Y al final tenían razón
Publicado: Mié, 16 Jun 2021 15:58
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Pues sí, lo reconozco,
resulta que tenían razón. Al final
tenían toda la razón.
No lo niego. Ni de lejos lo conseguí.
Ciertamente no me acerqué a escribir
un solo poema con la mitad de calidad
de la Szymborska, Casas o Vilas.
Tampoco mi bella locura o mis más oscuros
e inconfesables sueños me brindaron
un solo best-seller (ya no digamos
los del loco cabronazo de Stephen King)
o mi cinefilia rubricada por miles
de horas de sofá y escandalosa factura eléctrica
me convirtieron en director de Hollywood
y poder regalarles a ustedes un "El padrino IV"
Yo, que he sido polémico y contradictorio
como un león vegano,
que fui guerrero y valiente como un sioux
sacando el dedo al séptimo de caballería.
Sí, cierto, no llegué a vivir en Marte,
aunque tuve el gusto de conocer
algunas inteligencias superiores.
Yo, que removí y mezclé edenes e infiernos
entre rascacielos de errores e inconveniencias,
entre filosofías exprés, lencerías apátridas,
sangres y horizontes maleducados;
que adquirí un stock de jaulas y futuros
indemostrables con la artillería del desencanto...
Y es que ni mis trapicheos de juventud
y mi adicción por los dulces y falsos efluvios nocturnos
me permitieron ganar un euro
en el rentable negocio de la droga,
ni mi incursión en la reforma de pisos
junto a mi relación alcohólica
con el director de una sucursal del Banesto
acercó un ápice los ceros de mi cuenta bancaria
a los de Florentino Pérez.
No, amigos míos, mi medio tupé y sugerente mirada
tampoco me proporcionaron la décima parte
de atractivas amantes de Brad Pitt.
No ablandé el corazón de la chica más sexi
y maravillosamente asocial del instituto.
Jamás solucioné una miga el hambre mundial
ni inventé una mierda de crema exfoliante.
Ni mi buen fondo me hizo santo,
ni mis pecados me hicieron digno del diablo,
ni mis patadas voladoras Bruce Lee.
Y no, evidentemente nunca gané un balón de oro
ni mi talento artístico creó algo parecido
al "Imagine" de Lennon o al "El Guernica" de Picasso,
ni, por supuesto, mi labia me llevó a la Casa Blanca,
ni siquiera a la alcaldía de mi pueblo.
(- Dios de los agnósticos y los soñadores devotos:
¡en qué barra de bar me abandonaste definitivamente!)
La pura verdad es que me tuve que conformar
con algún triste premio en un par de foros de poesía,
un polvo de miedo sobre la moqueta
mientras Vito Corleone ordenaba asesinar al jefe
más cruel y feo del clan enemigo,
con comandar una banda de divertidos descerebrados
o con un pedo alucinante gracias a una pastilla rosa
regalada por una traficante con un verde de ojos
casi de otro planeta -a juego con sus rastas-
junto a la plaza de toros de Pamplona.
Y también
tuve en propiedad el mejor palacio con cocina americana
y minibalcón del norte de la ciudad,
recibí más de un favor de las alturas,
(incluso alguna flor de Lucifer)
hundí en el barro del ridículo a algún fanático político
de internet del tres al cuarto. Pero sobre todo,
... sobre todo
logré el amor de unas pocas y deslumbrantes
personas, como amaneceres de postal
en una playa virgen de Costa Rica.
Y hasta algún ronroneo o lametón oportunos
-cual señal divina-
cuando el mundo entero hacía aguas,
y mi viejo y fiel espejo mágico
me explotaba en las narices, sin previo aviso,
en más de mil, o quizás y no exagero,
en un millón de pedazos...
___________
Pues sí, lo reconozco,
resulta que tenían razón. Al final
tenían toda la razón.
No lo niego. Ni de lejos lo conseguí.
Ciertamente no me acerqué a escribir
un solo poema con la mitad de calidad
de la Szymborska, Casas o Vilas.
Tampoco mi bella locura o mis más oscuros
e inconfesables sueños me brindaron
un solo best-seller (ya no digamos
los del loco cabronazo de Stephen King)
o mi cinefilia rubricada por miles
de horas de sofá y escandalosa factura eléctrica
me convirtieron en director de Hollywood
y poder regalarles a ustedes un "El padrino IV"
Yo, que he sido polémico y contradictorio
como un león vegano,
que fui guerrero y valiente como un sioux
sacando el dedo al séptimo de caballería.
Sí, cierto, no llegué a vivir en Marte,
aunque tuve el gusto de conocer
algunas inteligencias superiores.
Yo, que removí y mezclé edenes e infiernos
entre rascacielos de errores e inconveniencias,
entre filosofías exprés, lencerías apátridas,
sangres y horizontes maleducados;
que adquirí un stock de jaulas y futuros
indemostrables con la artillería del desencanto...
Y es que ni mis trapicheos de juventud
y mi adicción por los dulces y falsos efluvios nocturnos
me permitieron ganar un euro
en el rentable negocio de la droga,
ni mi incursión en la reforma de pisos
junto a mi relación alcohólica
con el director de una sucursal del Banesto
acercó un ápice los ceros de mi cuenta bancaria
a los de Florentino Pérez.
No, amigos míos, mi medio tupé y sugerente mirada
tampoco me proporcionaron la décima parte
de atractivas amantes de Brad Pitt.
No ablandé el corazón de la chica más sexi
y maravillosamente asocial del instituto.
Jamás solucioné una miga el hambre mundial
ni inventé una mierda de crema exfoliante.
Ni mi buen fondo me hizo santo,
ni mis pecados me hicieron digno del diablo,
ni mis patadas voladoras Bruce Lee.
Y no, evidentemente nunca gané un balón de oro
ni mi talento artístico creó algo parecido
al "Imagine" de Lennon o al "El Guernica" de Picasso,
ni, por supuesto, mi labia me llevó a la Casa Blanca,
ni siquiera a la alcaldía de mi pueblo.
(- Dios de los agnósticos y los soñadores devotos:
¡en qué barra de bar me abandonaste definitivamente!)
La pura verdad es que me tuve que conformar
con algún triste premio en un par de foros de poesía,
un polvo de miedo sobre la moqueta
mientras Vito Corleone ordenaba asesinar al jefe
más cruel y feo del clan enemigo,
con comandar una banda de divertidos descerebrados
o con un pedo alucinante gracias a una pastilla rosa
regalada por una traficante con un verde de ojos
casi de otro planeta -a juego con sus rastas-
junto a la plaza de toros de Pamplona.
Y también
tuve en propiedad el mejor palacio con cocina americana
y minibalcón del norte de la ciudad,
recibí más de un favor de las alturas,
(incluso alguna flor de Lucifer)
hundí en el barro del ridículo a algún fanático político
de internet del tres al cuarto. Pero sobre todo,
... sobre todo
logré el amor de unas pocas y deslumbrantes
personas, como amaneceres de postal
en una playa virgen de Costa Rica.
Y hasta algún ronroneo o lametón oportunos
-cual señal divina-
cuando el mundo entero hacía aguas,
y mi viejo y fiel espejo mágico
me explotaba en las narices, sin previo aviso,
en más de mil, o quizás y no exagero,
en un millón de pedazos...
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