Nostalgias
Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle
- Jerónimo Muñoz
- Mensajes: 2704
- Registrado: Vie, 23 Nov 2007 19:54
- Ubicación: Málaga (España)
Nostalgias
El ocaso, sedoso, se cierne y se derrama
sobre palmeras, músculos y músicas,
dejando un libre espacio para el silencio dulce.
El ocaso ha perdido su talismán dorado,
aquél que le confiamos
los jóvenes que habíamos aprendido
a amar bajo su calma.
El ocaso es tan sólo el recuerdo del río
que refresca los juncos dela orilla.
El río transportaba flores muertas
que, al bullir entre espumas, parecían
una bandada de aves celestiales,
cansadas de volar.
Las muchachas de pómulos bermejos
habían tirado al río sus medallas de oro
y a mí me daba miedo su desnudez impávida.
¡Pobre de mí!
Entonador constante de músicas insólitas
y observador ausente
de las incongruencias de un viento imprevisible.
Y aún sigue perdurando el viento joven,
indemne del otoño que ha arrugado mis ojos.
Frescor de vida todavía despierta,
que acaricia mi rostro suavemente
y que llega hasta el fondo de mi pecho,
avivando algo cálido que pugna por brotar.
Ayer lo dibujó mi mano ingenua
al ver cómo doblaba la hierbecilla pálida
que tapizaba el valle.
El valle aletargado se dormía en su pausa,
en su misma quietud de solar caldeado,
de paloma torcaz agotada de amor.
Dormía todo el valle como duermen los niños:
sin soñar con candelas ni con toros redondos.
Allí podría morir sin causar daño a nadie
o vivir para siempre, sin despertarme nunca,
soñar eternamente en este valle.
Un valle ensombrecido que nunca sintió envidia
del fúlgido verdor del árbol incipiente.
Las hojas de aquel árbol, plumas de la mañana,
hablaban en un mismo idioma ingenuo,
Incluso aquellas dulces que, cansadas
de la pasión constante de la brisa,
venían a mis sienes planeando,
correspondiendo a mi tranquilo amor.
En aquellos larguísimos crepúsculos,
miraba, descuidado y silencioso,
por algunos resquicios de su carne verdosa,
escaparse las nubes hacia el mar.
Y, a veces, nos tendíamos,
soportando aquel cielo en nuestros pechos.
Nosotros, vivos para siempre,
tendidos,
veíamos correr las nubes blancas
sin esperar su perdón
ni percibir su lúcido silencio.
Aquellas nubes, sólo aquellas nubes
son las que me separan de mi cuerpo agotado.
Tan sólo aquellas nubes me recuerdan
que puedo aún mirar hacia lo lejos.
Demóstenes
- J. J. Martínez Ferreiro
- Mensajes: 14195
- Registrado: Lun, 19 Nov 2007 13:27
- Ubicación: Santiago de Compostela
Re: Nostalgias
son las que me separan de mi cuerpo agotado.
Tan sólo aquellas nubes me recuerdan
que puedo aún mirar hacia lo lejos"
Un poema con mucha y buena enjundia. Un repaso de cuentas de lo ganado, de lo perdido, pero también de lo que aún puede dar “el negocio de la vida”.
Todo un placer de lectura, joven viejo amigo.
Abrazos y salud, mucha salud.
- Ramón Castro Méndez
- Mensajes: 5971
- Registrado: Mar, 17 May 2016 8:24
Re: Nostalgias
Enhorabuena.
Un fuerte abrazo.
que te tortura el no poder escribir
o que
no puedes escribir porque estás torturado?
¿Dices
que estos tiempos te han convertido en un escéptico
o que
estos tiempos confirman tu escepticismo?
SAM SHEPARD
-
- Mensajes: 29818
- Registrado: Mié, 09 Abr 2008 10:21
Re: Nostalgias
indemne del otoño que ha arrugado mis ojos.
Frescor de vida todavía despierta,
que acaricia mi rostro suavemente
y que llega hasta el fondo de mi pecho,
avivando algo cálido que pugna por brotar.
Todo el poema, precioso, con la nostalgia del que ha vivido y no pierde la ilusión de sentir el verdor del bosque. Me gustó mucho. Felicidades.
Abrazos
- Rafel Calle
- Mensajes: 24369
- Registrado: Dom, 18 Nov 2007 18:27
- Ubicación: Palma de Mallorca
Re: Nostalgias
Felicidades.
Abrazos.
-
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- Registrado: Dom, 11 May 2008 20:04
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Re: Nostalgias
Profunda reflexión poética,maestro. Realmente captas y comunicas La Belleza. Todo el poema es un ecosistema lírico, pero resalto estos versos:Jerónimo Muñoz escribió: ↑Sab, 15 Ene 2022 10:16 NOSTALGIAS
El ocaso, sedoso, se cierne y se derrama
sobre palmeras, músculos y músicas,
dejando un libre espacio para el silencio dulce.
El ocaso ha perdido su talismán dorado,
aquél que le confiamos
los jóvenes que habíamos aprendido
a amar bajo su calma.
El ocaso es tan sólo el recuerdo del río
que refresca los juncos dela orilla.
El río transportaba flores muertas
que, al bullir entre espumas, parecían
una bandada de aves celestiales,
cansadas de volar.
Las muchachas de pómulos bermejos
habían tirado al río sus medallas de oro
y a mí me daba miedo su desnudez impávida.
¡Pobre de mí!
Entonador constante de músicas insólitas
y observador ausente
de las incongruencias de un viento imprevisible.
Y aún sigue perdurando el viento joven,
indemne del otoño que ha arrugado mis ojos.
Frescor de vida todavía despierta,
que acaricia mi rostro suavemente
y que llega hasta el fondo de mi pecho,
avivando algo cálido que pugna por brotar.
Ayer lo dibujó mi mano ingenua
al ver cómo doblaba la hierbecilla pálida
que tapizaba el valle.
El valle aletargado se dormía en su pausa,
en su misma quietud de solar caldeado,
de paloma torcaz agotada de amor.
Dormía todo el valle como duermen los niños:
sin soñar con candelas ni con toros redondos.
Allí podría morir sin causar daño a nadie
o vivir para siempre, sin despertarme nunca,
soñar eternamente en este valle.
Un valle ensombrecido que nunca sintió envidia
del fúlgido verdor del árbol incipiente.
Las hojas de aquel árbol, plumas de la mañana,
hablaban en un mismo idioma ingenuo,
Incluso aquellas dulces que, cansadas
de la pasión constante de la brisa,
venían a mis sienes planeando,
correspondiendo a mi tranquilo amor.
En aquellos larguísimos crepúsculos,
miraba, descuidado y silencioso,
por algunos resquicios de su carne verdosa,
escaparse las nubes hacia el mar.
Y, a veces, nos tendíamos,
soportando aquel cielo en nuestros pechos.
Nosotros, vivos para siempre,
tendidos,
veíamos correr las nubes blancas
sin esperar su perdón
ni percibir su lúcido silencio.
Aquellas nubes, sólo aquellas nubes
son las que me separan de mi cuerpo agotado.
Tan sólo aquellas nubes me recuerdan
que puedo aún mirar hacia lo lejos.
"Nosotros, vivos para siempre,
tendidos,
veíamos correr las nubes blancas
sin esperar su perdón
ni percibir su lúcido silencio. "
Un abrazo grande, Jerónimo!