Años ´50
Publicado: Jue, 05 May 2022 23:56
Han sido días de mucho ajetreo, compañeros. Antes que nada, agradeceros vuestra consideración al votar mi poema. Ahora que parece que el rio se aquieta pues el mar se encuentra a la vuelta del último meandro, vuelvo a compartir con vosotros trabajo y vocación.
Conservaban todavía en sus ojos
el humo de los obuses
y gritos de miedo en los oídos cuando llegamos
nosotros, bebés del tiempo mas triste,
a limpiar su mirada con la nuestra
y alegrar las noches de pesadilla
con nuestros balbuceos agradecidos.
Fuimos niños de posguerra, desarrapados
portadores de esperanzas,
que hicimos de cualquier domingo
principio y fin de la vida entonces encerrada
en siete días ásperos, pues nunca fue mas difícil
descubrir cualquier futuro bajo la desolación.
La carne había vencido la batalla
por sobrevivir, y era apacible la luz
del séptimo día, portador de azúcar y pereza y cantos
transparentes de pájaros amarillos posados
en cualquier rama también joven.
Los domingos, decía, ofrecían el mar
como recompensa: una promesa azul,
exenta de amenazas. Aprendimos entonces
de las olas palabras nuevas,
y las arenas tibias de playa nos brindaban
conchas de nácar como tesoros
mientras lentos, los barcos desaparecían con el sol
llevándose muy lejos la tristeza.
Así, a través del silencio protector
o culpable de la tierra, crecimos.
Crecimos para encontrar una voz que nos sirviera,
que trajera palabras claras
y canciones sin rencor.
Desde entonces tenemos bien ganado
un hueco en la Historia;
Si de ellos fue una vez el tiempo del odio,
nosotros supimos descubrir bajo las ruinas
el silencio sin amenazas, la luz sin miedo,
las mañanas con amor.
Conservaban todavía en sus ojos
el humo de los obuses
y gritos de miedo en los oídos cuando llegamos
nosotros, bebés del tiempo mas triste,
a limpiar su mirada con la nuestra
y alegrar las noches de pesadilla
con nuestros balbuceos agradecidos.
Fuimos niños de posguerra, desarrapados
portadores de esperanzas,
que hicimos de cualquier domingo
principio y fin de la vida entonces encerrada
en siete días ásperos, pues nunca fue mas difícil
descubrir cualquier futuro bajo la desolación.
La carne había vencido la batalla
por sobrevivir, y era apacible la luz
del séptimo día, portador de azúcar y pereza y cantos
transparentes de pájaros amarillos posados
en cualquier rama también joven.
Los domingos, decía, ofrecían el mar
como recompensa: una promesa azul,
exenta de amenazas. Aprendimos entonces
de las olas palabras nuevas,
y las arenas tibias de playa nos brindaban
conchas de nácar como tesoros
mientras lentos, los barcos desaparecían con el sol
llevándose muy lejos la tristeza.
Así, a través del silencio protector
o culpable de la tierra, crecimos.
Crecimos para encontrar una voz que nos sirviera,
que trajera palabras claras
y canciones sin rencor.
Desde entonces tenemos bien ganado
un hueco en la Historia;
Si de ellos fue una vez el tiempo del odio,
nosotros supimos descubrir bajo las ruinas
el silencio sin amenazas, la luz sin miedo,
las mañanas con amor.