rabia
hacia dentro de la tempestad,
un ir y venir de ladridos brillantes
de un rugido húmedo y secreto,
porque toda la materia que emana de los ojos son tormentas, pequeño vendaval
que sopla el rostro frío del espejo,
dos tornados eléctricos que borran el paisaje.
El cielo partido en dos
por el acero negro del olvido,
del gesto que me decía adiós,
ese pálpito de saber que jamás
sentiré nuevamente las mariposas de tus pestañas aletear cerca de mí pecho,
riendo, muriendo,
posando la destrucción del invierno
en el cristal de mi ventana
mordían las casas,
rajaban las techumbres
con sus hocicos de lata, oscura la noche, muda,
que moría en los pétalos secos del mundo,
una flor que cae de cabeza
sobre la primavera pasada.
Venía de la garganta del sur mi pena,
el azote que hacía crujir de las ventanas el cristal, arrastrando la luz de la vela,
destrozando la luz de la vela,
engullendo la plata líquida de las lágrimas.
Los perros silbaban su rabia
hacia dentro de la tempestad,
un ir y venir de ladridos brillantes
de un rugido húmedo y secreto,
porque toda la materia que emana de los ojos son tormentas, pequeño vendaval
que sopla el rostro frío del espejo,
dos tornados eléctricos que borran el paisaje.
El cielo partido en dos
por el acero negro del olvido,
del gesto que me decía adiós,
ese pálpito de saber que jamás
sentiré nuevamente las mariposas de tus pestañas aletear cerca de mí pecho,
riendo, muriendo,
posando la destrucción del invierno
en el cristal de mi ventana