una negra sombra oculta sus caras,
una misma ceguera nubla sus miradas,
son los Nefelim, los hijos de la serpiente alada.
Eran las cinco de la mañana cuando dos aficionados comienzan la escalada del Mont Blanc. Llevan en su mano derecha una piedra incrustada. Ella les guía hasta su objetivo: liberarse de la influencia de los Nefelim. Quieren dejar de ser huéspedes de esas malignas criaturas, que en un principio tanto les han dado. Fueron sus musas y bellos poemas escribieron mientras pertenecían a la familia. Pero los Nefelim son posesivos y matan a todo el que se acerca a sus amados.
Necesitan encontrar una rara variedad del cuarzo que se da en un glaciar situado en la ladera norte de la famosa montaña.
El ataque llegó una hora después, cuando el camino se había vuelto tan abrupto y pedregoso que se vieron obligados a dejar sus monturas y seguir el trecho final andando.
Estaban mirando el resplandor esmeralda creado por los rayos del sol, cuando la criatura rugió haciendo vibrar el suelo y saltó sobre ellos.
Roberto salió despedido, por el fuerte impacto, hasta un conjunto de rocas y pudo captar el olor de un gigante sin ojos y vagas facciones enloquecidas. Intentó convencerse de que la masa era un peñasco, pero el zarpazo en su hombro desmentía tal idea.
—Luis, no te muevas —consiguió articular desde el montículo—. Si te mueves, ella te encontrará.
—¿Dónde está? —preguntó aterrado su amigo del alma.
—Mantén la calma, te lo ruego. Está justo encima de tu cabeza. Mira lentamente hacia arriba.
Luis, sintiendo gotas de sudor en su cara, ordenó a sus músculos mirar en esa dirección. Necesitó dominarse para no gritar. La cosa estaba agarrada a un tronco y colgaba de él cabeza abajo. No tenía ojos ni cuencas oculares. Su pellejo era gris y con múltiples pliegues. Una boca se abrió revelando dientes petrificados. La criatura comenzó a estirar su cuello en dirección a la garganta de Luis.
—Agacha la cabeza —gritó Roberto.
Se le acababa de ocurrir una idea: “la naturaleza de la luz del sol cambió en los primeros tiempos, cuando la serpiente tuvo descendientes con Eva, la primera mujer —le había contado Mary, la hermosa mujer de ambos— y ahora les resulta dañina”.
También recordó otras historias infantiles, en las que los Trolls se convertían en piedra al amanecer.
Sacó un espejo de su bolsillo y dirigió los nuevos rayos de sol de forma que incidieran sobre el cristal. Movió hacia la criatura el punto de luz, quemándole la joroba.
El rugido de la bestia inundó la semipenumbra de la ladera. Antes de caer al suelo rompiéndose en mil pedazos, ya era piedra.
Se dieron cuenta de que si no tomaban la decisión menos deseada serían perseguidos de por vida, y la muerte de su seres queridos formaría su herencia de sangre.
Mary sostenía en su mano una rosa roja. Sus pétalos quedaban a la altura de su mentón y el rojo aterciopelado se confundía con el carmesí del terrible morado que se extendía por su garganta.
Roberto y Luis no podían resistir su mirada apagada. La amaban profundamente.
—Está decidido —dijo Luis en un susurro—. Tan sólo el agua puede salvarnos.
—Pero tu parte es la más peligrosa —respondió su amigo agitándose por momentos—. ¡Tantos niños muertos! ¡Tantas vidas segadas por un simple pacto! Mi adorada Eva, ¡asesinada por ella! Mis hijas, mordidas por ella, convertidas en ¡No-Muertas!; Mi hermosa prima Marta, ¡Muerta por consunción!
Contaba con los dedos sus ausencias.
—¡Los niños de Mary! ¿Todos muertos! —la pérdida del último bebé fue su gran desesperación—. Mañana me haré a la mar en el “Don Nemo”. Nuestra sangre me dirá cuando estás listo.
Luis entregó a Roberto un pequeño frasco de sangre.
—He añadido un poco de vinagre para que no se coagule. Será un poderoso sustitutivo de mi presencia. Y pensar que intentábamos invocar a las musas —Se abrazó a Roberto enfurecido con los dioses—. Fuimos engañados y mordidos por los Nefelim. ¡Tan sólo unos poemas más a cambio de nuestras almas!
—Desde entonces no hemos publicado nada. ¡Muerte y desolación a cambio de nada! —contestó Roberto—. ¿Podrás hacerlo? Ella es la más fuerte de la familia y nos ha desposado. No nos dejará escapar tan fácilmente.
—No lo sé, yo encontraba la fuerza para rechazar su amor en vosotros, y míranos ahora, ¿qué queda de nuestros espíritus? Mira a Mary, mira su cuello mordido y esa mirada tan vacía.
—Concéntrate en su amor. En aquellos días felices. Piensa que jamás te recriminó esas muertes. Los tres nos amábamos más allá de lo convencional. ¡Nunca vamos a olvidarte! —gritó más fuerte Roberto.
A la mañana siguiente el sol ardía, con más fuerza que nunca, en la desnudez color cobalto del cielo. A lo lejos se oían los cantos de los aldeanos implorando la llegada de la lluvia.
El “Don Nemo” se hizo a la mar con un moribundo entre sus tablas.
Roberto fue hasta la playa, arrastrando tras él a una Mary envuelta en su bendita locura. Unas veces lloraba y otras hablaba en una lengua desconocida. Pero sus ojos, sus bellos ojos, seguían ocultos tras una neblina de dolor.
En sus oídos resonaban las últimas palabras de Luis:
—Si me fallas, moriremos todos. Mientras que si lo consigues sólo habrá dos muertos: el Nefelim y yo.
—Adiós amigo —dijo Roberto—. Navega lejos. Ve con Perseo…
Se despidieron con la decisión tomada y con toda la congoja desplegada en sus almas.
—Es de día, así que ella estará débil —explicaba Roberto a una Mary totalmente ida—. Pero vendrá, vendrá porque imagina que Luis y yo estamos en peligro y ella nos ama.
No le costó nada encontrar el lugar donde el Nefelim hizo el amor con ambos amigos en un trío de pasión y muerte. Formó un Pentáculo en la tierra, lo cubrió con ajo, astillas y trocitos de plata. Sin cerrarlo del todo, dejó un espacio abierto, una puerta para que entrara su mujer. Se hizo un corte profundo en la mano y la mezcló con la sangre de Luis sobre el dibujo en la tierra.
Y se encontró en dos sitios a la vez. Estaba en el barco con su amigo y en la playa protegiendo a Mary.
—Ya viene —dijeron los dos a un tiempo.
Una fuerza sobrehumana fue a parar dentro del pentáculo. Venía desnuda y con una belleza que les dejó sin aliento. La luz del sol dañaba terriblemente su piel y, aún así, miró a Roberto con todo su amor.
—¿Dónde está mi marido? ¿Por qué me habéis llamado? —habló suavemente la serpiente.
Roberto terminó de cerrar el pentáculo, dejando a la mujer vampiro prisionera en el centro del mismo.
—Os amo, pero si yo muero, las lamias se llevarán a Luis, y de ti ya se ocupará mi madre en la tierra. No te matará, pero será mil veces peor.
—Sabemos lo que nos espera, pero no matarás a Mary —contestó Roberto con los pocos arrestos que le quedaban.
En un intento por salvar su vida, el Nefelim se encaró con Mary:
—Tú también eres mujer y sé que lo amas. Déjame ir con él. Te dejaré libre de mi hechizo. Abre el pentáculo. ¿No me ves? Me estoy quemando, apenas tengo fuerzas para llegar hasta mi marido. Vete con Roberto lejos. Permíteme morir con mi amor. Yo lo amé antes de que tú nacieras. Es mío por derecho.
Mary recobró la lucidez ante la demanda de la lamia y mordiéndose un dedo con todas sus fuerzas dejó que la sangre manchara la arena. Y la fuerza de sus palabras dieron de pleno en la cara del ser que tantas vidas había arrebatado.
—¡Yo te maldigo Diosa de las tinieblas! Morirás siendo una simple estatua en nuestras manos. Morirás por todos ellos: por mis hijos, por mi amor arrebatado, por mi marido que morirá solo en el barco. ¡Vuelve a tu infierno!
Su voz iba en aumento pronunciando un mantra de pasión y muerte:
de ira y de dolor.
Eres injusta, serpiente rabiosa.
Maldad esencial
que pulverizas la ternura y la esperanza,
haces añicos la vida y la muerte.
Tiemblo de odio, mi amor, lleno de odio,
De ira y de dolor.
Te odio hasta lo más profundo de mi odio.
Romper el mundo es tu destino,
aniquilar la vida es baladí.
¡Qué tu presencia nos abandone,
espíritu cruel!
Nos has quitado el calor y la dignidad.
Oler, tocar, ver y oír
recuerdos de un pasado.
Caminas inerte devorando el mundo
pero te olvidaste de destruirnos hasta el final.
O quizás no.
En tu crueldad nos dejaste tu recuerdo en la garganta
y la sed de todo un desierto.
Odias el mundo desde lo más profundo
—primordial y eterno odio—
alimento que te hace fuerte.
¡Yo te maldigo!
Diosa lúbrica de las tinieblas.
Te agostarás sola,
con tu poder extrañamente absoluto,
atenazador y duro.
Tiemblo de amor,
mi amor, lleno de odio,
lleno de amor.
Mi amor, en la nada
El aire que les rodeaba pareció temblar y un vasto acorde les quedó sordos por un momento. La mujer vampiro estaba encogiéndose y marchitándose bajo la luz del sol. Cambiaba rápidamente su aspecto. De hermosa mujer plateada pasó a ser un reptil de color púrpura. Y después de lanzar una mirada llena de amor y comprensión hacia donde se encontraba Roberto, la serpiente se convirtió en una estatuilla pequeña de piedra.
Mary recogió la estatuilla del centro del pentáculo y con todas las fuerzas que da el odio acumulado, lanzó la piedra al mar, lejos de ellos.
Roberto sintió en ese momento un fuerte dolor en su cuerpo. Las vio llegar con los ojos de Luis. Oyó su canto de luto por la hermana muerta. Y sintió en sus carnes las heridas que las lamías infringieron a su amante.
Quiso adentrarse en el mar, morir con su hermano de sangre, su amante, su amigo pero Mary, sacando fuerzas de flaqueza, detuvo sus pasos.
—Hemos vencido, mi amor. Luis te manda todo su cariño. Ven conmigo. Tenemos una pequeña posibilidad, ¡Tan solo una! la vida nos espera.