Invisibles
Publicado: Dom, 20 Feb 2022 2:05
(Alta la casa blanca,
los pájaros la guardan)
Tantas veces los vi ocupando un rincón
en las desgastadas escaleras de la Catedral
que soporta desde antiguo ásperos pasos indignos
o el desfile de inocentes hacia la revelación.
Él ya no espera nada; a su lado,
su amigo en el abandono dormita.
Entonces aún aun veía su mano
como un ancla tendida ante nadie,
erudita como un libro de cicatrices;
mostraba una fría serenidad,
y su voz no adulaba. Mi moneda
agradecía esa dignidad. Llegaron de que vida,
de que paisaje y compartiendo pan,
desprecio y soledad, se volvieron inseparables.
Quizás algún niño acaricie la cabeza del perro
que devuelve con los ojos una sonrisa de gratitud
ante el reconocimiento de la lealtad
pura, silenciosa, sin condiciones.
La mano del hombre, en cambio, no suplica.
Sus labios apenas murmuran alguna palabra
ante las dádivas pues conserva todavía,
de entre los pedazos de su vida,
aquél que guarda su dignidad; tampoco mira
a nadie pues a nadie quiere recordar.
Debió ser largo el camino hasta llegar o volver
y las señales que en el cuerpo y el alma
dejaron el tiempo y sus obras hablan de desiertos
que guardan la sed del mundo, de ocasos
exentos de poesía y cementerios sin flores
ni memoria; y siempre amando mucho y muriendo más.
Ahora sus días transcurren ajenos al porvenir
y la indiferencia de gente con corazones secos
y sueños oscuros, mirada estrecha y felicidad sin brillo.
Alto precio han pagado por su libertad
ante las amenazas; probaron el agua que no sacia,
el filo plateado de la seducción, y a veces
vieron con pena que otro amanecer
había impedido el regalo de la noche más larga;
sus sueños no tienen límite ni censura:
discurren a salvo de jueces de sombra.
Hoy he vuelto a encontrarlos otra vez,
bajo las campanas y sombreados de palomas
(¿Dónde estuvisteis? ¿Qué fue de nosotros?),
exhibiendo como yo menos vida y más heridas.
Los brazos vencidos apenas solicitan,
y sus ojos han rendido su luz
al hecho irreparable. Tampoco mis piernas
pueden atender ahora ninguna urgencia
de un mundo cómplice del tiempo.
Como tú, también yo necesitaré algo
más allá del óbolo que sólo garantiza
el vino del olvido.
(La casa se hizo aire
y no la habita nadie)
Vive con tus poemas antes de escribirlos.
Sé paciente si son oscuros.
Tranquilo si te provocan.
Espera que cada uno se tealice y se consuma
con un poder de hablar
y un poder de callar.[/i]
Carlos Drummond de Andrade
los pájaros la guardan)
Tantas veces los vi ocupando un rincón
en las desgastadas escaleras de la Catedral
que soporta desde antiguo ásperos pasos indignos
o el desfile de inocentes hacia la revelación.
Él ya no espera nada; a su lado,
su amigo en el abandono dormita.
Entonces aún aun veía su mano
como un ancla tendida ante nadie,
erudita como un libro de cicatrices;
mostraba una fría serenidad,
y su voz no adulaba. Mi moneda
agradecía esa dignidad. Llegaron de que vida,
de que paisaje y compartiendo pan,
desprecio y soledad, se volvieron inseparables.
Quizás algún niño acaricie la cabeza del perro
que devuelve con los ojos una sonrisa de gratitud
ante el reconocimiento de la lealtad
pura, silenciosa, sin condiciones.
La mano del hombre, en cambio, no suplica.
Sus labios apenas murmuran alguna palabra
ante las dádivas pues conserva todavía,
de entre los pedazos de su vida,
aquél que guarda su dignidad; tampoco mira
a nadie pues a nadie quiere recordar.
Debió ser largo el camino hasta llegar o volver
y las señales que en el cuerpo y el alma
dejaron el tiempo y sus obras hablan de desiertos
que guardan la sed del mundo, de ocasos
exentos de poesía y cementerios sin flores
ni memoria; y siempre amando mucho y muriendo más.
Ahora sus días transcurren ajenos al porvenir
y la indiferencia de gente con corazones secos
y sueños oscuros, mirada estrecha y felicidad sin brillo.
Alto precio han pagado por su libertad
ante las amenazas; probaron el agua que no sacia,
el filo plateado de la seducción, y a veces
vieron con pena que otro amanecer
había impedido el regalo de la noche más larga;
sus sueños no tienen límite ni censura:
discurren a salvo de jueces de sombra.
Hoy he vuelto a encontrarlos otra vez,
bajo las campanas y sombreados de palomas
(¿Dónde estuvisteis? ¿Qué fue de nosotros?),
exhibiendo como yo menos vida y más heridas.
Los brazos vencidos apenas solicitan,
y sus ojos han rendido su luz
al hecho irreparable. Tampoco mis piernas
pueden atender ahora ninguna urgencia
de un mundo cómplice del tiempo.
Como tú, también yo necesitaré algo
más allá del óbolo que sólo garantiza
el vino del olvido.
(La casa se hizo aire
y no la habita nadie)
Vive con tus poemas antes de escribirlos.
Sé paciente si son oscuros.
Tranquilo si te provocan.
Espera que cada uno se tealice y se consuma
con un poder de hablar
y un poder de callar.[/i]
Carlos Drummond de Andrade