La Hiedra (dedicado)
Publicado: Vie, 20 May 2022 17:22
Te dedico esta Hiedra, Rafel. Una prosa poética que guardo entre mis temas más preciados.
¿Por qué podará la hiedra el jardinero? ¿Y si la dejara crecer, penetrar por mi ventana y llegar hasta mi alma insomne?
Abriría bien la boca para facilitarle el paso. Sin moverme hasta que la hiedra lo invada todo, que tapice mis pulmones, mi estómago, mi calavera y también mis ojos por dentro.
Verde que te quiero verde pena mía. Verde viento. Verdes ramas de esta hiedra silenciosa, casi mineral, casi muerta como yo querría esta noche mi alma.
El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Cada cosa en su sitio, no este esfuerzo constante por meter en el olvido lo que nunca debió de salir de él. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. Mi alma solo puede ver hoy la hiedra detenida al borde de la ventana en la que se dibujaron hace horas los perfiles de mis amigos, diciéndome adiós con la mano. Oigo su charla animada alejándose. Quizás sea de día cuando regresen. La noche les embrujará como siempre en las calles empinadas y laberínticas de mi alma.
¡Quiero estar con ellos! No quiero estar en este abismo entre las palabras y en este dolor que querría gritar. Noches verdes de balcón viendo una ciudad vacía para mí y sin tener el menor consuelo de nada. Y siempre la voluntad de que mi ánimo no se filtre en mi cara, para que no se abra lo más puro de mí ante las miradas de los que no deben nunca verlo.
Me agazapo en los márgenes, en los espacios entre palabra y palabra, incluso en las que taché y fueron a la basura. En las que nadie verá sino yo porque dejaron su huella verde. Allí se me encontrará, en el gesto del desconocimiento de los que me conocen, en la mano que se crispa dentro del bolsillo y que nadie advierte al contemplar una fotografía. Porque el tiempo detenido en un papel es mentira. Tan solo es lo que fuimos en un instante, mientras seguimos viviendo en otra parte.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
¿Dónde me visitará la muerte? ¿Qué palabras acudirán a mi cabeza en ese instante? No serán las que figuran alineadas y limpias en el Romancero Sonámbulo de Federico.
Serán las otras, las malditas, las que taché una y mil veces y acabaron arrugadas y sucias entre las mondas de naranja y las medialunas de mis uñas cortadas. Ésas serán mi consuelo en las horas más solitarias. Yo iré a reunirme con ellos, con los que se fueron.
¡Quiero morir lejos de casa! Que se callen los versos anudados a mis horas con la suavidad con que se borra la hiedra verde y muerta de esta noche, ahora blanca, mientras escucho a mis amigos que regresan bajo esta ventana a buscarme.
¿Por qué podará la hiedra el jardinero? ¿Y si la dejara crecer, penetrar por mi ventana y llegar hasta mi alma insomne?
Abriría bien la boca para facilitarle el paso. Sin moverme hasta que la hiedra lo invada todo, que tapice mis pulmones, mi estómago, mi calavera y también mis ojos por dentro.
Verde que te quiero verde pena mía. Verde viento. Verdes ramas de esta hiedra silenciosa, casi mineral, casi muerta como yo querría esta noche mi alma.
El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Cada cosa en su sitio, no este esfuerzo constante por meter en el olvido lo que nunca debió de salir de él. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. Mi alma solo puede ver hoy la hiedra detenida al borde de la ventana en la que se dibujaron hace horas los perfiles de mis amigos, diciéndome adiós con la mano. Oigo su charla animada alejándose. Quizás sea de día cuando regresen. La noche les embrujará como siempre en las calles empinadas y laberínticas de mi alma.
¡Quiero estar con ellos! No quiero estar en este abismo entre las palabras y en este dolor que querría gritar. Noches verdes de balcón viendo una ciudad vacía para mí y sin tener el menor consuelo de nada. Y siempre la voluntad de que mi ánimo no se filtre en mi cara, para que no se abra lo más puro de mí ante las miradas de los que no deben nunca verlo.
Me agazapo en los márgenes, en los espacios entre palabra y palabra, incluso en las que taché y fueron a la basura. En las que nadie verá sino yo porque dejaron su huella verde. Allí se me encontrará, en el gesto del desconocimiento de los que me conocen, en la mano que se crispa dentro del bolsillo y que nadie advierte al contemplar una fotografía. Porque el tiempo detenido en un papel es mentira. Tan solo es lo que fuimos en un instante, mientras seguimos viviendo en otra parte.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
¿Dónde me visitará la muerte? ¿Qué palabras acudirán a mi cabeza en ese instante? No serán las que figuran alineadas y limpias en el Romancero Sonámbulo de Federico.
Serán las otras, las malditas, las que taché una y mil veces y acabaron arrugadas y sucias entre las mondas de naranja y las medialunas de mis uñas cortadas. Ésas serán mi consuelo en las horas más solitarias. Yo iré a reunirme con ellos, con los que se fueron.
¡Quiero morir lejos de casa! Que se callen los versos anudados a mis horas con la suavidad con que se borra la hiedra verde y muerta de esta noche, ahora blanca, mientras escucho a mis amigos que regresan bajo esta ventana a buscarme.