Fogonazos
Publicado: Sab, 12 Mar 2022 1:05
I
Nada estaba escrito sobre el hedor
que va adueñándose de lo que nace
cuando, ¡oh fábula del tiempo!, los dioses prepotentes
como un día vestido de cadenas
hicieron acto de presencia
en las postrimerías del primer balbuceo
y con abyectas máscaras
suplantaron los lenguajes de la vida comunitaria,
preludio de la historia por venir,
de sus miserias y estragos.
Un destino atroz condujo las horas hacia el abismo
y la palabra, surgida de la llama colectiva de la belleza,
se apagó con la llegada incesante de las aguas rojas
conteniendo coléricas sílabas de sangre
que se han dedicado diligentemente a reemplazar, cubrir,
tragar, vencer y hacer distancias.
Desde entonces un moho corroe el rostro de la historia
y, despiadado, se va adentrando en sus rincones más profundos.
Porque si se trataba de no malgastar lo aprendido,
de mantener viva la llama del tropiezo,
de la senda equivocada
que delatara el lado implacable de la historia
escupiendo a la cara del mundo
su virulenta iniquidad de imágenes sangrientas,
algo tiene que estar fallando, pues ocurre que, a veces,
una amnesia colectiva envenena a toda la humanidad
y sin cortapisas vuelven a eclosionar
mandatarios dictaminando en contra del futuro.
II
Un día irrumpieron las bocas hostiles
de los hombres funestos: “Nos aburren las palabras”.
Y sobrevino el silencio.
Poco después, los hombres sombríos
dejaron un vacío feroz en la vida escupiendo su veneno:
“Nos perjudica la luz de las palabras”.
Y sobrevino el fuego con su grito de guerra
y no muy lejos la noche
con su mar de huesos y cenizas.
III
Irritado entonces el dios de la guerra
penetró en las ciudades, ahora destripadas.
¡Tanta ciencia para que sus calles
se conviertan en las venas abiertas por las que se desangran
y sin manos para enterrar a los muertos!
IV
En las tierras de siniestras lluvias
una mujer con la bata blanca caminaba entre escombros inocentes
recuperando alientos,
soldando heridas implacables y disipando vagidos;
pero al igual que el pájaro roto en el ángulo de un zócalo,
cadáver precoz y a trasmano,
ella también prescindió de sus alas para huir de la atroz superficie
y una siniestra lluvia le arrancó el aliento
en las tierras donde cada día podía ser el último.
V
Esto no es otra historia,
sino una realidad ahí fuera de niños que, asediados
por la negra noche,
solo conocen los colores del humo y la sangre,
del lodo y los huesos.
Como nadie les ha contado que al otro lado del espejo
existe un arcoíris que se puede tocar con las manos,
nada saben de garabatos multicolores
representando a personas cercanas y grandiosas
o a ríos de un azul intenso
descendiendo por picudas montañas
o a playas donde el Sol está alegre y el mar ahíto de vida.
Por eso solo pintan sobre la terca noche,
que vuelve una y otra vez a torturarlos
con su desfile de gargantas abiertas
y su perfume de sangre caliente, saliva y polvo.
VI
Porque duele como un tajo feroz
el inventario de tanta iniquidad preconcebida
por el poderoso buitre,
que desde su enorme abismo
ya está diseñando futuras ganancias
con la sangre derramada aún sin coagular,
no es lugar el olvido
para dejar a buen recaudo los colores del mar,
del azabache o del ámbar;
pero mejor así: vacíos de identidades,
no sufrirán los estragos
de ese hierro frío que es la memoria
persistiendo en su labor de lágrima
cuando por la fuerza,
sigilosos se lancen a buscar los entresijos de la noche
huyendo de unas sombras
que, reticentes e implacables, amenazan
borrarlo todo con su negro y grueso trazo.
Y porque ya nada es lo mismo,
antes de que la esperanza
se convierta en un espejo sin azogue,
tendrán que encontrar
en el silencio transparente
de una noche penetrada por las ruinas
palabras sin miedo y miradas verdes
que definan una nueva vía láctea.
VII
Aunque las palabras se han vestido de féretro,
has llegado a un acuerdo
para que tu cuerpo no responda aún
a la llamada de la tierra
y porque tienes la razón de tu parte
o te sientes victorioso,
ofrecerás al enemigo bajo una bella luna roja
tu pelo cano ondeando al viento
con sabor a champán.
Pero si el tiempo que estranguló los jardines,
las promesas y los sueños
llegara para congelarte la voz
o arrancarte los mejores frutos,
tu desgastada piel, aquella que almacena en su memoria
mensajes de amor y arrullos,
resistirá sus ataques como una muralla optimista.
Nada estaba escrito sobre el hedor
que va adueñándose de lo que nace
cuando, ¡oh fábula del tiempo!, los dioses prepotentes
como un día vestido de cadenas
hicieron acto de presencia
en las postrimerías del primer balbuceo
y con abyectas máscaras
suplantaron los lenguajes de la vida comunitaria,
preludio de la historia por venir,
de sus miserias y estragos.
Un destino atroz condujo las horas hacia el abismo
y la palabra, surgida de la llama colectiva de la belleza,
se apagó con la llegada incesante de las aguas rojas
conteniendo coléricas sílabas de sangre
que se han dedicado diligentemente a reemplazar, cubrir,
tragar, vencer y hacer distancias.
Desde entonces un moho corroe el rostro de la historia
y, despiadado, se va adentrando en sus rincones más profundos.
Porque si se trataba de no malgastar lo aprendido,
de mantener viva la llama del tropiezo,
de la senda equivocada
que delatara el lado implacable de la historia
escupiendo a la cara del mundo
su virulenta iniquidad de imágenes sangrientas,
algo tiene que estar fallando, pues ocurre que, a veces,
una amnesia colectiva envenena a toda la humanidad
y sin cortapisas vuelven a eclosionar
mandatarios dictaminando en contra del futuro.
II
Un día irrumpieron las bocas hostiles
de los hombres funestos: “Nos aburren las palabras”.
Y sobrevino el silencio.
Poco después, los hombres sombríos
dejaron un vacío feroz en la vida escupiendo su veneno:
“Nos perjudica la luz de las palabras”.
Y sobrevino el fuego con su grito de guerra
y no muy lejos la noche
con su mar de huesos y cenizas.
III
Irritado entonces el dios de la guerra
penetró en las ciudades, ahora destripadas.
¡Tanta ciencia para que sus calles
se conviertan en las venas abiertas por las que se desangran
y sin manos para enterrar a los muertos!
IV
En las tierras de siniestras lluvias
una mujer con la bata blanca caminaba entre escombros inocentes
recuperando alientos,
soldando heridas implacables y disipando vagidos;
pero al igual que el pájaro roto en el ángulo de un zócalo,
cadáver precoz y a trasmano,
ella también prescindió de sus alas para huir de la atroz superficie
y una siniestra lluvia le arrancó el aliento
en las tierras donde cada día podía ser el último.
V
Esto no es otra historia,
sino una realidad ahí fuera de niños que, asediados
por la negra noche,
solo conocen los colores del humo y la sangre,
del lodo y los huesos.
Como nadie les ha contado que al otro lado del espejo
existe un arcoíris que se puede tocar con las manos,
nada saben de garabatos multicolores
representando a personas cercanas y grandiosas
o a ríos de un azul intenso
descendiendo por picudas montañas
o a playas donde el Sol está alegre y el mar ahíto de vida.
Por eso solo pintan sobre la terca noche,
que vuelve una y otra vez a torturarlos
con su desfile de gargantas abiertas
y su perfume de sangre caliente, saliva y polvo.
VI
Porque duele como un tajo feroz
el inventario de tanta iniquidad preconcebida
por el poderoso buitre,
que desde su enorme abismo
ya está diseñando futuras ganancias
con la sangre derramada aún sin coagular,
no es lugar el olvido
para dejar a buen recaudo los colores del mar,
del azabache o del ámbar;
pero mejor así: vacíos de identidades,
no sufrirán los estragos
de ese hierro frío que es la memoria
persistiendo en su labor de lágrima
cuando por la fuerza,
sigilosos se lancen a buscar los entresijos de la noche
huyendo de unas sombras
que, reticentes e implacables, amenazan
borrarlo todo con su negro y grueso trazo.
Y porque ya nada es lo mismo,
antes de que la esperanza
se convierta en un espejo sin azogue,
tendrán que encontrar
en el silencio transparente
de una noche penetrada por las ruinas
palabras sin miedo y miradas verdes
que definan una nueva vía láctea.
VII
Aunque las palabras se han vestido de féretro,
has llegado a un acuerdo
para que tu cuerpo no responda aún
a la llamada de la tierra
y porque tienes la razón de tu parte
o te sientes victorioso,
ofrecerás al enemigo bajo una bella luna roja
tu pelo cano ondeando al viento
con sabor a champán.
Pero si el tiempo que estranguló los jardines,
las promesas y los sueños
llegara para congelarte la voz
o arrancarte los mejores frutos,
tu desgastada piel, aquella que almacena en su memoria
mensajes de amor y arrullos,
resistirá sus ataques como una muralla optimista.