En el monte Calvario de mi alma
Publicado: Mié, 06 Ene 2021 11:59
La amplitud de tu sonrisa
y el beso al aire que lazaste, ilusionada,
desde la inclinada pasarela del barco
hicieron derrumbarse mis cimientos,
la mirada quería hacerse brazos
para intentar retenerte
y en aquel ahora, que ya es entonces,
la soledad se hizo cuchillas de afeitar enfurecidas
navegando sin rumbo mis arterias.
Tras soltar su última amarra
el barco, ajeno a mi tristeza,
hizo sonar la sirena poderosa,
que estremeció de norte a sur mis estructuras,
y con la misma lentitud exasperante
con que su proa comenzó a escribir silencios
sobre las quietas aguas del puerto
me fue partiendo en dos el corazón
No quise llorar mis lágrimas,
porque como decía mi abuelo:
“los machotes no lloran”,
pero por dentro la sangre se hacía nieve
y puñales de hielo como relámpagos
esculpieron tu nombre y crucificaron el mío
en el monte Calvario de mi alma.
Después he navegado entre la bruma
perfiladas hebras de tiempo persistentes
por los zurcidos recuerdos del pasado
y acuchilladas de soledad las sienes
gritan en silencio tu nombre,
que se hace eco vencido en la distancia;
y aunque mi velero con vientos favorables
intenta poner rumbo hacia otras costas
el ancla se ha atorado entre las rocas
y me mantiene encallado en tu recuerdo.
Ahora soy un náufrago en el tiempo
que ha peregrinado cada tarde
las calles colmadas de tu ausencia,
por la ciudad callada de tu mutismo,
y en la playa solitaria, con el mar de fondo,
he muerto mil muertes cada ocaso
desde el mismo instante en que zarpó tu barco
y tú me regalaste anidada a tu sonrisa
la sepultura de un muelle bajo la lluvia.
© ~ Antonio Urdiales – 27-12-2020
y el beso al aire que lazaste, ilusionada,
desde la inclinada pasarela del barco
hicieron derrumbarse mis cimientos,
la mirada quería hacerse brazos
para intentar retenerte
y en aquel ahora, que ya es entonces,
la soledad se hizo cuchillas de afeitar enfurecidas
navegando sin rumbo mis arterias.
Tras soltar su última amarra
el barco, ajeno a mi tristeza,
hizo sonar la sirena poderosa,
que estremeció de norte a sur mis estructuras,
y con la misma lentitud exasperante
con que su proa comenzó a escribir silencios
sobre las quietas aguas del puerto
me fue partiendo en dos el corazón
No quise llorar mis lágrimas,
porque como decía mi abuelo:
“los machotes no lloran”,
pero por dentro la sangre se hacía nieve
y puñales de hielo como relámpagos
esculpieron tu nombre y crucificaron el mío
en el monte Calvario de mi alma.
Después he navegado entre la bruma
perfiladas hebras de tiempo persistentes
por los zurcidos recuerdos del pasado
y acuchilladas de soledad las sienes
gritan en silencio tu nombre,
que se hace eco vencido en la distancia;
y aunque mi velero con vientos favorables
intenta poner rumbo hacia otras costas
el ancla se ha atorado entre las rocas
y me mantiene encallado en tu recuerdo.
Ahora soy un náufrago en el tiempo
que ha peregrinado cada tarde
las calles colmadas de tu ausencia,
por la ciudad callada de tu mutismo,
y en la playa solitaria, con el mar de fondo,
he muerto mil muertes cada ocaso
desde el mismo instante en que zarpó tu barco
y tú me regalaste anidada a tu sonrisa
la sepultura de un muelle bajo la lluvia.
© ~ Antonio Urdiales – 27-12-2020