El palacio del marqués de Dos Aguas
Publicado: Dom, 06 Mar 2022 18:06
Cancela de aire, una línea sin principio ni final,
delgada y amarilla como el cabello en la solapa
que proclama o acusa (la duda es una marca de fuego,
un lastre infinito, un tatuaje en el tiempo), se ha abierto.
Penetrad en la guarida del río sin cauce ni llamas, sin chopos
ni alas, agua hecha luz que guardan hombres de alabastro.
Una garza decora el azul como las rosas los ojos de acero,
baila el agua con las calaveras en el salón de terciopelo,
voces ignoradas guían el cortejo a las puertas, y yo,
recién llegado de los rincones del olvido
y tan desconocido por mí como la ciudad
que hunde sus cimientos en el mar,
apenas descubro alguna sombra vaga y familiar,
alguna huella en el aire tan sutil como la ola callada,
sierpe mansa que acaricia tus pies entrelazados,
o en las nubes de otoño y plata de las tardes antiguas,
lápices afilados a navaja que copiaban nombres y números
siempre los mismos, y recuelo sorbido a duras penas,
cuando la vida era purificada por el sacrificio cotidiano.
Los caballos resbalaron en la piedra, una gota de memoria
ardiente en mis párpados, un diamante en cada hoja
del jardín, y aquella silueta enfrentando al olvido.
Que decir después del viaje imaginado; otra vez los pasillos
y sus sedas, la filigrana de la luz tras cada puerta
y siempre el agua en el aire. El fuego suena en lo alto,
tantas bienvenidas para solo una sombra, nadie diría;
un arcángel de sal deja cada noche estrellas y deseos
junto a las barcas rotas. Se licuaron los cuerpos en el asfalto
ante la madrugada que pone fin a los secretos,
en la papelera hay un pañuelo manchado, sangre o carmín
dirán más tarde. Sé lo que advierten los pájaros en el paseo,
no queda tiempo para otra huida, respira, espera.
Unos ojos quizás verdes, quizás ciegos, el discurso del bronce,
las suaves mareas y su barcarola, adolescentes temerarios,
el aroma del trigo o de las redes, todo hace amable la muerte.
Y la luz de todas las vidas sigue trazando su espiral cada mañana.
delgada y amarilla como el cabello en la solapa
que proclama o acusa (la duda es una marca de fuego,
un lastre infinito, un tatuaje en el tiempo), se ha abierto.
Penetrad en la guarida del río sin cauce ni llamas, sin chopos
ni alas, agua hecha luz que guardan hombres de alabastro.
Una garza decora el azul como las rosas los ojos de acero,
baila el agua con las calaveras en el salón de terciopelo,
voces ignoradas guían el cortejo a las puertas, y yo,
recién llegado de los rincones del olvido
y tan desconocido por mí como la ciudad
que hunde sus cimientos en el mar,
apenas descubro alguna sombra vaga y familiar,
alguna huella en el aire tan sutil como la ola callada,
sierpe mansa que acaricia tus pies entrelazados,
o en las nubes de otoño y plata de las tardes antiguas,
lápices afilados a navaja que copiaban nombres y números
siempre los mismos, y recuelo sorbido a duras penas,
cuando la vida era purificada por el sacrificio cotidiano.
Los caballos resbalaron en la piedra, una gota de memoria
ardiente en mis párpados, un diamante en cada hoja
del jardín, y aquella silueta enfrentando al olvido.
Que decir después del viaje imaginado; otra vez los pasillos
y sus sedas, la filigrana de la luz tras cada puerta
y siempre el agua en el aire. El fuego suena en lo alto,
tantas bienvenidas para solo una sombra, nadie diría;
un arcángel de sal deja cada noche estrellas y deseos
junto a las barcas rotas. Se licuaron los cuerpos en el asfalto
ante la madrugada que pone fin a los secretos,
en la papelera hay un pañuelo manchado, sangre o carmín
dirán más tarde. Sé lo que advierten los pájaros en el paseo,
no queda tiempo para otra huida, respira, espera.
Unos ojos quizás verdes, quizás ciegos, el discurso del bronce,
las suaves mareas y su barcarola, adolescentes temerarios,
el aroma del trigo o de las redes, todo hace amable la muerte.
Y la luz de todas las vidas sigue trazando su espiral cada mañana.