Paula
Publicado: Vie, 07 May 2021 12:04
PAULA
Mi amiga Paula me tenía aburrida, llevaba unos días en que, mientras tomábamos el café con churros a media mañana, me repetía:
—Estoy segura de que mi Arturo tiene una amante.
—No lo creo, con lo mucho que trabaja, no le queda tiempo para eso —dije—.
—Pues… yo desconfío y lo voy a averiguar —reafirmó ella, apretando los labios.
—No hagas eso. A veces es mejor no enterarse —respondí.
Paula pagó los desayunos y quedamos para dar el paseo habitual de la tarde, y no volvimos a hablar de ello.
Sí, paseamos ese día y los siguientes siempre haciendo el mismo recorrido, malecón vuelta y vuelta durante una hora, pero anteayer miércoles pasó algo importante. De repente, Paula me dijo:
—Que te parece si dejamos el malecón y continuamos por el camino que pasa por la cima del acantilado.
—Me parece bien. Quemaremos más calorías —respondí.
Subimos hasta la cima rocosa. Se ofrecía a nuestros ojos el inmenso campo verde y el azul del Cantábrico a nuestra derecha. Yo me sentía ligera, pletórica y feliz con ganas de acompañar a las gaviotas que subían sobrevolándonos y volvían a bajar a la pequeña cala donde, desde que yo era pequeña, intimaban las parejas de enamorados.
De pronto nos fijamos en una gaviota que iba y venía llevando una pieza de ropa en el pico, hasta que de pronto la soltó para caer a los pies de Paula.
—Elena —dijo— mirándome entre seria y sorprendida —Estos son los calzoncillos de Arturo.
Mi amiga Paula me tenía aburrida, llevaba unos días en que, mientras tomábamos el café con churros a media mañana, me repetía:
—Estoy segura de que mi Arturo tiene una amante.
—No lo creo, con lo mucho que trabaja, no le queda tiempo para eso —dije—.
—Pues… yo desconfío y lo voy a averiguar —reafirmó ella, apretando los labios.
—No hagas eso. A veces es mejor no enterarse —respondí.
Paula pagó los desayunos y quedamos para dar el paseo habitual de la tarde, y no volvimos a hablar de ello.
Sí, paseamos ese día y los siguientes siempre haciendo el mismo recorrido, malecón vuelta y vuelta durante una hora, pero anteayer miércoles pasó algo importante. De repente, Paula me dijo:
—Que te parece si dejamos el malecón y continuamos por el camino que pasa por la cima del acantilado.
—Me parece bien. Quemaremos más calorías —respondí.
Subimos hasta la cima rocosa. Se ofrecía a nuestros ojos el inmenso campo verde y el azul del Cantábrico a nuestra derecha. Yo me sentía ligera, pletórica y feliz con ganas de acompañar a las gaviotas que subían sobrevolándonos y volvían a bajar a la pequeña cala donde, desde que yo era pequeña, intimaban las parejas de enamorados.
De pronto nos fijamos en una gaviota que iba y venía llevando una pieza de ropa en el pico, hasta que de pronto la soltó para caer a los pies de Paula.
—Elena —dijo— mirándome entre seria y sorprendida —Estos son los calzoncillos de Arturo.