Un día cualquiera
Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle
- Carmen López
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Un día cualquiera
que nunca hasta entonces habían vivido,
fue lo primero que aprendieron juntos,
tendidos en aquella playa desierta de los otros,
revueltos sus cuerpos jóvenes y desarmados,
cegados por la luz, la euforia, el despertar.
Ajenos y extraños para un mundo en nada adquiescente,
que pretendía desajustarles las medidas
y acelerar por las malas el trámite de su precipitada dicha.
Que aquello no era lo previsto
y que aquel amor era incontrolado,
intenso, torpe, inconfesable, desmedido,
inaccesible como un ave que se sueña
era de todo aquello suyo: lo más obvio,
lo irrefutable y lo cierto,
quizás por eso, los dos se resignaron
casi de inmediato, no hubo ningún reproche,
no se hicieron ningún daño,
o eso fue lo que se dijeron a sí mismos,
hace tanto que ya ni se acuerdan de ello,
sin embargo, ninguno de los dos pudo
olvidar nunca la arena de aquella playa.
Después, se situaron en ser buenos amigos,
los mejores, en eso ya nadie pudo ganarlos
a pesar de que hubieron muchos envites para ello,
en eso ambos eran unos aventajados.
Se sucedieron después; una esposa, sus amantes,
las amantes del otro, un divorcio, todos los desengaños,
la inconstancia, alguna muerte, la desidia, los trabajos,
las empresas, algunos sueños conseguidos y tantas
y tantas derrotas deshojadas que no se atrevían ni a contarlas.
Todo el mundo tuvo siempre muchos celos de ellos,
como si pudieran presentir de algún modo las secuelas
inconfundibles en el alma de ese día mágico en la playa.
Coincidieron en sus soledades,
tres o cuatro veces, cuatro, para ser más exactos,
la primera vez le dieron la culpa a aquella botella
de cava que se tomaron a pulso y sin medida,
la segunda, ya no supieron a quién o qué echarle
la culpa de aquel animal que llamaban instinto,
desistieron de buscarle alguna explicación
racional al hecho de que su deseo no se contuviera
como antaño lo hiciese siempre,
después, se alejaban no más de un mes o dos
para que las aguas volvieran inexorables a sus cursos.
Un día cualquiera, sin fecha previa en el calendario
uno le dijo al otro que se estaba planteando
muy seriamente envejecer con él, así, a bocajarro,
si ya estaba preparado para ello o necesitaba
algún amante previo más que le desengañase del amor
o más tiempo para entender que aquello suyo
era lo más cierto del amor que ambos conocían
entre todas las cosas inciertas de la vida.
Aquello fue como una sentencia justa y necesaria
que nunca se hubiese pronunciado antes,
también el otro lo había pensado, pero, no lo dijo
nunca por temor a ser rechazado.
Ahora, era como obviar la disforia que arrastraban
con el tiempo y los años y reclamar algo del cielo
que siempre les había pertenecido por derecho
y que nunca antes osaron soñar en asaltar.
Y ahora, míralos mundo, míralos bien,
contémplalos de cerca si te atreves,
no te atrevas a ignorarlos,
aquí están: los dos juntos, vencedores, desarmados,
los dos haciendo proselitismo de su amor y su alegría.
Gastón Bachelar.
- Jerónimo Muñoz
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Re: Un día cualquiera
Abrazos.
Jerónimo
Demóstenes
- Julio Gonzalez Alonso
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Re: Un día cualquiera
Salud.
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Re: Un día cualquiera
Muy bella crónica del amor, Carmen. Abrazos, ERACarmen López escribió:Que aquello era otra cosa muy distinta
que nunca hasta entonces habían vivido,
fue lo primero que aprendieron juntos,
tendidos en aquella playa desierta de los otros,
revueltos sus cuerpos jóvenes y desarmados,
cegados por la luz, la euforia, el despertar.
Ajenos y extraños para un mundo en nada adquiescente,
que pretendía desajustarles las medidas
y acelerar por las malas el trámite de su precipitada dicha.
Que aquello no era lo previsto
y que aquel amor era incontrolado,
intenso, torpe, inconfesable, desmedido,
inaccesible como un ave que se sueña
era de todo aquello suyo: lo más obvio,
lo irrefutable y lo cierto,
quizás por eso, los dos se resignaron
casi de inmediato, no hubo ningún reproche,
no se hicieron ningún daño,
o eso fue lo que se dijeron a sí mismos,
hace tanto que ya ni se acuerdan de ello,
sin embargo, ninguno de los dos pudo
olvidar nunca la arena de aquella playa.
Después, se situaron en ser buenos amigos,
los mejores, en eso ya nadie pudo ganarlos
a pesar de que hubieron mucho envites para ello,
en eso ambos eran unos aventajados.
Se sucedieron después; una esposa, sus amantes,
las amantes del otro, un divorcio, todos los desengaños,
la inconstancia, alguna muerte, la desidia, los trabajos,
las empresas, algunos sueños conseguidos y tantas
y tantas derrotas deshojadas que no se atrevían ni a contarlas.
Todo el mundo tuvo siempre muchos celos de ellos,
como si pudieran presentir de algún modo las secuelas
inconfundibles en el alma de ese día mágico en la playa.
Coincidieron en sus soledades,
tres o cuatro veces, cuatro, para ser más exactos,
la primera vez le dieron la culpa a aquella botella
de cava que se tomaron a pulso y sin medida,
la segunda, ya no supieron a quién o qué echarle
la culpa de aquel animal que llamaban instinto,
desistieron de buscarle alguna explicación
racional al hecho de que su deseo no se contuviera
como antaño lo hiciese siempre,
después, se alejaban no más de un mes o dos
para que las aguas volvieran inexorables a sus cursos.
Un día cualquiera, sin fecha previa en el calendario
uno le dijo al otro que se estaba planteando
muy seriamente envejecer con él, así, a bocajarro,
si ya estaba preparado para ello o necesitaba
algún amante previo más que le desengañase del amor
o más tiempo para entender que aquello suyo
era lo más cierto del amor que ambos conocían
entre todas las cosas inciertas de la vida.
Aquello fue como una sentencia justa y necesaria
que nunca se hubiese pronunciado antes,
también el otro lo había pensado, pero, no lo dijo
nunca por temor a ser rechazado.
Ahora, era como obviar la disforia que arrastraban
con el tiempo y los años y reclamar algo del cielo
que siempre les había pertenecido por derecho
y que nunca antes osaron soñar en asaltar.
Y ahora, míralos mundo, míralos bien,
contémplalos de cerca si te atreves,
no te atrevas a ignorarlos,
aquí están: los dos juntos, vencedores, desarmados,
los dos haciendo proselitismo de su amor y su alegría.
-
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Re: Un día cualquiera
Me gustó mucho.
Abrazos
-
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Re: Un día cualquiera
Mi sincera felicitación.
- Ulises C.J.
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Re: Un día cualquiera
O así debería ser siempre.
Precioso poema Carmen.
- Arturo Rodríguez Milliet
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Re: Un día cualquiera
Por eso es hermoso de principio a fin y no
deja espacio para mas nada que no sea eso... amor!
Un fuerte y sentido abrazo, con mi felicitación
por tan sensible entrega.
Si los sumas y divides entre dos, obtendrás su promedio...
ese soy yo. Mucho gusto!
- Carmen López
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Re: Un día cualquiera
Me alegra si te ha gustado el poema, Jerónimo. Te doy las gracias por tu tiempo de lectura y tu comentario siempre generoso y atento con lo mío. A mí me gustó hacer este poema.Jerónimo Muñoz escribió:¡Qué poema más hermoso y más precioso, Carmen! Yo, que ya soy mayor, aunque no he pasado por esa separación y esas vicisitudes, comprendo en lo más hondo esta emotiva historia y no puedo dejar de felicitarte por este derroche de talento y sensibilidad.
Abrazos.
Jerónimo
Abrazos.
Carmen
Gastón Bachelar.
- Mirta Elena Tessio
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- Registrado: Jue, 06 Nov 2014 16:58
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Re: Un día cualquiera
Un día cualquiera, bien contado con todo lo que un buen poema necesita.Carmen López escribió:Que aquello era otra cosa muy distinta
que nunca hasta entonces habían vivido,
fue lo primero que aprendieron juntos,
tendidos en aquella playa desierta de los otros,
revueltos sus cuerpos jóvenes y desarmados,
cegados por la luz, la euforia, el despertar.
Ajenos y extraños para un mundo en nada adquiescente,
que pretendía desajustarles las medidas
y acelerar por las malas el trámite de su precipitada dicha.
Que aquello no era lo previsto
y que aquel amor era incontrolado,
intenso, torpe, inconfesable, desmedido,
inaccesible como un ave que se sueña
era de todo aquello suyo: lo más obvio,
lo irrefutable y lo cierto,
quizás por eso, los dos se resignaron
casi de inmediato, no hubo ningún reproche,
no se hicieron ningún daño,
o eso fue lo que se dijeron a sí mismos,
hace tanto que ya ni se acuerdan de ello,
sin embargo, ninguno de los dos pudo
olvidar nunca la arena de aquella playa.
Después, se situaron en ser buenos amigos,
los mejores, en eso ya nadie pudo ganarlos
a pesar de que hubieron muchos envites para ello,
en eso ambos eran unos aventajados.
Se sucedieron después; una esposa, sus amantes,
las amantes del otro, un divorcio, todos los desengaños,
la inconstancia, alguna muerte, la desidia, los trabajos,
las empresas, algunos sueños conseguidos y tantas
y tantas derrotas deshojadas que no se atrevían ni a contarlas.
Todo el mundo tuvo siempre muchos celos de ellos,
como si pudieran presentir de algún modo las secuelas
inconfundibles en el alma de ese día mágico en la playa.
Coincidieron en sus soledades,
tres o cuatro veces, cuatro, para ser más exactos,
la primera vez le dieron la culpa a aquella botella
de cava que se tomaron a pulso y sin medida,
la segunda, ya no supieron a quién o qué echarle
la culpa de aquel animal que llamaban instinto,
desistieron de buscarle alguna explicación
racional al hecho de que su deseo no se contuviera
como antaño lo hiciese siempre,
después, se alejaban no más de un mes o dos
para que las aguas volvieran inexorables a sus cursos.
Un día cualquiera, sin fecha previa en el calendario
uno le dijo al otro que se estaba planteando
muy seriamente envejecer con él, así, a bocajarro,
si ya estaba preparado para ello o necesitaba
algún amante previo más que le desengañase del amor
o más tiempo para entender que aquello suyo
era lo más cierto del amor que ambos conocían
entre todas las cosas inciertas de la vida.
Aquello fue como una sentencia justa y necesaria
que nunca se hubiese pronunciado antes,
también el otro lo había pensado, pero, no lo dijo
nunca por temor a ser rechazado.
Ahora, era como obviar la disforia que arrastraban
con el tiempo y los años y reclamar algo del cielo
que siempre les había pertenecido por derecho
y que nunca antes osaron soñar en asaltar.
Y ahora, míralos mundo, míralos bien,
contémplalos de cerca si te atreves,
no te atrevas a ignorarlos,
aquí están: los dos juntos, vencedores, desarmados,
los dos haciendo proselitismo de su amor y su alegría.
Me ha encantado y he disfrutado la lectura.-
Abrazos Carmen.-
por lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
Francisco Luis Bernárdez
- Carmen López
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Re: Un día cualquiera
Muchas gracias Julio , por pasar por estas cosas que yo escribo, por tu amable comentario.Julio Gonzalez Alonso escribió:Mis felicitaciones, Carmen, por esta historia tan bellamente contada y sentida. Un abrazo.
Salud.
Salud y un abrazo grande.
Carmen
Gastón Bachelar.
- Carmen López
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- Ubicación: Barcelona
Re: Un día cualquiera
Muchas gracias, Roxane por tu tiempo para el poema, por tu hermoso comentario.E. R. Aristy escribió:Muy bella crónica del amor, Carmen. Abrazos, ERACarmen López escribió:Que aquello era otra cosa muy distinta
que nunca hasta entonces habían vivido,
fue lo primero que aprendieron juntos,
tendidos en aquella playa desierta de los otros,
revueltos sus cuerpos jóvenes y desarmados,
cegados por la luz, la euforia, el despertar.
Ajenos y extraños para un mundo en nada adquiescente,
que pretendía desajustarles las medidas
y acelerar por las malas el trámite de su precipitada dicha.
Que aquello no era lo previsto
y que aquel amor era incontrolado,
intenso, torpe, inconfesable, desmedido,
inaccesible como un ave que se sueña
era de todo aquello suyo: lo más obvio,
lo irrefutable y lo cierto,
quizás por eso, los dos se resignaron
casi de inmediato, no hubo ningún reproche,
no se hicieron ningún daño,
o eso fue lo que se dijeron a sí mismos,
hace tanto que ya ni se acuerdan de ello,
sin embargo, ninguno de los dos pudo
olvidar nunca la arena de aquella playa.
Después, se situaron en ser buenos amigos,
los mejores, en eso ya nadie pudo ganarlos
a pesar de que hubieron mucho envites para ello,
en eso ambos eran unos aventajados.
Se sucedieron después; una esposa, sus amantes,
las amantes del otro, un divorcio, todos los desengaños,
la inconstancia, alguna muerte, la desidia, los trabajos,
las empresas, algunos sueños conseguidos y tantas
y tantas derrotas deshojadas que no se atrevían ni a contarlas.
Todo el mundo tuvo siempre muchos celos de ellos,
como si pudieran presentir de algún modo las secuelas
inconfundibles en el alma de ese día mágico en la playa.
Coincidieron en sus soledades,
tres o cuatro veces, cuatro, para ser más exactos,
la primera vez le dieron la culpa a aquella botella
de cava que se tomaron a pulso y sin medida,
la segunda, ya no supieron a quién o qué echarle
la culpa de aquel animal que llamaban instinto,
desistieron de buscarle alguna explicación
racional al hecho de que su deseo no se contuviera
como antaño lo hiciese siempre,
después, se alejaban no más de un mes o dos
para que las aguas volvieran inexorables a sus cursos.
Un día cualquiera, sin fecha previa en el calendario
uno le dijo al otro que se estaba planteando
muy seriamente envejecer con él, así, a bocajarro,
si ya estaba preparado para ello o necesitaba
algún amante previo más que le desengañase del amor
o más tiempo para entender que aquello suyo
era lo más cierto del amor que ambos conocían
entre todas las cosas inciertas de la vida.
Aquello fue como una sentencia justa y necesaria
que nunca se hubiese pronunciado antes,
también el otro lo había pensado, pero, no lo dijo
nunca por temor a ser rechazado.
Ahora, era como obviar la disforia que arrastraban
con el tiempo y los años y reclamar algo del cielo
que siempre les había pertenecido por derecho
y que nunca antes osaron soñar en asaltar.
Y ahora, míralos mundo, míralos bien,
contémplalos de cerca si te atreves,
no te atrevas a ignorarlos,
aquí están: los dos juntos, vencedores, desarmados,
los dos haciendo proselitismo de su amor y su alegría.
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Carmen
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- Israel Liñán
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Re: Un día cualquiera
Un abrazo, compañera.
- John Garlic
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Re: Un día cualquiera
Un saludo afectuoso, admirada poetisa.
- Manuel Alonso
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