La Iguana de Limón: Epifanía, el Carnaval Negro II
Publicado: Dom, 27 Mar 2022 1:33
—¡Epifanía! —se oyó una voz en el batey—. Llega la Epifanía, don Leonardo.
—Sí. Llega. Y con ella llegarán vuestras fiestas. Que os pasáis todo el santo año esperando. Y —prosiguió— éste también tendréis vuestro carnaval. Y vosotros seréis los amos.
—¡Epifanía! —gritó la partera desde su bohío, en el extremo sur del gran patio, aquel batey que había visto desfilar (trasiego inmundo) a miles de negros y negras frente a las miradas confiadas de compradores y vendedores. Porque ya para entonces (estamos en la Guerra Chiquita) su comercio estaba prohibido, y todos sabían a lo que se exponían de no haber mediado sobres bien preñados dirigidos al gobernador.
Es la Epifanía. Llega la fiesta, tan esperada, después del velorio del negro Rufo: gran santero, curandero, milagrero de milagros más o menos ciertos.
Desde la ventana del ingenio, unos ojos negros, vigilan la escena. Es Pancracia, a quien el amo ya cubrió durante el velorio del marido. Aquella fue la primera visita del excelentísimo. Luego hubo muchas más. Y para la gran noche de la Epifanía imagina una escena igual. Pancracia es criada doméstica de los señores desde que el amo decidió sacarla de la plantación y llevársela a casa, metiéndola hasta la cocina.
—Pero si yo no sé cocinar, don Leonardo —mintió, en un gesto de desconfianza muy común a los siervos de la plantación.
Pancracia se incorporó en su yacija pensando que aquella mañana tendría que cocinar unos moros y cristianos con ensalada de bananos. Éste era el menú estando los amos ausentes, siempre lo estaban y más si era invierno. Pues hasta que no pasaban las primeras lluvias de mayo, no regresaban de Puerto Príncipe (como seguían llamando los señores a Camagüey).
Sí, salió del camastro y, de repente, el mismo pensamiento que la perseguía desde la violación, el mismo miedo, volvió a apoderarse de ella.
Aquella tarde, mientras Pancracia velaba el cadáver de Rufo, don Leonardo, el excelentísimo don Leonardo Cifuentes, penetró en la casita que había sido del gran santero. Sin mediar palabra, el amo ante el horror de la negra, se desnudó.
Y Pancracia pensó: —si te vieras, hijo de perra, ¡un chon pareces, con esa mierda de verga fuera! —en una exclamación que ella mantendría en silencio de por vida.
Sí, aquella tarde sí que temió quedarse preñada, con el cadáver al lado de su viejo catre. Allí, el amo, tomó posesión de aquel cuerpo negro y bravío con toda la naturalidad del que se siente dueño de todo.
Don Leonardo ya no dormía con doña Elvira, justo desde el momento en el que la señora decidiera convertirse en una de aquellas pelonas, que así llamaban a las criollas que protestaban contra la Ocupación.
—Sí, Elvira, mi Elvirita se ha cortado el pelo, como una cualquiera, como una de esas pelanduscas que van por ahí clamando justicia y provocando a la autoridad.
Así pues, aquella mañana, después de desayunarse los bananos, salió Pancracia hasta el bohío de la partera Adelaida para asesorarse, para saber si de verdad, como temía, estaba preñada del amo, después de dos faltas.
Pues aunque ella siempre había querido un hijo de Rufo (más de una vez fue a rezar a la Yemayá) ahora temía no poder, no saberse defender del amo, que querría para sí el hijo, para venderlo después de destetado. Lo vendería al mejor postor, cuando desfilara en el batey en un día caluroso. Eso pensaba Pancracia en su mente enfebrecida.
Adelaida confirmó sus temores:
—Nacerá para Naná Buruku —le dijo—¿O prefieres la papaya?
A lo que Pancracia no supo qué contestar, cualquiera de las opciones era buena y mala a la vez. Ella quería un hijo, era verdad, pero no de aquel chon. No, del amo, no
Y en aquel momento, la negra, vio en su mente, con la claridad del rayo, con su rapidez también, el daguerrotipo que colgaba del salón de los señores, destacando sobre los demás retratos: una expresión bobalicona, de ojos mudos, al tiempo que una sonrisa maléfica, en clara contradicción con aquel gesto, asomaba a sus labios, redondos, carnosos, más propios de un gorrino.
—¡Será una hembra! Te voy a joder vivo, hijo de perra.
Y esta es la gran noche, la noche que todos esperan durante cuatro estaciones para colmarse de risas y guineas, prendas y promesas durante unas horas, para desquitarse, aunque solo fuera un sueño. Olvidarse de todas las hambrunas y fatigas del año; de las dieciséis horas trabajando a pleno sol, sin una palabra que cruzarse con el compañero. A lo más, entonar, algún canto de labor. Pues ésta era la única manera de impedir comunicarse consignas y contraseñas los esclavos.
Pero la noche ya se acerca. Pronto Gildo, el nuevo santero, encomendará sus vidas a Babalú-Ayá, que les protegerá hasta la Pascua siguiente.
Para Pancracia no hay protección que valga, ella sabe que el amo va a volver. Y con un poco de suerte lo podrá llevar, mediante promesas de amor, hasta el taller donde guardan los fuegos que se lanzarán cuando, después de acabada la cena, Gildo proponga el final, siempre triste para los esclavos menos para una.
Y este es el cuéntame de Pancracia Rosales que nunca contará a Deito, su nieto: De cómo una esclava pudo deshacerse del amo.
Pequeño diccionario cubano:
—Batey: Lugar donde están las casas, oficinas y el comercio en un central azucarero
—Bohío: Casa de planta rectangular construida con troncos o ramas de árbol sobre un entarimado a cierta altura del suelo para preservarla de la humedad
—Ingenio: Ingenio azucarero, es el conjunto de instalaciones industriales dedicadas a la molienda y procesamiento de la caña de azúcar
— moros y cristianos con ensalada de bananos: Los moros y cristianos es una receta que consiste en la mezcla de arroz blanco con judías o caraotas, que son frijoles negros pequeños. Es una receta muy famosa de la cocina cubana
—Chon: cerdo, cochino, gorrino, marrano, porcino o puerco.
— Ingenio azucarero, es el conjunto de instalaciones industriales dedicadas a la molienda y procesamiento de la caña de azúcar
— Naná Burukú: se celebra en julio. Orisha mediadora entre la vida y la muerte. Da fortaleza a la cabeza de la persona. Madre de Babalú Ayé, Oshumare e Irokó.
— Babalú-Ayé: Orisha milagroso de los pobres y enfermos.
—Yemayá: es la deidad que representa los mares, la maternidad (el nacimiento y el renacimiento) y el amor.
—Sí. Llega. Y con ella llegarán vuestras fiestas. Que os pasáis todo el santo año esperando. Y —prosiguió— éste también tendréis vuestro carnaval. Y vosotros seréis los amos.
—¡Epifanía! —gritó la partera desde su bohío, en el extremo sur del gran patio, aquel batey que había visto desfilar (trasiego inmundo) a miles de negros y negras frente a las miradas confiadas de compradores y vendedores. Porque ya para entonces (estamos en la Guerra Chiquita) su comercio estaba prohibido, y todos sabían a lo que se exponían de no haber mediado sobres bien preñados dirigidos al gobernador.
Es la Epifanía. Llega la fiesta, tan esperada, después del velorio del negro Rufo: gran santero, curandero, milagrero de milagros más o menos ciertos.
Desde la ventana del ingenio, unos ojos negros, vigilan la escena. Es Pancracia, a quien el amo ya cubrió durante el velorio del marido. Aquella fue la primera visita del excelentísimo. Luego hubo muchas más. Y para la gran noche de la Epifanía imagina una escena igual. Pancracia es criada doméstica de los señores desde que el amo decidió sacarla de la plantación y llevársela a casa, metiéndola hasta la cocina.
—Pero si yo no sé cocinar, don Leonardo —mintió, en un gesto de desconfianza muy común a los siervos de la plantación.
Pancracia se incorporó en su yacija pensando que aquella mañana tendría que cocinar unos moros y cristianos con ensalada de bananos. Éste era el menú estando los amos ausentes, siempre lo estaban y más si era invierno. Pues hasta que no pasaban las primeras lluvias de mayo, no regresaban de Puerto Príncipe (como seguían llamando los señores a Camagüey).
Sí, salió del camastro y, de repente, el mismo pensamiento que la perseguía desde la violación, el mismo miedo, volvió a apoderarse de ella.
Aquella tarde, mientras Pancracia velaba el cadáver de Rufo, don Leonardo, el excelentísimo don Leonardo Cifuentes, penetró en la casita que había sido del gran santero. Sin mediar palabra, el amo ante el horror de la negra, se desnudó.
Y Pancracia pensó: —si te vieras, hijo de perra, ¡un chon pareces, con esa mierda de verga fuera! —en una exclamación que ella mantendría en silencio de por vida.
Sí, aquella tarde sí que temió quedarse preñada, con el cadáver al lado de su viejo catre. Allí, el amo, tomó posesión de aquel cuerpo negro y bravío con toda la naturalidad del que se siente dueño de todo.
Don Leonardo ya no dormía con doña Elvira, justo desde el momento en el que la señora decidiera convertirse en una de aquellas pelonas, que así llamaban a las criollas que protestaban contra la Ocupación.
—Sí, Elvira, mi Elvirita se ha cortado el pelo, como una cualquiera, como una de esas pelanduscas que van por ahí clamando justicia y provocando a la autoridad.
Así pues, aquella mañana, después de desayunarse los bananos, salió Pancracia hasta el bohío de la partera Adelaida para asesorarse, para saber si de verdad, como temía, estaba preñada del amo, después de dos faltas.
Pues aunque ella siempre había querido un hijo de Rufo (más de una vez fue a rezar a la Yemayá) ahora temía no poder, no saberse defender del amo, que querría para sí el hijo, para venderlo después de destetado. Lo vendería al mejor postor, cuando desfilara en el batey en un día caluroso. Eso pensaba Pancracia en su mente enfebrecida.
Adelaida confirmó sus temores:
—Nacerá para Naná Buruku —le dijo—¿O prefieres la papaya?
A lo que Pancracia no supo qué contestar, cualquiera de las opciones era buena y mala a la vez. Ella quería un hijo, era verdad, pero no de aquel chon. No, del amo, no
Y en aquel momento, la negra, vio en su mente, con la claridad del rayo, con su rapidez también, el daguerrotipo que colgaba del salón de los señores, destacando sobre los demás retratos: una expresión bobalicona, de ojos mudos, al tiempo que una sonrisa maléfica, en clara contradicción con aquel gesto, asomaba a sus labios, redondos, carnosos, más propios de un gorrino.
—¡Será una hembra! Te voy a joder vivo, hijo de perra.
Y esta es la gran noche, la noche que todos esperan durante cuatro estaciones para colmarse de risas y guineas, prendas y promesas durante unas horas, para desquitarse, aunque solo fuera un sueño. Olvidarse de todas las hambrunas y fatigas del año; de las dieciséis horas trabajando a pleno sol, sin una palabra que cruzarse con el compañero. A lo más, entonar, algún canto de labor. Pues ésta era la única manera de impedir comunicarse consignas y contraseñas los esclavos.
Pero la noche ya se acerca. Pronto Gildo, el nuevo santero, encomendará sus vidas a Babalú-Ayá, que les protegerá hasta la Pascua siguiente.
Para Pancracia no hay protección que valga, ella sabe que el amo va a volver. Y con un poco de suerte lo podrá llevar, mediante promesas de amor, hasta el taller donde guardan los fuegos que se lanzarán cuando, después de acabada la cena, Gildo proponga el final, siempre triste para los esclavos menos para una.
Y este es el cuéntame de Pancracia Rosales que nunca contará a Deito, su nieto: De cómo una esclava pudo deshacerse del amo.
Pequeño diccionario cubano:
—Batey: Lugar donde están las casas, oficinas y el comercio en un central azucarero
—Bohío: Casa de planta rectangular construida con troncos o ramas de árbol sobre un entarimado a cierta altura del suelo para preservarla de la humedad
—Ingenio: Ingenio azucarero, es el conjunto de instalaciones industriales dedicadas a la molienda y procesamiento de la caña de azúcar
— moros y cristianos con ensalada de bananos: Los moros y cristianos es una receta que consiste en la mezcla de arroz blanco con judías o caraotas, que son frijoles negros pequeños. Es una receta muy famosa de la cocina cubana
—Chon: cerdo, cochino, gorrino, marrano, porcino o puerco.
— Ingenio azucarero, es el conjunto de instalaciones industriales dedicadas a la molienda y procesamiento de la caña de azúcar
— Naná Burukú: se celebra en julio. Orisha mediadora entre la vida y la muerte. Da fortaleza a la cabeza de la persona. Madre de Babalú Ayé, Oshumare e Irokó.
— Babalú-Ayé: Orisha milagroso de los pobres y enfermos.
—Yemayá: es la deidad que representa los mares, la maternidad (el nacimiento y el renacimiento) y el amor.