
Son las rodillas del escorpión las que caminan por el desierto,
las que agujerean en la arena del suplicio,
bajo la penitencia del sol,
y las aves que esconden su cabeza con vistas al horizonte.
Permisos para catalogar lo invisible, irrevocables.
Si existieran los ídolos a la manera de una sola creencia, no se dudaría de su naturaleza humana.
¡Profanación de cuadernos!
O de las teorías, que es lo mismo.
Escupimos con gargantas superficiales.
Mi mano es un sentimiento, no tiene roces con el papel.
Guardo un folio por cada noche que no veo lunas, y me tumbo en el agua y me sumerjo como un cebo.
Las algas mordisquean la luz, como moscas afiladas.
Las sábanas del siglo pasado se me han enroscado en la lengua, y hablo como los ancestros del poliéster,
un idioma visual, táctil, inmortal.
Cuando las tinieblas son las que roban mi sombra, no juzgo el sueño que nos unió.
Luego soy todo reflejos, y puedo abrasar repisas e iris, con mis trucos de ojos.
No veo espejos, ni madera, ni polvo, ni astillas, ni siluetas.
El fuego indígena es el despertador de la vida.
Y llevo en mi bolsillo una mirada post mortem.
Tengo clavos suficientes para crucificar a mi estómago.
El hambre es la esperanza de los pobres.
El corazón es el esperma de todas las cicatrices.
En el varadero se cruzan todos los cuerpos.
Las estrellas brillan asustadas por el hielo.
Y te encuentro justo donde estaba.
Al principio de mi mente, antes del pensamiento sobre el que había descrito el amor.
Se me descuartiza la espalda, luego el tórax.
Mis muñecas escarban en tierra plastificada, y mis dedos rebotan cada día contra el dolor de la piel.