Terraza
Publicado: Dom, 15 Ago 2021 13:06
TERRAZA
Sentado en la terraza de transparencia legible, miraba el cemento y sus auriculares.
Muchos oían sus preferencias febriles, pero no leían las páginas de sus perdiciones.
Asesiné mi paladar con agua pura para aplacar mi sed de palabras grasientas y dejé volar mis cabellos por las nubes del cansancio.
Alguien me dijo que no me muriera tan pronto; otros, a coro, me cantaron un himno de lentejuelas y colores varios; otros, sin ocultarse pero invisibles para las señoras serias, lloraban al ver mi excelsitud.
El camarero, que era idiota, me trajo agua repleta de misterios e impurezas, y me la tomé, a falta de lentejuelas. Después seguí bebiendo lluvias y humedades.
Noté que le faltaba algo de frío a mi corazón.
La noche era una lejanía en las torres del viento.
La grasa de algunas palabras impregnaba mis profundidades.
Las señoras serias tildaban mis tentativas de inmoralidad.
Atardecía.
En el cemento, los auriculares vertían estridencias y mentiras en los oídos inconscientes. Un joven se despojó de disonancias a manotazos, y enseguida se volvió loco. Una mujer dio a luz una guitarra eléctrica. Enmudecieron los pájaros.
El sol, en su crueldad, hería mis pupilas con su violencia última. Las torres ya se clavaban en la tenebrosidad de las nubes. Un golpe de tos me recordó a mi madre y me di cuenta de lo absurdo que era perseguir el alcohol.
Anochecía.
Le pagué al idiota y me fui a dormir.
Sentado en la terraza de transparencia legible, miraba el cemento y sus auriculares.
Muchos oían sus preferencias febriles, pero no leían las páginas de sus perdiciones.
Asesiné mi paladar con agua pura para aplacar mi sed de palabras grasientas y dejé volar mis cabellos por las nubes del cansancio.
Alguien me dijo que no me muriera tan pronto; otros, a coro, me cantaron un himno de lentejuelas y colores varios; otros, sin ocultarse pero invisibles para las señoras serias, lloraban al ver mi excelsitud.
El camarero, que era idiota, me trajo agua repleta de misterios e impurezas, y me la tomé, a falta de lentejuelas. Después seguí bebiendo lluvias y humedades.
Noté que le faltaba algo de frío a mi corazón.
La noche era una lejanía en las torres del viento.
La grasa de algunas palabras impregnaba mis profundidades.
Las señoras serias tildaban mis tentativas de inmoralidad.
Atardecía.
En el cemento, los auriculares vertían estridencias y mentiras en los oídos inconscientes. Un joven se despojó de disonancias a manotazos, y enseguida se volvió loco. Una mujer dio a luz una guitarra eléctrica. Enmudecieron los pájaros.
El sol, en su crueldad, hería mis pupilas con su violencia última. Las torres ya se clavaban en la tenebrosidad de las nubes. Un golpe de tos me recordó a mi madre y me di cuenta de lo absurdo que era perseguir el alcohol.
Anochecía.
Le pagué al idiota y me fui a dormir.