Habitada de Penumbras
Publicado: Sab, 05 Mar 2022 11:39
HABITADA DE PENUMBRAS
I
La distancia ha borrado las grafías de mis manos y te pierdes, como el humo de las hogueras, sin planos que te orienten. Jamás entregaré mis sueños al canto de los pájaros, ni mi vida a un hombre-árbol que me atrape entre sus encorvadas ramas. Quiero amanecer cubierta del azul añil de las noches en las que te leía el corazón. Esperaré bajo los tragaluces del tejado como una alondra mutilada.
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II
Amaba los retratos antiguos... y las calandrias que cantaban en el patio de la Capilla. Pero no los recuerdos moribundos de los molinos desmantelados, ni los ojos exasperados que -con el fin de poblar las sombras- lisonjeaban sonrisas.
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III
Me niego a evaporarme en los ignorados litorales del olvido. Si no estuviera tan llena de misterios, tan herida, te musitaría en el rumor de las escarchas y encendería los candiles del sendero. Pero ya no platico para nadie. Como noches imprevistas las azucenas degeneran en esta pesadilla. Tratan de transcribir el intangible enigma de sus días, los recuerdos inexorables de su vida. Es como el último redivivo de un cataclismo. Por eso le beso las mejillas.
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IV
No atiende. Cuando sus manos se colman de magnolias las siemprevivas invaden sus ojos de asperezas y las cigarras anegan su ventana con chismes y centellas. Recuerda el nombre de su perro y los motes de sus vecinos como sombras aturdidas en la tarde. El sibilino polvillo de la muerte -telaraña espectral de la nada- espía pesadamente. A veces sólo respira. Por eso la quiero como nunca.
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V
Indagaré, como el sol, por todas las rendijas de la casa. Discutiré con las plantas y con la sórdida tristeza de los espejos que me miran desde las ruinas de los días. Te hablo ahora desde la evocación de los desesperados nómadas de la calma. No es para afianzar tus ojos en mi pecho, ni para colmar de besos tu rostro anaranjado, sino para encender tu vida. Como una ternura ascendiendo.
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VI
Amé en ti tus recuerdos: Leyendas de los duendes perdiéndose en el tiempo como mariposas. ¡El sol crece, como un núcleo, en el abatido monedero de mi pecho! Después de vivir como los fantasmas te sientas a dar tiempo al tiempo y esperas la muerte en la ruinosa techumbre de tu vereda tarareando canciones a punto de apagarse. ¿Qué dirás cuando alguien te pregunte por la luminaria irremediable de tus manos? ¡Adivinar los signos con los ojos es la peor forma de irse de este mundo!
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VII
Te quise como eras y edifiqué mi vida con tus éxitos y temores. Me cincelé tu mirada -la única esperanza de mi jungla- como un ramo de violetas. Nunca te pregunté quién fuiste. Ahora, sin embargo, todo es más sencillo: Tu ausencia me convierte en la férvida piel de amor más triste de la noche, habitada de penumbras.
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© Marisa Peral Sánchez - 2005 - 2022
I
La distancia ha borrado las grafías de mis manos y te pierdes, como el humo de las hogueras, sin planos que te orienten. Jamás entregaré mis sueños al canto de los pájaros, ni mi vida a un hombre-árbol que me atrape entre sus encorvadas ramas. Quiero amanecer cubierta del azul añil de las noches en las que te leía el corazón. Esperaré bajo los tragaluces del tejado como una alondra mutilada.
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II
Amaba los retratos antiguos... y las calandrias que cantaban en el patio de la Capilla. Pero no los recuerdos moribundos de los molinos desmantelados, ni los ojos exasperados que -con el fin de poblar las sombras- lisonjeaban sonrisas.
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III
Me niego a evaporarme en los ignorados litorales del olvido. Si no estuviera tan llena de misterios, tan herida, te musitaría en el rumor de las escarchas y encendería los candiles del sendero. Pero ya no platico para nadie. Como noches imprevistas las azucenas degeneran en esta pesadilla. Tratan de transcribir el intangible enigma de sus días, los recuerdos inexorables de su vida. Es como el último redivivo de un cataclismo. Por eso le beso las mejillas.
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IV
No atiende. Cuando sus manos se colman de magnolias las siemprevivas invaden sus ojos de asperezas y las cigarras anegan su ventana con chismes y centellas. Recuerda el nombre de su perro y los motes de sus vecinos como sombras aturdidas en la tarde. El sibilino polvillo de la muerte -telaraña espectral de la nada- espía pesadamente. A veces sólo respira. Por eso la quiero como nunca.
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V
Indagaré, como el sol, por todas las rendijas de la casa. Discutiré con las plantas y con la sórdida tristeza de los espejos que me miran desde las ruinas de los días. Te hablo ahora desde la evocación de los desesperados nómadas de la calma. No es para afianzar tus ojos en mi pecho, ni para colmar de besos tu rostro anaranjado, sino para encender tu vida. Como una ternura ascendiendo.
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VI
Amé en ti tus recuerdos: Leyendas de los duendes perdiéndose en el tiempo como mariposas. ¡El sol crece, como un núcleo, en el abatido monedero de mi pecho! Después de vivir como los fantasmas te sientas a dar tiempo al tiempo y esperas la muerte en la ruinosa techumbre de tu vereda tarareando canciones a punto de apagarse. ¿Qué dirás cuando alguien te pregunte por la luminaria irremediable de tus manos? ¡Adivinar los signos con los ojos es la peor forma de irse de este mundo!
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VII
Te quise como eras y edifiqué mi vida con tus éxitos y temores. Me cincelé tu mirada -la única esperanza de mi jungla- como un ramo de violetas. Nunca te pregunté quién fuiste. Ahora, sin embargo, todo es más sencillo: Tu ausencia me convierte en la férvida piel de amor más triste de la noche, habitada de penumbras.
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© Marisa Peral Sánchez - 2005 - 2022