aparece y desaparece
en el espejo repetido.
Pero tú ya no eres mi hombre,
sino el reflejo de otro espejo.
Y de nuevo, puerta/espejo
tú/yo y el tiempo,
repetición de aquella escena
en la que se identifica
la araña
—luces colgantes—
del hall
del viejo hotel
por cuyos corredores, habitaciones, saloncitos, alfombras, camas, sofás mullidos se perdieron los alaridos convertidos en música lejana.
La sombra de este laurel
—vaga libre—
entre tapices,
gigantescos baños de mármol
y wáter-closets como tronos.
El eco de nuestro tango
resuena por los corredores
hoy cubiertos de silenciosas enredaderas.
Lamentos de placer
que han grabado el papel
o los tapices de las infinitas,
desmesuradas paredes mentales,
que amenazan ruina.
¿Siguen entre tú y yo sus espíritus desolados, sus sábanas manchadas de sangre, sus cigarrillos turcos, sus sucios calzoncillos, su pus?
He abierto una ventana
que daba al campo.
Ha soplado la brisa.
Entre los labios del poeta
he descubierto los restos
de la hierba masticada.
De un viejo amor
venimos hoy huyendo
de las manos vacías,
de los ojos cerrados.
Pero cada uno lleva
un corazón con válvulas
de plástico.
Vive en el aire,
ríe y juega en la playa
los domingos.
Folla cuando puede
y sueña con morir de viejo,
rodeado de hijos y de nietos;
y esto será,
aun a pesar de todo.
¿Será la historia, hasta ahora repetida, que ronda vagabunda de recuerdos, gavilán de ruinas, un amor que nace?
¿Y pudo ser la realidad primera. El encuentro: un renacer airado?