Agua negra
Publicado: Lun, 17 Ene 2022 12:33
Si nadie puede evitar ser llamado,
si ninguno alcanza a ver el reloj
que quedó parado al marcar su hora,
no es bueno silenciar lo inevitable
y negar lo que está escrito. Por eso
digo cuando aun puedo y mi voz
no tiembla, que será leve mi equipaje
cuando suba a la barca con mi nombre.
No llevaré el mar que agrede las escarpaduras
y hace rezar a los hombres que nunca temieron,
sino la blanda inmensidad donde duerme un dios,
tampoco el vino aguado en la mesa de los pobres
sino su inexplicable alegría,
ni el tigre de quietas llamas vigilando su dominio
sino la mirada que fija los instintos,
ni las estrellas que cuelgan sobre otros universos
sino la noche donde se mecen,
ni el desconsuelo del vacío amanecer
sino los ojos del nuevo desafío,
ni el hombre sabio y envanecido
sino la insolente curiosidad de la adolescencia.
Viví siempre entre lo posible y lo improbable
el acaso y la certeza y sé lo que debo
a la mañana que nace en los ojos de un niño,
a la palabra que descubre calor en la ceniza
y no a la desolación sin nombre,
al águila de plata y su grito en las alturas
y no a los oxidados bailarines en lóbregos salones,
a la oración muda y desesperada que acusa a un dios
y no a la campana que repudia el asceta.
Atravesaré primero el agua y luego, en el camino,
hemos de vernos para hablar de nuestras cosas
mientras paseamos como si nada hubiera sucedido
por los siglos de los siglos.
Hay una luz remota, si embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.
(José Ángel Valente)
si ninguno alcanza a ver el reloj
que quedó parado al marcar su hora,
no es bueno silenciar lo inevitable
y negar lo que está escrito. Por eso
digo cuando aun puedo y mi voz
no tiembla, que será leve mi equipaje
cuando suba a la barca con mi nombre.
No llevaré el mar que agrede las escarpaduras
y hace rezar a los hombres que nunca temieron,
sino la blanda inmensidad donde duerme un dios,
tampoco el vino aguado en la mesa de los pobres
sino su inexplicable alegría,
ni el tigre de quietas llamas vigilando su dominio
sino la mirada que fija los instintos,
ni las estrellas que cuelgan sobre otros universos
sino la noche donde se mecen,
ni el desconsuelo del vacío amanecer
sino los ojos del nuevo desafío,
ni el hombre sabio y envanecido
sino la insolente curiosidad de la adolescencia.
Viví siempre entre lo posible y lo improbable
el acaso y la certeza y sé lo que debo
a la mañana que nace en los ojos de un niño,
a la palabra que descubre calor en la ceniza
y no a la desolación sin nombre,
al águila de plata y su grito en las alturas
y no a los oxidados bailarines en lóbregos salones,
a la oración muda y desesperada que acusa a un dios
y no a la campana que repudia el asceta.
Atravesaré primero el agua y luego, en el camino,
hemos de vernos para hablar de nuestras cosas
mientras paseamos como si nada hubiera sucedido
por los siglos de los siglos.
Hay una luz remota, si embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.
(José Ángel Valente)