Más allá
Publicado: Dom, 27 Feb 2022 13:07
Siempre supe de armaduras hendidas
olvidadas por los años, sin lágrimas ni rosas,
de las hojas muertas en el ultimo bulevar
que pisamos cuando no pudimos conjurar
el ultimo fracaso. Los pasos se hicieron lentos
como lentos fueron desde entonces los silencios,
el peso de la noche interior donde ondeaban
sin aire las banderas derrotadas por los días
que discurrían con prisa entre veloces sirenas
llamando a la muerte y escaparates
que nunca mostraron piedad ni nobleza.
Con velocidad variable la vida me empuja
hacia ninguna parte, hace mucho tiempo
que no hay flores en ningún jarrón. Pero sigo mirando
el horizonte y adivino las estaciones por venir
según las canciones de los pájaros o el rumor
de las cavernas que el viento me hace llegar.
Los arroyos bajaron tañendo arpas
bajo los puentes; llegó entonces la llamada
y con mi sombra a cuestas, acudí dispuesto
a hurtarle tiempo al olvido, ataviado
con los mejores recuerdos, aferrado fieramente
a mi adolescencia y buscando en las miradas
algún signo de los días exaltados.
Dulce primavera en sepia, de respiración suave
como la de un niño satisfecho y rosa,
que sueña y va creciendo en este ocaso
de estrellas indecisas, palabras llovidas
del aire y jardines que inunda la nostalgia.
Todo es música sosegada y hay una tristeza que no oprime,
suave como un copo de nieve que bautiza los cabellos,
bella como un nocturno de Chopin entre ruinas,
apacible como las calas en los camposantos.
Que ha de venir ahora, luego de esta paz firmada
entre pasado y futuro los días equívocos de gala y festejo,
a quién pertenece el poema para todos
que no escribió nadie, cuando han retoñado las ramas
que los mirlos recorren como funambulistas enloquecidos.
En mis ojos aguardan todavía tantos sueños por soñar
que hacen del amanecer una maldición a pesar de las campanas
y el café con leche. La luz enciende las banderas izadas anoche
y ahora puestas a secar; que el viento lleve su mensaje
hasta el límite de las piedras feroces o de cualquier voluntad.
Luego, cuando el sol se rinda a las promesas de la oscuridad,
el ocaso que quiere ser no fin y si principio
ha de incendiar bosques, mares y corazones
cansados de tanto pulso baldío. Aquí ardió
la nave gobernada por un capitán de veinte años
sin más ambición que volver un día a los brazos
que lo despidieron. Una caracola suena a lo lejos:
Neptuno entona aquella canción de cuna,
y alguien me espera todavía.
olvidadas por los años, sin lágrimas ni rosas,
de las hojas muertas en el ultimo bulevar
que pisamos cuando no pudimos conjurar
el ultimo fracaso. Los pasos se hicieron lentos
como lentos fueron desde entonces los silencios,
el peso de la noche interior donde ondeaban
sin aire las banderas derrotadas por los días
que discurrían con prisa entre veloces sirenas
llamando a la muerte y escaparates
que nunca mostraron piedad ni nobleza.
Con velocidad variable la vida me empuja
hacia ninguna parte, hace mucho tiempo
que no hay flores en ningún jarrón. Pero sigo mirando
el horizonte y adivino las estaciones por venir
según las canciones de los pájaros o el rumor
de las cavernas que el viento me hace llegar.
Los arroyos bajaron tañendo arpas
bajo los puentes; llegó entonces la llamada
y con mi sombra a cuestas, acudí dispuesto
a hurtarle tiempo al olvido, ataviado
con los mejores recuerdos, aferrado fieramente
a mi adolescencia y buscando en las miradas
algún signo de los días exaltados.
Dulce primavera en sepia, de respiración suave
como la de un niño satisfecho y rosa,
que sueña y va creciendo en este ocaso
de estrellas indecisas, palabras llovidas
del aire y jardines que inunda la nostalgia.
Todo es música sosegada y hay una tristeza que no oprime,
suave como un copo de nieve que bautiza los cabellos,
bella como un nocturno de Chopin entre ruinas,
apacible como las calas en los camposantos.
Que ha de venir ahora, luego de esta paz firmada
entre pasado y futuro los días equívocos de gala y festejo,
a quién pertenece el poema para todos
que no escribió nadie, cuando han retoñado las ramas
que los mirlos recorren como funambulistas enloquecidos.
En mis ojos aguardan todavía tantos sueños por soñar
que hacen del amanecer una maldición a pesar de las campanas
y el café con leche. La luz enciende las banderas izadas anoche
y ahora puestas a secar; que el viento lleve su mensaje
hasta el límite de las piedras feroces o de cualquier voluntad.
Luego, cuando el sol se rinda a las promesas de la oscuridad,
el ocaso que quiere ser no fin y si principio
ha de incendiar bosques, mares y corazones
cansados de tanto pulso baldío. Aquí ardió
la nave gobernada por un capitán de veinte años
sin más ambición que volver un día a los brazos
que lo despidieron. Una caracola suena a lo lejos:
Neptuno entona aquella canción de cuna,
y alguien me espera todavía.